El restaurante más lujoso de la ciudad volvía a ser el escenario de una reunión crucial. Sergio Torres se acomodaba en una mesa privada, esperando con confianza la llegada del intendente Alberto Velázquez. Estaba seguro de que la oferta que le había presentado la última vez sería irresistible, y que Velázquez no tendría más remedio que aceptar sus términos.
Alberto llegó puntual, su rostro serio y decidido. Al sentarse, Torres le dirigió una sonrisa que irradiaba seguridad y satisfacción.
—Alberto, me alegra verte. Espero que hayas tenido tiempo de reflexionar sobre nuestra conversación, dijo Torres, levantando su copa de vino en un brindis anticipado.
Velázquez tomó un sorbo de agua antes de hablar, sus ojos fijos en los de Torres.
—Sí, Sergio, he pensado mucho en lo que me dijiste, comenzó, manteniendo un tono neutral. —He hablado con mis padres y reflexionado sobre lo que es mejor para el pueblo.
Torres asintió, confiado en que sus argumentos y promesas habían surtido efecto.
—Estoy seguro de que entenderás la importancia de este proyecto turístico para el futuro de Costa Azul, dijo Torres, con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas sobre su expectativa de una respuesta afirmativa.
Alberto respiró hondo antes de continuar.
—Sergio, he decidido seguir adelante con el proyecto del puerto. Mis padres, y muchos otros en el pueblo, creen que el puerto es esencial para mantener nuestra identidad y fortalecer nuestra economía sin sacrificar lo que hace especial a Costa Azul, dijo Velázquez, con firmeza y resolución.
La sonrisa de Torres se desvaneció lentamente, sustituida por una expresión de incredulidad y creciente ira.
—¿Qué estás diciendo, Alberto? ¿Estás rechazando mi oferta? preguntó Torres, su voz comenzando a alzarse.
—Así es, Sergio. Aprecio tu interés, pero el proyecto del puerto es lo mejor para nuestro pueblo, respondió Velázquez, manteniendo la calma a pesar de la tensión evidente en el ambiente.
Torres se reclinó en su silla, su rostro ahora sombrío y sus ojos llenos de furia contenida.
—No puedo creer que estés eligiendo a ese ingeniero y su maldito proyecto sobre la oportunidad de transformar este lugar en un destino turístico de primer nivel, espetó Torres, apretando los puños.
Alberto sostuvo la mirada de Torres sin parpadear.
—No se trata de elegir a una persona sobre otra, Sergio. Se trata de hacer lo correcto para nuestra comunidad, para las personas que han vivido aquí toda su vida y para las generaciones futuras. El proyecto del puerto es lo que ellos quieren y necesitan, dijo Velázquez con convicción.
Torres se inclinó hacia adelante, su voz un susurro amenazante.
—No sabes con quién te estás metiendo, Alberto. Tengo recursos y conexiones que puedes no imaginar. No voy a permitir que un ingeniero cualquiera y una chef de pueblo se interpongan en mis planes.
Velázquez se levantó, dispuesto a terminar la conversación.
—Eso es exactamente lo que planeo hacer, Sergio. Y te aseguro que no estaré solo en esto. La comunidad entera está detrás del proyecto del puerto. Buenas noches, dijo, girándose para salir del restaurante.
Torres observó cómo se alejaba, su mente ya trabajando en un nuevo plan. Sabía que no podía subestimar a Velázquez ni a la determinación del pueblo. Pero también sabía que tenía los medios para cambiar el juego a su favor, y estaba decidido a usar todos sus recursos para asegurarse de que Costa Azul se convirtiera en su próxima conquista.
Mientras el intendente salía del restaurante, Torres levantó su copa de vino y la arrojó contra la pared, viendo cómo se rompía en mil pedazos, reflejo de su frustración y rabia. Pero en su interior, una resolución oscura comenzaba a formarse. No iba a permitir que un simple rechazo lo detuviera. La guerra por Costa Azul apenas había comenzado.
Sergio Torres, tras la humillante derrota en su reunión con el intendente Alberto Velázquez, se retiró a su oficina, donde la frustración rápidamente se transformó en una fría y calculada determinación. Sabía que para lograr su objetivo debía recurrir a tácticas más siniestras y usar todas las cartas a su disposición. Así, comenzó a diseñar un plan que involucraría corrupción, intimidación y manipulación.
Torres comenzó por reunir a sus abogados y consultores más inescrupulosos. La primera fase de su plan consistía en identificar a los concejales y funcionarios clave del ayuntamiento que podrían ser sobornados o extorsionados. Mediante una serie de investigaciones privadas, encontró información comprometedora sobre varios de ellos: asuntos extramaritales, problemas de deudas y corrupción pasada. Con esta información, Torres planeaba presionarlos para que apoyaran su proyecto turístico.
—Nos aseguraremos de que cada uno de estos funcionarios tenga una razón personal para votar a nuestro favor, —dijo Torres a su equipo, mientras repartía expedientes llenos de pruebas incriminatorias.
En el acogedor restaurante "Sabores de Mar", Laia y Alejandro se sentaron junto a una mesa en una esquina privada, esperando la llegada del intendente Velázquez. Habían recibido un mensaje urgente de él, solicitando una reunión a la mayor brevedad posible. Cuando Velázquez finalmente llegó, su expresión era seria y preocupada.
—Gracias por venir tan rápido, dijo Velázquez mientras tomaba asiento. —Tenemos mucho de qué hablar, y el tiempo no está de nuestro lado.
Laia, visiblemente inquieta, fue la primera en hablar.
—Intendente, ¿qué está pasando? Sabemos que Torres no está contento, pero ¿qué más hay detrás de esto?
Velázquez suspiró y se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.
—Sergio Torres ha estado más activo de lo que imaginábamos. No solo ha estado intentando sobornar a concejales y funcionarios, sino que también ha comenzado a intimidar a aquellos que se oponen a su proyecto turístico. Recientemente, descubrí que ha estado utilizando tácticas sucias para desacreditar el proyecto del puerto.
Editado: 19.08.2024