Sabores de Amor y Misterio

Capítulo 6: Flores Indeseadas

Capítulo 6: Flores Indeseadas

El Sr. Torres se marchó de "Sabores del Mar" con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos, sus pensamientos girando en torno al rechazo que acababa de experimentar. No estaba acostumbrado a que lo rechazaran, y mucho menos por una mujer que había captado su interés. Mientras se alejaba del restaurante, su mente ya estaba maquinando una forma de devolver el golpe.

Esa misma noche, Torres se sentó en su estudio, rodeado de lujos y opulencia, y llamó a su investigador privado de confianza, Manuel.

—Manuel, necesito que investigues a alguien para mí. Se llama Alejandro Serrano, es ingeniero naval y está a cargo del proyecto del puerto en Costa Azul. Quiero saber todo sobre él, dijo Torres con un tono que no admitía discusiones.

Manuel, que conocía bien el temperamento de su jefe, asintió sin hacer preguntas innecesarias.

—Lo tendrás para mañana por la noche, señor Torres, respondió antes de colgar.

A la mañana siguiente, Alejandro trabajaba en su oficina portátil, revisando los planos del puerto y planificando las siguientes etapas del proyecto. Su mente, sin embargo, no podía evitar vagar hacia los recuerdos de la tarde anterior con Laia, sus risas, sus conversaciones profundas y el beso bajo el sol del atardecer.

Mientras tanto, Torres recibió la llamada de Manuel confirmando que tenía la información que había solicitado. Sonriendo con malicia, Torres se acomodó en su sillón y escuchó atentamente.

—Alejandro Serrano, ingeniero naval, encargado del proyecto del puerto en Costa Azul, comenzó Manuel. —Ha trabajado en varios proyectos importantes antes de este. Parece ser un tipo bastante limpio, sin escándalos ni problemas legales. Excepto en su último proyecto que el dueño lo despisió despues de que su hija dijera que Alejandro la acosaba, aunque todo el mundo sabia que era al revés. Ella lo perseguia y el se negaba a tener algo con la hija del jefe ya que era bastante caprichosa.

Pero su talón de Aquiles parece ser su compromiso con el puerto y, por supuesto, su relación con la chef del restaurante, Laia.

Torres se relamió los labios, su mente ya formando un plan.

—Perfecto, Manuel. Quiero que sigas investigando y me mantengas informado. Este tipo ha interferido en mis planes, y quiero asegurarme de que no se salga con la suya, dijo Torres, sus ojos brillando con una peligrosa mezcla de venganza y codicia.

Los días en Costa Azul transcurrían entre el ritmo constante del trabajo en el puerto y la bulliciosa actividad en "Sabores del Mar". Alejandro y Laia seguían fortaleciendo su relación, disfrutando de cada momento que podían pasar juntos. Sin embargo, un nuevo y persistente inconveniente comenzó a enturbiar su felicidad.

Cada mañana, justo cuando Laia llegaba al restaurante, encontraba un ramo de flores esperando en la puerta. Al principio, pensó que se trataba de un gesto amable de algún cliente agradecido, pero pronto se dio cuenta de que las flores no eran simples obsequios. Los ramos estaban acompañados por notas firmadas con las iniciales "S.T."

La primera vez, Laia frunció el ceño al leer la tarjeta. No le tomó mucho tiempo darse cuenta de que Sergio Torres estaba detrás de los obsequios. Con una mezcla de frustración y desagrado, tiró las flores a la basura sin pensarlo dos veces.

Los días siguientes, las flores siguieron llegando puntualmente. Cada vez, Laia las tiraba sin abrir la tarjeta. No quería darle a Torres la satisfacción de saber que sus regalos le estaban causando algún impacto. Sin embargo, la situación empezó a afectarla, y sabía que debía hablar con Alejandro al respecto.

Una tarde, después de que el restaurante cerrara y el personal se retirara, Laia y Alejandro se sentaron juntos en la pequeña terraza del restaurante, disfrutando de una copa de vino. Laia, sintiéndose inquieta, decidió que era el momento de contarle todo.

—Alejandro, hay algo que necesito decirte, comenzó Laia, mirando a su copa de vino. —Últimamente, he estado recibiendo flores todos los días. Siempre son del mismo remitente: Sergio Torres.

Alejandro se tensó de inmediato, su expresión cambió a una mezcla de preocupación y molestia.

—¿Torres te está enviando flores? ¿Desde cuándo? preguntó, tratando de mantener la calma.

—Desde hace una semana, respondió Laia, suspirando. —Las tiro cada vez que llegan, pero no quería ocultarlo. No quiero que pienses que estoy escondiendo algo. Solo quería manejarlo sola sin preocupar a nadie, pero está empezando a ser demasiado.

Alejandro tomó la mano de Laia y la miró a los ojos, su expresión suavizándose.

—Gracias por contármelo, Laia. Sé que Torres es un problema. Está claro que no está acostumbrado a que le digan que no. Pero no tienes que enfrentarlo sola. Estamos en esto juntos.

Laia le sonrió, sintiéndose aliviada por su apoyo.

—Sé que podemos manejarlo juntos, Alejandro. Solo me preocupa que esto pueda escalar. Torres no parece ser del tipo que se da por vencido fácilmente.

Alejandro asintió, sus pensamientos ya maquinando cómo podían contrarrestar las acciones de Torres.

—Tienes razón. Necesitamos pensar en una forma de ponerle fin a esto de una vez por todas. Tal vez deberíamos hablar con alguien en la municipalidad o incluso considerar tomar acciones legales si sigue acosándote, sugirió Alejandro.

Laia asintió, sabiendo que Alejandro tenía razón.

—Sí, quizás eso sea lo mejor. No quiero que esto afecte nuestro trabajo o nuestra relación.

Alejandro le dio un suave apretón a su mano.

—No dejaremos que Torres nos intimide, Laia.

La mañana siguiente, Laia llegó al restaurante con una nueva determinación. Como esperaba, encontró otro ramo de flores en la puerta. Sin embargo, esta vez, en lugar de tirarlas de inmediato, las llevó dentro y las dejó sobre una mesa.

—Marisa, quiero que guardes estas flores. Vamos a usarlas como evidencia si es necesario, le dijo a su amiga y colega.




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