Capitulo 62: Mi Secreto.

El avión se elevó suavemente y, por primera vez en horas, Evans pareció relajarse. Los dos hombres desaparecieron hacia la cabina, dejando solo el silencio y el zumbido del motor.
Intenté convencerme de que estaba a salvo, pero mi pecho latía como si quisiera salirse de mi cuerpo.

—Estaré revisando unos documentos —dijo Evans, quitándose el saco sin mirarme—. Puedes descansar en la habitación del fondo.

Sus ojos, verdes e insondables, parecían guardar secretos que yo no podía tocar. Sentí un escalofrío recorrerme la columna.

Caminé por el pasillo, cada paso resonando en mis oídos, hasta la habitación privada. Era lujosa, pero no podía pensar en nada más que en el baño al fondo y en lo que tenía que hacer. Mi corazón golpeaba mi caja torácica, y mis manos temblaban como si quisieran traicionarme.

Era ahora o nunca.

Entré al baño. Abrí el bolso y saqué las cajas. Tres pruebas, tres posibilidades de perder el aire. Mis dedos temblaban tanto que apenas pude sostenerlas. La pantalla del teléfono brillaba ante mí, y mi respiración se volvió rápida, superficial, casi dolorosa.

Tres minutos. Tres eternos minutos que se sintieron como si cada segundo fuera un golpe directo al pecho.

Apoyé la espalda contra la pared fría. El miedo me calaba los huesos. Lo último que necesitaba era un bebé... no ahora, no así. Y aun así, ahí estaba: una vida que había empezado sin pedir permiso.
Las palabras del padre Mary resonaron en mi cabeza:

"No todos los niños tienen la suerte de nacer fuera del fuego."

Mi estómago se revolvió. ¿Cómo podía alguien saber que iba a ser madre... si yo ni siquiera lo sabía?

El pitido me sacudió. Mis piernas flaquearon. Me apoyé en el lavamanos, con las manos temblando, y vi la línea. Y otra.
Positivo.

El aire se me escapó de los pulmones. El corazón me golpeaba tan fuerte que sentí que iba a explotar.
El jugo que había tomado subió de golpe y corrí al inodoro, vomitando entre sollozos y un miedo que no podía definir: ¿era a lo que venía... o a Evans?

Cuando pude recuperar un poco el control, me lavé la cara y enjuagué la boca, pero las manos me temblaban, las rodillas aún cedían bajo mi peso. Escondí las pruebas entre el papel sanitario y las tiré al cesto metálico. Todo temblaba a mi alrededor: mi cuerpo, mis pensamientos, mi vida.

Entonces escuché la puerta abrirse.

—Allison —la voz de Evans llenó la habitación, grave y profunda—, ¿estás bien?

Me miré en el espejo. Los ojos rojos, la cara pálida, la respiración irregular. Cada latido parecía anunciar que algo dentro de mí había cambiado para siempre.
Tomé aire, eché agua en la cara otra vez y salí del baño, arrastrando el miedo conmigo.

Evans estaba recostado en la cama, con la camisa abierta hasta la mitad, los músculos marcados bajo la luz tenue. Sus ojos verdes me atravesaron como un imán, y de repente, me sentí diminuta, vulnerable.

—Te ves alterada —dijo, incorporándose un poco—. ¿Ocurre algo?

Negué con la cabeza, aunque la voz no me salía.
—Solo... cansancio.

Su sonrisa me desarmó, pero al instante la ansiedad volvió, más intensa: ¿cómo iba a decirle que estaba embarazada? ¿Cómo podía explicarle que no quería que mi hijo creciera en un mundo donde la muerte era noticia diaria? Cada segundo que lo miraba, mi pecho se apretaba más.

—Entonces ven. Descansa aquí conmigo.

Su tono era más una orden que una invitación, y mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. Di un paso hacia él, sintiendo el aire arder entre nosotros, mientras un miedo puro y brutal me atravesaba: miedo por lo que vendría, miedo por mi secreto, miedo por lo que significaba Evans para mí... y miedo por la vida que llevaba dentro.

Aun así, no podía detenerme. Porque a pesar de todo, Evans seguía siendo mi debilidad... y ahora también, mi única posible salvación.