Sabores de Amor y Misterio

Capítulo 11: Plan de Justicia

Nicolás observaba a Marisa mientras hablaba con Laia y Alejandro. En su mente, las palabras de Marisa resonaban con fuerza, mezcladas con los recuerdos de su infancia y la tristeza profunda de su madre. Su padre, Sergio Torres, siempre había sido un hombre dominante y despiadado, acostumbrado a salirse con la suya a cualquier costo. Esta vez, Nicolás no permitiría que su padre destruyera más vidas.

Después de la muerte de su madre, Nicolás había sentido un profundo sentimiento de culpa. Sabía que su madre había caído en la depresión debido a las infidelidades, manipulaciones y crueldades de Sergio. La impotencia que sintió al no poder salvarla lo había perseguido durante años. Pero ahora, frente a Marisa, Laia y Alejandro, decidió que era hora de cambiar eso.

Marisa, con sus ojos llenos de determinación, lo miró a los ojos, y Nicolás sintió un impulso renovado de proteger a aquellos que amaba.

—Marisa, Laia, Alejandro, hay algo que necesito decirles, comenzó Nicolás, su voz firme pero cargada de emoción. —No puedo permitir que mi padre siga destruyendo vidas. Ha causado suficiente dolor. Mi madre no pudo soportar la presión y la depresión que él le causó la llevó a la tumba. No fui lo suficientemente valiente para protegerla entonces, pero esta vez será diferente.

Marisa lo miró con comprensión y apoyo.

—Nicolás, sé que es difícil enfrentarse a tu propio padre, pero estamos aquí para apoyarte. No estás solo en esto, dijo, su voz suave pero decidida.

Nicolás asintió, sintiendo el calor del apoyo de Marisa y de los demás.

—Gracias, Marisa. Y gracias a todos ustedes. He decidido que haré todo lo necesario para detener a mi padre, incluso si eso significa entregarlo a la justicia. No puedo permitir que siga manejando mi vida y destruyendo a otros, dijo, su voz firme y segura.

Alejandro puso una mano en el hombro de Nicolás.

—Estamos contigo, Nicolás. Lo que haga falta para proteger este pueblo y a quienes queremos, lo haremos juntos, afirmó Alejandro, su mirada llena de determinación.

Laia asintió, sintiendo una nueva fuerza en el grupo.

—No dejaremos que Sergio se salga con la suya. Juntos, somos más fuertes, dijo Laia, su voz resonando con la certeza de que podían enfrentar cualquier desafío.

Marisa, con los ojos brillantes de emoción, miró a Nicolás con admiración y afecto.

—Eres más valiente de lo que piensas, Nicolás. Y esta vez, no permitiremos que el miedo nos detenga, dijo, su voz temblando ligeramente.

Nicolás tomó la mano de Marisa, sintiendo el apoyo y el amor que aún existía entre ellos.

—Gracias, Marisa. Esta vez, no dejaré que nadie nos maneje. Vamos a luchar por lo que es justo, dijo, apretando suavemente su mano.

Después de la conversación grupal, Nicolás se acercó a Marisa y le pidió hablar a solas. Ella asintió, intuyendo que había algo importante que él necesitaba decir. Se apartaron del bullicio del restaurante y caminaron hacia una pequeña terraza con vistas al mar. El sonido de las olas proporcionaba un fondo tranquilo, casi meditativo, para la conversación que estaba por venir.

Nicolás, nervioso pero decidido, tomó una respiración profunda antes de empezar a hablar.

—Marisa, hay algo que necesito decirte, algo que he guardado durante mucho tiempo, comenzó Nicolás, su voz temblando ligeramente. —Nunca logré olvidarte. Desde que nos separamos, has estado en mis pensamientos cada día. Sé que mi actuar fue cobarde, que no merezco una segunda oportunidad, pero necesito que sepas que te sigo amando.

Marisa lo miró, sus ojos reflejando una mezcla de sorpresa y emoción. Aunque ella también seguía enamorada de él, decidió no confesarlo de inmediato. En su lugar, trató de mantener la compostura y respondió con serenidad.

—Nicolás, sé que el pasado fue difícil para ambos. Y entiendo que estés arrepentido. Pero ahora mismo tenemos un problema mayor que resolver, dijo Marisa, su voz firme pero comprensiva. —Tu padre y su complejo turístico son una amenaza real para este pueblo y para la gente que amamos. Primero, necesitamos solucionar eso.

Nicolás asintió, comprendiendo la lógica detrás de sus palabras.

—Lo entiendo, Marisa. Y estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para detener a mi padre. Pero, ¿podrías considerar darme otra oportunidad? Sé que te he fallado antes, pero quiero demostrarte que he cambiado, que puedo ser el hombre que mereces, dijo, su voz llena de sinceridad y esperanza.

Marisa suspiró, sintiendo el peso de sus emociones. Aunque su corazón quería decir que sí de inmediato, sabía que era prudente enfocarse en lo que estaba sucediendo en el presente.

—Nicolás, no voy a mentirte. Aún siento algo por ti, pero no puedo dejar que mis sentimientos interfieran con lo que está en juego ahora. Demos tiempo al tiempo y enfrentemos primero los problemas que tenemos delante, dijo Marisa, tocando suavemente la mano de Nicolás. —Una vez que hayamos solucionado lo de tu padre y el complejo turístico, podremos hablar de nuestra relación.

Nicolás, aunque desilusionado, entendió la sabiduría en sus palabras.

—Tienes razón, Marisa. Primero debemos enfrentar a mi padre y proteger este lugar. Pero prometo que haré todo lo posible para ganarme tu confianza y tu amor de nuevo, dijo, apretando suavemente la mano de Marisa en señal de compromiso.

Marisa asintió, sonriendo ligeramente.

—Gracias, Nicolás. Trabajemos juntos para superar esto. Y cuando todo esté resuelto, veremos qué nos depara el futuro, respondió, sus ojos reflejando esperanza.

Con esa promesa, se dirigieron de regreso al restaurante, Marisa y Nicolás se fortalecieron mutuamente, sabiendo que, aunque el camino sería difícil, tenían una causa común que los mantenía unidos.

En su lujosa oficina, Sergio Torres se reclinó en su silla de cuero negro, observando con una sonrisa de satisfacción a los hombres frente a él. Los vándalos, aún con rastros de la noche anterior en sus manos y ropa, miraban nerviosamente al magnate mientras él sacaba un fajo de billetes del cajón de su escritorio.




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