La mañana siguiente, Alejandro y Laia se despertaron abrazados, envueltos en la calidez de su amor y en una sensación de profunda relajación. Hacía mucho que no dormían tan bien, y el descanso se reflejaba en sus rostros sonrientes. Después de un desayuno ligero y cariñoso, cada uno se dirigió a su trabajo con nuevas energías.
Alejandro llegó a sus oficinas con una sonrisa que no podía disimular. Al abrir la puerta y entrar en el área de trabajo, se quedó sorprendido por lo que vio. Había materiales nuevos apilados ordenadamente y un grupo de personas que normalmente no formaban parte del equipo, trabajando con entusiasmo.
—¿Qué está pasando aquí? preguntó Alejandro, acercándose a uno de los obreros.
Un hombre mayor, con el rostro curtido por el sol y una expresión amable, levantó la vista y sonrió.
—Buenos días, ingeniero. Somos del pueblo. Nos enteramos de los problemas con el proyecto y decidimos ayudar. No podemos dejar que Torres nos arrebate el puerto.
Alejandro sintió una emoción increíble. El espíritu de comunidad y solidaridad del pueblo era palpable.
—Esto es increíble. No sé cómo agradecerles, dijo Alejandro, conmovido.
El hombre mayor se encogió de hombros con una sonrisa.
—No hay necesidad de agradecimientos. Este es nuestro hogar y vamos a luchar por él.
Mientras Alejandro caminaba por el sitio, saludando y agradeciendo a cada persona, vio a Marisa acercarse con una lista de materiales. Ella también había estado trabajando duro, coordinando la ayuda y asegurándose de que todo estuviera en orden.
—Marisa, esto es impresionante. ¿Cómo lograste organizar todo esto? preguntó Alejandro, admirado.
Marisa sonrió y le entregó la lista.
—Todos estamos en esto juntos. La gente del pueblo quiere asegurarse de que el puerto se construya. No vamos a dejar que Torres nos intimide. Además, esto nos da la oportunidad de mostrarle a Laia y a ti cuánto valoramos lo que están haciendo.
La unión del pueblo y su apoyo incondicional le daban la fuerza necesaria para seguir adelante con el proyecto.
—Gracias, Marisa. Esto significa mucho para nosotros, dijo, mirando a su alrededor con orgullo.
Marisa le dio una palmada en el hombro y sonrió.
—Vamos a sacar esto adelante, Alejandro.
Alejandro pasó el resto de la mañana supervisando el trabajo y asegurándose de que todo estuviera en orden. La presencia de la comunidad y su ayuda incondicional le dieron una nueva perspectiva sobre el proyecto. No solo se trataba de construir un puerto, sino de proteger y fortalecer el espíritu del pueblo.
Esa tarde, cuando Laia llegó al restaurante, vio que el lugar estaba lleno de clientes. La noticia de la ayuda del pueblo se había esparcido rápidamente, y la gente acudía en masa para mostrar su apoyo. Las flores diarias de Sergio Torres, aunque todavía presentes, parecían menos intimidantes ante la avalancha de solidaridad y apoyo que recibían.
Marisa estaba ocupada organizando todo en el sitio de construcción, coordinando la ayuda y asegurándose de que todo estuviera en orden. Después de una mañana frenética, decidió que necesitaba un descanso rápido para refrescarse antes de regresar al restaurante. Se dirigió a su casa, sintiendo la tensión del día comenzar a desvanecerse con la anticipación de una ducha caliente.
Al llegar a su casa, Marisa se desvistió rápidamente, dejando la ropa amontonada en el suelo del baño. Justo cuando estaba a punto de entrar en la ducha, el timbre de la puerta sonó. Se detuvo, indecisa. Tal vez quien fuera se iría si ella no respondía.
Esperó un momento, pero el timbre volvió a sonar, esta vez con más insistencia. Marisa soltó un suspiro frustrado, envolvió una toalla alrededor de su cuerpo y salió del baño.
—¿Quién es? preguntó, acercándose a la puerta.
—Soy Nicolás, respondió una voz familiar desde el otro lado.
Marisa se quedó inmóvil por un instante, sorprendida. Dudó brevemente, pero luego se acercó a la puerta y la abrió, solo para encontrarse con Nicolás de pie en el umbral. Llevaba una expresión de preocupación, y sus ojos se suavizaron al verla.
—¿Puedo pasar? preguntó, mirando alrededor nerviosamente como si esperara que alguien lo estuviera siguiendo.
Marisa asintió, abriendo la puerta un poco más para dejarlo entrar. La tensión en el aire era palpable mientras Nicolás entraba en la pequeña sala de estar, su presencia llenando el espacio con una mezcla de familiaridad e incomodidad.
—¿Qué haces aquí, Nicolás? preguntó Marisa, apretando la toalla contra su pecho con una mano mientras cerraba la puerta con la otra.
—Necesito hablar contigo, Marisa. Es importante, respondió él, su mirada fija en ella.
Marisa respiró hondo, tratando de mantener la compostura a pesar de la situación. Sentía el agua caliente de la ducha llamándola, pero algo en la seriedad de Nicolás le hizo darse cuenta de que esto no podía esperar.
—Está bien. ¿Qué pasa? dijo, conduciéndolo hacia el sofá.
Nicolás se sentó y pasó una mano por su cabello, visiblemente nervioso. Marisa se sentó a su lado, todavía sosteniendo la toalla firmemente.
—He estado pensando mucho en todo lo que ha pasado. Lo que hizo mi padre en el restaurante fue demasiado, y sé que esto es solo el comienzo, dijo Nicolás, sus ojos mostrando una mezcla de preocupación y determinación — Necesitamos estar preparados para lo que venga.
Marisa asintió. Sabía que Nicolás estaba haciendo un esfuerzo genuino, pero la presencia de Sergio Torres en sus vidas era como una sombra constante.
—Lo sé, Nicolás. Todos estamos haciendo lo que podemos, pero tu padre no se va a detener. Necesitamos un plan, dijo, mirándolo a los ojos.
Nicolás tomó un profundo respiro y continuó.
—He estado hablando con el abogado y hemos conseguido varias pruebas. Pero necesitamos más tiempo. Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para detenerlo, incluso si eso significa entregarlo a la justicia, dijo con una firmeza que hizo que Marisa se sintiera esperanzada.
Editado: 19.08.2024