La brisa marina acariciaba los rostros de los turistas y habitantes de Costa Azul, un pintoresco pueblo costero que parecía sacado de una postal. Las olas rompían suavemente contra la orilla, y el aroma del mar se mezclaba con el de las flores que adornaban las calles adoquinadas. Laia García, con su cabello castaño ondulado recogido en un moño despreocupado y sus ojos verdes brillando con entusiasmo, se encontraba en su trabajo, en la cocina de su restaurante, "Sabores del Mar".
—¿Dónde está mi cuchillo favorito? Laia exclamó, buscando frenéticamente entre los utensilios de la cocina.
—Aquí está, jefa, respondió Marisa, su ayudante, sacando el cuchillo de debajo de una pila de trapos.
—Gracias, Marisa. Hoy tenemos un menú especial, y necesito que todo esté perfecto.
Ese día, Laia estaba especialmente ansiosa. Había recibido la noticia de que un crítico gastronómico de renombre visitará su restaurante. Una buena crítica podría poner a "Sabores del Mar" en el mapa culinario y atraer a más turistas al pequeño pueblo costero. Laia había estado preparando el menú y ajustando los detalles durante semanas, buscando impresionar a quien podría cambiar su destino profesional.
Laia se giró hacia el comedor del restaurante, donde los clientes comenzaban a llenar las mesas. Entre ellos, un hombre alto y atlético de cabello negro y ojos azules entró, luciendo algo perdido. Laia lo observó con curiosidad mientras se dirigía a una mesa cerca de la ventana.
—Ese debe ser el crítico gastronómico del que hablaban, pensó Laia, —tengo que impresionarlo.
Decidida a causar una buena impresión, Laia decidió preparar un platillo experimental que había estado perfeccionando: camarones en una salsa de ají picante con un toque secreto de chocolate. Era un riesgo, pero Laia estaba segura de que valdría la pena.
Mientras tanto, Alejandro Torres, el ingeniero naval que acababa de llegar al pueblo para supervisar la construcción del nuevo puerto, solo quería un almuerzo rápido. Había oído hablar de "Sabores del Mar" y decidió probarlo, sin saber que estaba a punto de ser el centro de un malentendido.
—Hola, soy Laia, la chef y propietaria. Hoy tengo algo especial para usted, dijo Laia con una sonrisa, sirviendo el platillo con una floritura.
Alejandro miró el platillo, intrigado y un poco desconcertado por la atención especial. Tomó un bocado, y su rostro pasó de la sorpresa al pánico mientras el picante explotaba en su boca. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y empezó a toser.
—¡Agua, por favor! logró decir entre toses.
Laia, dándose cuenta de su error, corrió a traerle un vaso de agua.
—¡Lo siento tanto! Pensé que usted era el crítico gastronómico, se disculpó Laia, sintiendo sus mejillas arder de vergüenza.
—No se preocupe, dijo Alejandro, recuperando el aliento y sonriendo a pesar de las lágrimas en sus ojos, —aunque tengo que admitir, esto es lo más emocionante que me ha pasado desde que llegué al pueblo.
Ambos rieron, y así, en medio de risas y lágrimas, se inició una conversación que los llevó a conocerse mejor.
—¿Así que pensaste que era un crítico gastronómico? preguntó Alejandro, aún sonriendo.
—Sí, lo siento mucho, respondió Laia, aún algo avergonzada, —creo que estaba demasiado nerviosa. Soy Laia, por cierto.
—Alejandro, un placer conocerte, dijo él, estrechando su mano, —entonces, ¿cuánto tiempo llevas con el restaurante?
—Desde hace tres años. Es mi sueño hecho realidad. Siempre quise tener un lugar donde pudiera compartir mi amor por la cocina. ¿Y tú? ¿Qué te trae a Costa Azul?
—Trabajo en la construcción de un nuevo puerto aquí en el pueblo. Soy ingeniero naval, respondió Alejandro, —necesitaba un cambio de aires y este proyecto parecía perfecto.
—¿De dónde eres originalmente? preguntó Laia, interesada.
—Soy de Barcelona, pero he estado viajando mucho por trabajo en los últimos años, dijo Alejandro, —y tú, ¿eres de aquí?
—No, en realidad soy de Argentina. Me mudé aquí, escapando de una crisis económica, buscando un lugar más tranquilo y propicio para mi restaurante, primero fui a Madrid, pero era demasiado grande, explicó Laia, —y Costa Azul me pareció perfecto.
—Parece un lugar encantador. Aunque debo decir que no esperaba un almuerzo tan… emocionante, bromeó Alejandro, lo que hizo que ambos rieran nuevamente.
A medida que la tarde avanzaba, Laia y Alejandro continuaron charlando sobre sus vidas, sus sueños y los desafíos que habían enfrentado. Descubrieron que compartían una pasión por sus respectivas profesiones y una curiosidad por la vida del otro. La chispa de interés mutuo era evidente, aunque ninguno de los dos estaba dispuesto a admitirlo tan pronto.
—Me encantaría volver a probar tus platillos, pero tal vez algo menos picante la próxima vez, dijo Alejandro con una sonrisa traviesa mientras se levantaba para irse.
—Lo tendré en cuenta, respondió Laia, devolviéndole la sonrisa.
Alejandro salió de "Sabores del Mar" con una sonrisa en la boca y el pensamiento de que esa argentina era guapa, simpática y sabía cocinar, aunque a él no le fuera el picante. Se detuvo un momento en la puerta, respirando el aire salado del mar mientras repasaba la extraña pero encantadora interacción que acababa de tener.
—Laia... murmuró para sí mismo, sonriendo al recordar su risa y sus ojos verdes brillantes.
A medida que caminaba por las calles adoquinadas de Costa Azul, no podía evitar sentirse intrigado por la chef. Había algo en su pasión y en su torpeza encantadora que lo había cautivado. Mientras avanzaba, Alejandro pensó en cómo sería conocerla mejor, quizás en circunstancias menos accidentadas.
Editado: 19.08.2024