Sabores de Amor y Misterio

Capítulo 14:Secuestro

A la mañana siguiente, el sol se levantaba sobre la Costa Azul, bañando el pueblo con una luz dorada y cálida. Nicolás salió de la casa de Marisa temprano, tomando precauciones para no ser visto por los vecinos y, especialmente, por su padre. Caminó rápido, con la cabeza baja y una gorra que le cubría el rostro, dirigiéndose hacia un café discreto donde solía esconderse para trabajar y pensar sin ser molestado.

Mientras tanto, en "Sabores de Mar", Laia estaba terminando de preparar la cocina para el día, revisando los ingredientes frescos que habían llegado y organizando el menú especial. Su mente estaba ocupada con los problemas recientes, pero también con los momentos felices que había compartido con Alejandro. Justo cuando se disponía a abrir las puertas del restaurante, vio a Marisa entrar.

Marisa tenía una sonrisa radiante en el rostro y un brillo en los ojos que Laia reconoció al instante. No era necesario decir nada; Laia sabía perfectamente qué había pasado. Sin necesidad de palabras, intercambiaron una mirada cómplice que lo decía todo.

—Buenos días, Laia, dijo Marisa, intentando sonar casual mientras se dirigía a la cocina.

—Buenos días, Marisa, respondió con una sonrisa que reflejaba la alegría de su amiga.

Marisa dejó su bolso en una silla y se dirigió hacia Laia. Ambas comenzaron a preparar el servicio de desayuno, pero la atmósfera estaba cargada con una energía diferente, una especie de electricidad que Laia no pudo evitar notar.

—¿Cómo fue tu noche? preguntó Laia finalmente, rompiendo el silencio con una pregunta inocente pero cargada de significado.

Marisa soltó una risa suave, su rostro sonrojándose ligeramente.

—Digamos que fue... muy interesante, respondió, su voz llena de emoción contenida.

Laia asintió, sabiendo que no necesitaban más detalles. Se alegraba profundamente por su amiga, y por primera vez en días, sintió un rayo de esperanza atravesar las nubes de preocupación que habían estado acechando su mente.

—Me alegra escucharlo, dijo Laia, sinceramente.

Ambas mujeres continuaron con sus tareas, pero la conexión silenciosa entre ellas seguía siendo palpable. Marisa, aún con la sonrisa en el rostro, comenzó a contarle a Laia algunas ideas para el menú del día, mientras Laia asentía y añadía sus propios comentarios.

A lo largo de la mañana, mientras atendían a los clientes y gestionaban el restaurante, las miradas y sonrisas cómplices entre Laia y Marisa continuaban, creando una atmósfera de apoyo y camaradería. Laia sabía que, a pesar de todos los desafíos que enfrentaban, al menos en ese momento, había motivos para celebrar y para creer en un futuro mejor.

En el fondo, ambas sabían que los próximos días no serían fáciles. Sergio Torres seguía siendo una amenaza, y la lucha por mantener el proyecto del puerto en marcha no había terminado. Pero por ahora, en ese instante de tranquilidad matutina, Laia y Marisa se permitieron disfrutar de la felicidad que la vida les había ofrecido.

Sergio Torres estaba sentado en su lujosa oficina, observando con desdén las noticias que anunciaban la ayuda que el pueblo de la Costa Azul estaba proporcionando a Alejandro y Laia. La solidaridad de los locales estaba complicando sus planes, y el tiempo corría en su contra. Se había cansado de los pequeños sabotajes y ahora estaba dispuesto a tomar medidas más drásticas. Con una mueca de determinación en el rostro, tomó su teléfono y marcó un número conocido.

—Vengan a mi oficina de inmediato, ordenó.

Poco después, tres hombres robustos y de aspecto sombrío entraron en la sala. Sergio los miró con frialdad, midiendo sus capacidades. Eran los mejores para los trabajos sucios, hombres que no conocían la piedad ni el remordimiento.

—Señor Torres, saludó el líder del grupo, un hombre de ojos oscuros y una cicatriz que le cruzaba la mejilla.

—Tomen asiento, dijo Sergio, señalando las sillas frente a su escritorio. Cuando todos estuvieron sentados, continuó—: Estamos perdiendo el control de esta situación. El pueblo está unido y no podremos avanzar con nuestro proyecto a menos que tomemos medidas más extremas.

Los hombres asintieron, esperando instrucciones específicas.

—He considerado secuestrar a Laia, prosiguió Sergio, pero siempre está con Alejandro. Y Alejandro tiene seguridad por parte del intendente. No quiero un enfrentamiento directo con los custodios. Es un riesgo innecesario.

La cicatriz respondió con una voz áspera—: Entonces, ¿quién es el objetivo?

Sergio sonrió con malicia—: Marisa. Es cercana tanto a Laia como a Alejandro. Secuestrarla no solo los distraerá, sino que también los debilitará emocionalmente.

—¿Cómo planea que lo hagamos, señor? preguntó otro de los hombres, que tenía un tatuaje visible en su cuello.

—Necesitamos ser discretos y rápidos. Marisa suele estar sola en el restaurante en ciertos momentos del día. Lo he estado observando. También va a su casa a ducharse a media mañana. Esos son nuestros momentos de oportunidad. Quiero que se tomen su tiempo para planear esto. Nada puede salir mal.

—Entendido, señor, respondió el líder del grupo—. La vigilaremos y elegiremos el mejor momento para actuar. ¿Qué hacemos después de capturarla?

—La mantendrán en un lugar seguro y lejos de cualquier conexión con nosotros. Quiero que envíen un mensaje claro a Laia y Alejandro. Deben entender que este es solo el comienzo si no dejan de interferir con mis planes.

Los hombres asintieron, y Sergio se reclinó en su silla, sintiéndose momentáneamente satisfecho con el desarrollo del plan.

—Recuerden, esto no debe ser rastreado hasta mí, advirtió Sergio. —Si alguien falla, habrá consecuencias. Y me aseguraré de que sean severas.

—No se preocupe, señor Torres, dijo el líder con una sonrisa siniestra—. Nosotros nunca fallamos.

—Eso espero, replicó Sergio con una voz gélida—. Ahora, váyanse y empiecen a trabajar. Quiero resultados pronto.




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