Luego de desayunar, cada uno se fue a su trabajo con una sonrisa que no podían disimular. Laia, sintiendo la calidez de la noche anterior y la mañana compartida con Alejandro, caminaba hacia su restaurante con un aire ligero y una alegría que iluminaba su rostro.
Sin embargo, esa alegría se desvaneció momentáneamente al entrar en el restaurante y encontrar el ramo de flores que la esperaba en el mostrador, como cada mañana. Las flores, aunque hermosas y cuidadosamente seleccionadas, se habían convertido en un recordatorio diario de la insistencia de Sergio Torres, una insistencia que cada vez le generaba más rechazo.
Laia sintió una oleada de frustración y enojo al ver el ramo. “¿Cuándo entenderá que no quiero saber nada de él?”, pensó mientras se dirigía al mostrador para recoger las flores.
Marisa, que estaba organizando las mesas del comedor, notó el cambio en el semblante de Laia y se acercó con una expresión de preocupación.
—¿Otro ramo de ese pesado?, preguntó Marisa, cruzando los brazos sobre el pecho. —No entiendo cómo no se da cuenta de que lo rechazas.
Laia suspiró, tomando el ramo con un movimiento brusco y llevándolo hacia la trastienda, donde guardaba todos los otros ramos y las tarjetas que los acompañaban como pruebas, en caso de que decidiera denunciarlo.
—Sí, otra vez. Es como si no entendiera la palabra 'no'. Ayer mismo tuvo el descaro de coquetearme en el restaurante. No sé qué más hacer para que se detenga, dijo Laia, colocando el ramo con los demás.
Marisa frunció el ceño y sacudió la cabeza.
—Ese hombre es un verdadero problema. ¿Le dijiste a Alejandro?
Laia asintió, su expresión mostrando una mezcla de frustración y cansancio.
—Sí, se lo dije. No quiero que esto genere desconfianza entre nosotros, así que prefiero ser completamente abierta con él. Alejandro entiende la situación, pero me preocupa que Torres siga insistiendo.
Marisa puso una mano en el hombro de Laia y le dio un apretón de apoyo.
—Estamos contigo, Laia. Todos en el pueblo sabemos quién es Torres y lo que puede llegar a hacer. No estás sola en esto.
Laia sonrió agradecida, aunque la preocupación aún se reflejaba en sus ojos.
—Gracias, Marisa. Eso significa mucho para mí. Ahora, vamos a concentrarnos en preparar todo para el almuerzo. Necesito enfocarme en algo positivo.
Con ese impulso, ambas se pusieron a trabajar, preparando el restaurante para el ajetreo del mediodía. Aunque el pensamiento de Sergio Torres seguía rondando en la mente de Laia, decidió no dejar que su presencia arruinara su día.
Mientras tanto, Alejandro, en su oficina del puerto, estaba de buen humor. El recuerdo de la noche anterior y la mañana con Laia lo llenaban de energía y determinación. Sabía que había desafíos por delante, especialmente con el proyecto del puerto y la constante amenaza de Torres, pero estaba decidido a enfrentarlos con Laia a su lado.
Llegando al mediodía, el restaurante Sabores de Mar comenzaba a llenarse con los clientes habituales y algunos turistas que habían escuchado sobre las delicias que ofrecía el lugar. Laia, a pesar de la molestia constante de recibir flores de Sergio Torres, se enfocaba en mantener el ambiente acogedor y la calidad en cada plato.
Justo cuando el reloj marcaba las doce y media, la puerta se abrió y Sergio Torres entró, acompañado de un hombre de traje, claramente su abogado. Laia, al verlo, sintió una punzada de incomodidad, pero mantuvo su profesionalidad y continuó atendiendo a sus clientes.
Marisa, que estaba en la cocina, notó la llegada de Torres y se acercó a Laia.
—Ahí está el viejo pesado otra vez. ¿Qué hacemos? preguntó en voz baja, con preocupación.
—No te preocupes, Marisa. Manda a María a atenderlo. No voy a dejar que arruine nuestro ritmo de trabajo, respondió Laia con determinación.
Marisa asintió y llamó a María, una joven camarera que trabajaba con ellas desde hacía algunos meses.
—María, ve a atender a la mesa del señor Torres, por favor, le dijo Marisa, señalando discretamente hacia donde se encontraba el hombre.
María, aunque nerviosa, se dirigió a la mesa con una sonrisa profesional.
—Buenas tardes, ¿qué desean ordenar? preguntó cortésmente.
Sergio Torres levantó la mirada con desdén y frunció el ceño al ver a María.
—Quiero que Laia nos atienda, —dijo con frialdad.
María, un poco desconcertada, miró a Laia que observaba la situación desde la barra.
—Lo siento, señor Torres, pero hoy Laia está ocupada en la cocina. Puedo tomar su pedido, respondió María, tratando de mantener la calma.
Sergio se inclinó hacia adelante, sus ojos llenos de desprecio.
—No me hagas repetirlo. Quiero que Laia nos atienda. Ahora, dijo en un tono amenazante.
María, sintiéndose intimidada, dio un paso atrás y miró a Laia, buscando apoyo. Laia asintió levemente y se dirigió hacia la mesa con una sonrisa tensa.
—Buenas tardes, señor Torres. ¿En qué puedo ayudarle? dijo con la mayor cortesía posible.
Sergio la miró con una sonrisa torcida.
—Ah, Laia. Qué placer que finalmente vengas. Mi colega y yo tenemos mucho apetito hoy. ¿Qué nos recomiendas? dijo, ignorando completamente la incomodidad de Laia.
Laia mantuvo su compostura, aunque por dentro estaba furiosa.
—Hoy tenemos un especial de mariscos frescos, acompañado de una salsa de cítricos y hierbas. También recomiendo nuestra ensalada mediterránea y el risotto de langostinos, dijo, con una voz firme y profesional.
Sergio la miró fijamente, disfrutando de la tensión que causaba.
—Eso suena delicioso. Lo tomaremos. Y tráenos una botella de tu mejor vino, ordenó, sin molestarse en agradecer.
Laia asintió y se retiró para poner el pedido. Mientras se dirigía a la cocina, Marisa la interceptó, su rostro mostrando una mezcla de enojo y preocupación.
—Ese hombre es un maldito, Laia. ¿Estás bien? preguntó, colocando una mano en el brazo de Laia.
Editado: 19.08.2024