Sabores de Amor y Misterio

Capítulo 5: Un Desayuno de Confidencias

La mañana siguiente amaneció brillante y clara en Costa Azul, con un aire fresco que auguraba un día prometedor. Laia se encontraba en "Sabores del Mar" desde temprano, preparando el desayuno para los primeros clientes del día. Mientras colocaba tazas de café y croissants recién horneados en las mesas, su mente volvía una y otra vez a la tarde anterior, reviviendo cada momento compartido con Alejandro.

Marisa entró en la cocina, tarareando una melodía alegre. Notó de inmediato el brillo en los ojos de Laia y su sonrisa radiante.

—Buenos días, Laia, dijo Marisa con una sonrisa traviesa. —Parece que alguien tuvo una tarde muy especial ayer.

Laia se rió, sin poder contener su entusiasmo.

—Buenos días, Marisa, respondió, girándose para enfrentar a su amiga. —Sí, fue una tarde increíble. Tengo tanto que contarte.

Marisa sirvió dos tazas de café y le pasó una a Laia antes de sentarse a la mesa de la cocina.

—Bueno, suelta todo, dijo Marisa, apoyando la barbilla en las manos, lista para escuchar.

Laia tomó un sorbo de café, intentando contener la emoción mientras comenzaba a relatar los eventos del día anterior.

—Alejandro y yo paseamos por todo el pueblo. Le mostré mis lugares favoritos, y la conexión entre nosotros era... mágica, Marisa. Hablamos de todo, desde nuestras infancias hasta nuestros sueños para el futuro.

Marisa levantó una ceja, intrigada.

—¿Y entonces? ¿Pasó algo más?

Laia asintió, su sonrisa ensanchándose.

—Sí, después de un rato, Alejandro me confesó que sentía una conexión especial conmigo. Me preguntó si podíamos conocernos más, sin presiones ni etiquetas, solo disfrutando del tiempo juntos y viendo a dónde nos lleva.

Marisa soltó una risita, claramente emocionada por su amiga.

—¡Eso es maravilloso, Laia! Me alegra tanto escuchar eso. ¿Y tú qué le dijiste?

—Le dije que sí, —respondió Laia, todavía sorprendida por su propia valentía. —Porque siento lo mismo. Desde que llegó, ha habido algo especial entre nosotros, y quiero explorar eso.

Marisa la miró con cariño, sintiendo un orgullo fraternal.

—Siempre supe que había algo entre ustedes, desde la primera vez que lo vi en el restaurante. Pero cuéntame más, ¿cómo te sientes con todo esto?

Laia se recostó en su silla, dejando escapar un suspiro de felicidad.

—Me siento... ilusionada, Marisa. No había sentido esto en mucho tiempo. Con Alejandro, todo parece encajar de manera tan natural y fluida. Estoy emocionada por lo que pueda venir.

Marisa tomó la mano de Laia, apretándola suavemente.

—Eso es lo que más me alegra escuchar, amiga. Mereces ser feliz y encontrar a alguien con quien compartir tu vida. Y si Alejandro es esa persona, entonces estoy feliz por ti.

En ese momento, un grupo de clientes entró al restaurante, y Laia se levantó para atenderlos, pero no sin antes darle a Marisa un abrazo rápido y agradecido.

—Gracias, Marisa, por siempre estar ahí para escucharme, —dijo Laia.

—Para eso están las amigas, —respondió Marisa con una sonrisa. —Ahora, a trabajar, que tenemos un día ocupado por delante.

Mientras Laia se dirigía a los clientes, su corazón seguía latiendo con emoción. Sabía que el camino por delante no sería fácil, especialmente con los desafíos que el proyecto del puerto y la sombra del Sr. Torres presentaban, pero con Alejandro a su lado, sentía que podía enfrentar cualquier cosa.

Y así, con una nueva chispa de esperanza, Laia comenzó su día, Alejandro también se preparaba para un nuevo día, pensando en la mujer que había transformado su vida de maneras que nunca había imaginado y en tan poco tiempo, aún no lograba entender como alguien al que no conocía mucho podía remover tanto en él.

Alejandro había estado trabajando en su oficina portátil, revisando planos y haciendo llamadas. Pero su mente no podía dejar de pensar en Laia y la tarde maravillosa que habían compartido. Decidió que necesitaba verla de nuevo y aprovechó la excusa perfecta: un desayuno en "Sabores del Mar". Para no hacerlo tan obvio, invitó a su compañero de trabajo, Carlos, a que lo acompañara.

—¿Vamos a desayunar, Carlos? sugirió Alejandro con una sonrisa. —Te prometo que el lugar es increíble.

Carlos aceptó encantado y juntos se dirigieron al restaurante. Al llegar, Alejandro notó a Laia atendiendo a los clientes con su habitual encanto y eficiencia. Al verlo entrar, Laia sonrió, sus ojos brillando con alegría.

Alejandro y Carlos se sentaron en una mesa cerca de la ventana, y Laia se acercó con su libreta en mano.

—¡Buenos días! —saludó Laia con entusiasmo. —¿Qué les puedo traer?

Antes de que Alejandro pudiera responder, Laia se inclinó y, con esa espontaneidad que la caracteriza, le dio un beso en la boca. Alejandro, sorprendido, no reaccionó de inmediato, pero luego la cogió de la cintura y profundizó el beso, para sorpresa de todos los presentes.

Los clientes y empleados del restaurante quedaron momentáneamente en silencio, observando la escena con asombro. Marisa, que había salido de la cocina, se quedó con la boca abierta, pero luego una sonrisa de satisfacción apareció en su rostro.

Cuando finalmente se separaron, Alejandro y Laia se miraron a los ojos, ambos sonriendo.

—Lo siento, dijo Laia, un poco avergonzada pero feliz. —No pude evitarlo.

Alejandro negó con la cabeza, todavía sosteniéndola por la cintura.

—No te disculpes, respondió con una sonrisa. —No me quejo en absoluto.

Carlos, tratando de aliviar la tensión, tosió ligeramente.

—Entonces, ¿qué hay de desayuno? preguntó, provocando risas entre los presentes.

Laia se apartó ligeramente de Alejandro, aunque todavía sentía la calidez de su abrazo.

—Claro, dijo, recuperando su profesionalismo. —Hoy tenemos croissants frescos, tostadas con aguacate, y nuestros famosos sándwiches gourmets.

Alejandro y Carlos hicieron sus pedidos, y mientras Laia se dirigía a la cocina para prepararlos, Marisa se acercó a Alejandro con una sonrisa cómplice.




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