Me acerqué despacio. El aire entre nosotros se volvió más espeso con cada paso. Evans seguía recostado, pero su mirada no se apartaba de mí.
Era como si pudiera leerme... o desnudarme con los ojos.
—Ven —susurró, esta vez más suave, casi un gemido que me obligó a moverme.
Obedecí. Me senté al borde de la cama, sin atreverme a mirarlo directamente.
Él extendió una mano y me atrajo hacia sí. Mi cuerpo chocó contra el suyo, y de repente todo el ruido del avión desapareció, como si existiéramos solos.
Su pecho estaba cálido contra el mío, su respiración firme rozando mi cuello.
Intenté cerrar los ojos y no temblar, intentar no llorar, intentar no sentir... pero el peso de lo que acababa de descubrir, el bebé, me oprimía el pecho con fuerza.
—Estás helada —dijo, con la voz ronca, acariciándome el brazo—. Tienes frío... no tienes que tener miedo, Allison. Estás segura conmigo.
Quise creerle. Quise aferrarme a esa seguridad. Pero no podía. El miedo seguía allí, punzante:
"¿Cómo lo tomará? ¿Querrá Evans ser padre? Porque la vida... la vida parece odiarme demasiado."
—Evans... —susurré, con un hilo de voz que se quebraba.
—Shhh... —me interrumpió, apoyando la frente contra la mía—. No digas nada. Tranquila... te cuidaré por siempre, preciosa.
Sus labios rozaron los míos, lentos, como buscando permiso.
Mi corazón golpeaba tan fuerte que creí que él podía escucharlo.
El beso llegó sin aviso, profundo, lleno de ansiedad y deseo reprimido. No había ternura: era necesidad. Pura, cruda, peligrosa.
Él deslizó su mano por mi espalda, lenta, firme, rozando mi piel bajo la tela de mi ropa. Un escalofrío recorrió mi columna y se extendió hasta mis brazos, y mi cuerpo respondió antes que mi mente, arqueándose ligeramente hacia él sin que pudiera evitarlo. Cada caricia suya era un fuego controlado, un aviso de peligro y placer mezclados.
Sentí sus dedos en mis hombros, bajando por mis brazos, rozando suavemente mi cuello. Mi pulso se aceleró, mis manos temblaban, y el mundo alrededor desapareció. Solo existíamos nosotros: su calor, su aroma, la presión de su cuerpo contra el mío, y mi propio deseo que gritaba sin palabras.
Sus manos se movieron con delicadeza, explorando mi espalda, mis costados, acariciándome con precisión, y cada roce me hacía temblar de deseo y miedo al mismo tiempo. Me sentí atrapada entre la necesidad de dejarme llevar y el terror de perderme en él, de que todo lo que estaba sintiendo el miedo, la rabia, la confusión por el embarazo, la sensación de que él me oculta algo.
Me separé apenas un instante, jadeando, sintiendo su aliento mezclarse con el mío. Mis ojos buscaron los suyos y encontré algo más que deseo: algo de culpa, de necesidad y de intensidad contenida que me hizo comprender que él también luchaba contra lo mismo que yo.
—No sabes cuánto quisiera mantenerte lejos de todo esto —murmuró casi para sí.
—¿De qué hablas? —pregunté, temblando, pero él solo me abrazó más fuerte, evitando mi mirada.
Apoyé la cabeza sobre su pecho, sintiendo su corazón latir con fuerza bajo mis dedos temblorosos.
En mi mente, solo una pregunta me devoraba:
"¿Qué tanto me estás ocultando, Evans? ¿Y por qué tengo la sensación de que si lo descubro... te perderé para siempre?"
Él me besó en la frente, y por un instante quise creer que ese gesto podía borrar todo lo que sabíamos: que estoy embarazada, que mi vida está en peligro, y que algo en él también está oculto.
Nos estamos cayendo, y nada nos va a salvar.