Sabores de Amor y Misterio

Capítulo 8:  Cena Especial

Laia y Alejandro se despidieron de Velázquez y Marisa, sintiendo la gravedad de la situación, pero también una chispa de esperanza gracias a la nueva estrategia. Ambos regresaron a sus respectivos trabajos, sumergiéndose en sus tareas cotidianas, pero con la mente siempre volviendo a la próxima reunión.

Esa noche, Laia decidió que era el momento perfecto para tener una velada tranquila con Alejandro, lejos de las preocupaciones del día. Quería preparar algo especial para él, una cena íntima en su hogar. Mientras el sol se ponía, llenando el cielo de tonos rosados y dorados, Laia se dirigió a su casa y comenzó a cocinar.

Preparó un menú que reflejaba tanto su herencia argentina como los sabores que había aprendido a amar en Costa Azul. Hizo empanadas de carne jugosas, una ensalada fresca con ingredientes locales y un bife de chorizo con chimichurri. Para el postre, eligió una mousse de dulce de leche que sabía que Alejandro adoraría.

A medida que los aromas llenaban su pequeña cocina, Laia sintió una mezcla de nervios y emoción. Quería que todo fuera perfecto, no solo por la comida, sino también por el ambiente. Encendió algunas velas, puso una música suave y se aseguró de que la mesa estuviera impecable, con una botella de buen vino lista para ser descorchada.

Poco antes de la hora acordada, Alejandro llegó a la puerta de Laia con una sonrisa en el rostro y una botella de vino en la mano. Al abrir la puerta, Laia sintió una oleada de calidez al verlo.

—Buenas noches, dijo Alejandro, entregándole la botella. —Espero que te guste el vino. Es de una bodega que descubrí en uno de mis viajes.

—Estoy segura de que será perfecto, respondió Laia, tomando la botella y dándole un rápido beso en los labios. —Pasa, siéntete como en casa.

Alejandro entró y se dejó envolver por el ambiente acogedor que Laia había creado. La mesa estaba bellamente puesta, y los aromas provenientes de la cocina eran tentadores.

—Huele increíble, Laia. No sé cómo logras hacer que todo se vea y huela tan bien, dijo, admirando la mesa y las velas encendidas.

—Es un pequeño talento que tengo, respondió Laia con una sonrisa traviesa. —Espero que tengas hambre.

—Más que nunca, dijo Alejandro, sentándose a la mesa y sirviendo el vino.

La cena transcurrió en un ambiente relajado y cálido. Laia y Alejandro hablaron de sus días, de los pequeños detalles que les alegraban la vida y, por supuesto, de los desafíos que enfrentaban con Sergio Torres. Sin embargo, esa noche decidieron centrarse en disfrutar de la compañía del otro y en construir recuerdos agradables.

—¿Sabes? dijo Alejandro, después de un bocado de bife de chorizo. —Podría acostumbrarme a cenas así de deliciosas. Todo está perfecto, Laia. Gracias por esto.

Laia sonrió, sintiéndose feliz de verlo tan contento.

—Me alegra que te guste. Quería que esta noche fuera especial. Con todo lo que está pasando, necesitamos estos momentos para recordarnos por qué estamos luchando.

Alejandro asintió, tomando la mano de Laia sobre la mesa.

—Tienes razón. Y quiero que sepas que, pase lo que pase, estoy aquí contigo. No dejaré que Torres nos arruine ni a nosotros ni a Costa Azul.

Laia apretó su mano, sintiendo una profunda conexión con él.

—Lo sé, Alejandro. Y yo estaré aquí contigo también, en cada paso del camino.

Después de la cena, se trasladaron al pequeño sofá de Laia, con copas de vino en la mano, disfrutando del ambiente tranquilo. Hablaron de sueños, de lugares que querían visitar juntos y de lo que esperaban para el futuro. La noche transcurrió en una mezcla de risas, susurros y miradas cómplices, hasta que finalmente, se quedaron dormidos en el sofá, envueltos en los brazos del otro.

Después de un par de horas de sueño, Alejandro se despertó al sentir el peso suave de Laia sobre él. La vista de su rostro tranquilo, descansando contra su pecho, le provocó una sonrisa cálida y una oleada de ternura. Aunque su corazón latía con fuerza por la cercanía y el contacto, sabía que lo mejor sería llevarla a su cama para que ambos pudieran descansar cómodamente.

Con mucho cuidado, Alejandro se levantó del sofá, asegurándose de no despertarla. La tomó en brazos con suavidad, notando lo ligera y frágil que se sentía en comparación con su fuerza. Caminó con pasos sigilosos hacia el dormitorio de Laia, intentando no tropezar ni hacer ruido.

Laia, aunque se había despertado con el movimiento, decidió mantener los ojos cerrados y seguir el juego. Quería ver cómo Alejandro actuaría en esa situación, y lo que vio la llenó de una calidez inesperada. Él la manejaba con tanta ternura y cuidado que a Laia le dieron ganas de amarlo sin reservas.

Alejandro la depositó con delicadeza sobre la cama, arreglando las sábanas para que estuviera cómoda. Laia, con el corazón acelerado, siguió fingiendo estar dormida. Observó por debajo de sus pestañas cómo él salía de la habitación y regresaba momentos después con una manta.

Justo cuando él iba a colocar la manta sobre ella, Laia abrió los ojos y, con un movimiento rápido y juguetón, lo tomó del brazo y lo tiró hacia ella en la cama. Alejandro, sorprendido, dejó escapar una risa antes de caer junto a ella.

—¿Qué haces, pillina? dijo entre risas, mientras Laia lo miraba con ojos brillantes y traviesos.

—No te vayas, susurró Laia, sintiendo una mezcla de emoción y valentía. —Quédate conmigo.

Sin poder resistir más, Alejandro se inclinó sobre ella y comenzó a besarla, primero con suavidad, luego con una pasión creciente. Los besos se intensificaron, llenos de deseo y ternura, mientras sus manos exploraban con cuidado, descubriendo cada rincón del otro.

Laia, sintiendo la sinceridad y el amor en cada uno de los gestos de Alejandro, respondió con igual fervor. Sus dedos se entrelazaron en el cabello de él, atrayéndolo más cerca, mientras sus cuerpos se ajustaban perfectamente en un abrazo íntimo.




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