Laia se levantó de la mesa con una última sonrisa para Alejandro antes de regresar a la cocina. El restaurante comenzaba a llenarse con los primeros clientes del día, y Laia quería asegurarse de que todo estuviera perfecto. Alejandro se quedó sentado, disfrutando de su café mientras observaba a Laia moverse con eficiencia y gracia entre los fogones y las mesas.
Aprovechando el ambiente tranquilo y la inspiración del momento, Alejandro sacó su cuaderno de bocetos y un lápiz de su bolso. Abrió el cuaderno en una página en blanco y comenzó a dibujar. Los trazos rápidos y seguros de su lápiz empezaron a formar las líneas del nuevo puerto en el que estaba trabajando. Había algo en la atmósfera del restaurante y en la presencia de Laia que hacía que las ideas fluyeran con facilidad.
Cada pocos minutos, Alejandro levantaba la vista del cuaderno para mirar a Laia. La observaba interactuar con sus clientes, con una sonrisa genuina y una risa que parecía alegrar a todos a su alrededor. Ella era el corazón palpitante de "Sabores del Mar", y eso lo inspiraba profundamente.
Los bocetos del puerto comenzaron a tomar forma, con detalles que Alejandro había imaginado pero que ahora parecían más claros y definidos. Visualizó el puerto como un lugar vibrante y lleno de vida, al igual que el restaurante. Dibujó barcos entrando y saliendo, tiendas y cafés a lo largo del paseo marítimo, y personas disfrutando de la belleza del lugar.
Mientras trabajaba, Alejandro se sumergió completamente en su arte, perdiendo la noción del tiempo. Laia, por su parte, seguía atendiendo a los clientes, pero no podía evitar echar un vistazo de vez en cuando hacia la mesa donde Alejandro estaba sentado. Había algo intrigante en la concentración que mostraba mientras dibujaba.
Finalmente, Laia encontró un momento de calma y se acercó de nuevo a Alejandro, curiosa por ver en qué estaba trabajando.
Laia se inclinó ligeramente sobre la mesa para ver los bocetos de Alejandro, sus ojos llenos de admiración.
—¿Qué estás dibujando? preguntó con una sonrisa, acercándose un poco más.
Alejandro levantó la vista y le devolvió la sonrisa.
—Estoy haciendo unos bocetos para el nuevo puerto, respondió, girando el cuaderno para que ella pudiera ver. —Este lugar me ha dado mucha inspiración.
Laia miró los dibujos con admiración.
—Son impresionantes, Alejandro. Tienes mucho talento.
—Gracias, dijo él, sintiendo un calor en el pecho ante su elogio. —Pero creo que este lugar, y tú, tienen mucho que ver con eso.
Laia se sonrojó ligeramente, pero su sonrisa se mantuvo.
—Es un honor saber que nuestro pequeño rincón te inspira. Hizo una pausa, luego añadió—: Y estoy muy feliz de que sea el puerto lo que se construye y no ese complejo turístico que se había planeado antes.
Alejandro arqueó una ceja, curioso.
—¿De verdad? ¿Por qué?
—Un puerto es mucho más que solo un lugar donde atracan barcos. Es una conexión con el mundo, una puerta abierta a nuevas oportunidades y aventuras, explicó Laia, sus ojos brillando con pasión. —Un complejo turístico, en cambio, habría cambiado completamente el espíritu de Costa Azul. No quiero que nuestro pueblo pierda su esencia y su encanto único. Un puerto puede traer progreso sin sacrificar nuestra identidad.
Alejandro asintió, comprendiendo su perspectiva.
—Tienes razón, Laia. El objetivo del proyecto es precisamente eso: mejorar el acceso y las oportunidades sin alterar el carácter especial de Costa Azul. Quiero que siga siendo un lugar acogedor y auténtico.
Laia sonrió, visiblemente aliviada.
—Me alegra escucharlo. Costa Azul es un lugar muy especial para mí y para muchos otros. Me reconforta saber que alguien como tú está a cargo del proyecto.
Alejandro sintió una oleada de alegría y responsabilidad. La opinión de Laia, alguien que claramente amaba y entendía el espíritu de Costa Azul, significaba mucho para él.
—Haré todo lo posible para asegurarme de que este proyecto beneficie a todos aquí, dijo con firmeza. —Gracias por tu confianza.
Laia asintió, volviendo a sonreír.
—Confío en ti, Alejandro. Sé que harás un gran trabajo. Ahora, si me disculpas, debo regresar a la cocina. Pero no dudes en llamarme si necesitas algo más.
—Claro, gracias, Laia, dijo Alejandro, devolviendo la sonrisa mientras ella se alejaba para continuar con sus tareas.
Volviendo a sus bocetos, Alejandro se sintió más motivado que nunca. No solo tenía la inspiración del hermoso entorno de Costa Azul, sino también el apoyo y la confianza de alguien tan especial como Laia. Sabía que este proyecto era más que un simple trabajo; era una oportunidad para contribuir al futuro de un lugar que ya se había ganado un lugar en su corazón.
Mientras Alejandro se sumergía en sus bocetos, su teléfono móvil vibró en la mesa, sacándolo de su concentración. Miró la pantalla y vio que era Jean, el responsable de obras del municipio. Intrigado, contestó la llamada.
—Hola, Jean. ¿Qué tal? dijo Alejandro con una sonrisa, esperando noticias rutinarias sobre el proyecto.
Del otro lado de la línea, la voz de Jean sonaba seria y preocupada.
—Alejandro, necesito hablar contigo sobre algo importante. Es extraoficial, pero no podía dejar de avisarte.
Alejandro frunció el ceño, enderezándose en su asiento.
—¿De qué se trata?
—Es el Sr. Torres, respondió Jean con un suspiro. —Sigue insistiendo en su proyecto del complejo turístico. Ha estado moviendo hilos y, según lo que he escuchado, no le falta dinero para sobornar a la gente. Está decidido a seguir adelante, y está dispuesto a hacer lo que sea necesario.
Editado: 19.08.2024