Sabores de Amor y Misterio

Capítulo 16: La Trampa se Cierra

Sergio Torres recibió la llamada de su matón diciendo que la secuestrada tenía unos documentos que lo incriminaban, por lo que sin pensar, dijo que iba para allá a buscarlos de inmediato. Al llegar, se encontró con Marisa sentada y atada de manos. Al verla, se rio y le dijo con tono de burla: —Siempre en el lugar que no te toca, pero siempre me sirves para mis planes. Primero para separarte de mi hijo, ese inútil igual a su madre pero que lleva mi apellido y al cual tengo que enseñar.

Nicolás, escondido y escuchando todo a través de un micrófono, apretó los puños, su odio hacia su padre fue creciendo con cada palabra.

Sergio se acercó a Marisa, su sonrisa ampliándose. —Y ahora, para esa parejita que se cree que puede conmigo. Ilusos, soltó una carcajada fría y despectiva.

Marisa lo miró con una mezcla de desafío y calma calculada. —Siempre tan seguro de ti mismo, Sergio. ¿Cuánto tiempo crees que puedes seguir con esto? Todos en el pueblo te odian. Incluso tu propio hijo.

Sergio frunció el ceño y levantó la mano, apuntando un dedo acusador hacia Marisa. —¡Cállate! Nicolás es débil, igual que su madre. Pero yo... yo soy fuerte. Nadie puede conmigo. Y tú, siempre entrometida, vas a pagar por meterte en mis asuntos.

Marisa no bajó la mirada. —¿Así es como mides tu fuerza? ¿Secuestrando mujeres indefensas? Estás más débil de lo que piensas, Sergio. Ya no tienes el control.

—¿No tengo el control? Sergio rió de nuevo, pero esta vez había un toque de nerviosismo en su voz. —Mira a tu alrededor, Marisa. ¿Ves a alguien viniendo a rescatarte? ¿Ves a tu amado Nicolás? No, porque él no tiene las agallas para enfrentarse a mí.

Sergio comenzó a caminar de un lado a otro, su mente trabajando a toda velocidad. —He sobornado a políticos, he pagado a vándalos para que destruyan las obras del puerto, todo para hacerme con ese maldito proyecto turístico. Y nadie ha podido detenerme. ¡Nadie!

Nicolás, escondido, escuchó con atención. Cada palabra de su padre era una confesión, una pieza más del rompecabezas que necesitaban para hundirlo.

—Los actos vandálicos en el puerto, los cristales rotos del restaurante... todo ha sido obra mía. Y no hay nada que puedan hacer para detenerme, continuó Sergio, su voz cargada de arrogancia.

En ese momento, un sonido de estática se oyó en el auricular de Nicolás. La señal que esperaba. Era el momento de actuar.

De repente, la puerta de la cabaña se abrió de golpe y varios policías irrumpieron en la habitación, armas en mano. Sergio se giró rápidamente, su rostro cambió de sorpresa a furia en un instante. Sin dudarlo, sacó un arma de su chaqueta y la apuntó a Marisa, tomándola como rehén.

—¡Al suelo! ¡Suelten las armas! ordenó uno de los oficiales, su voz resonando con autoridad.

—¡Atrás o la mato! gritó Sergio, apretando el cañón del arma contra la sien de Marisa.

—Señor Torres, no puede escapar. Suelte el arma y deje ir a la rehén, intentó negociar uno de los policías, con calma y firmeza.

—¿Creen que voy a caer tan fácilmente? ¡Idiotas! rugió Sergio, sus ojos llenos de odio y locura. —Nadie me dice que no, ¡nadie!

Marisa, a pesar del peligro, mantenía la calma. —Sergio, esto no tiene que terminar así. No ganarás nada haciendo esto.

—¡Cállate! gritó Sergio, sacudiendo el arma con más fuerza.

En ese momento, Nicolás, que había estado observando la escena con el corazón en la garganta, supo que debía actuar. Sin que nadie lo esperara, sacó un arma que llevaba escondida. Respiró hondo, apuntó cuidadosamente y disparó a su padre en el hombro.

El sonido del disparo resonó en la cabaña, y Sergio soltó un grito de dolor, dejando caer el arma y liberando a Marisa. Los policías aprovecharon la oportunidad para abalanzarse sobre él y desarmarlo completamente.

Nicolás se acercó a su padre, con una mirada llena de determinación y desprecio. —Eso es para que veas que ni soy cobarde ni te tengo miedo. Se acabó, Sergio.

Sergio, retorciéndose de dolor en el suelo, miró a su hijo con una mezcla de sorpresa y rabia. —¿Cómo te atreves...? ¡Eres un traidor!

Nicolás se inclinó sobre él, hablando con voz baja pero firme. —No soy un traidor. Soy tu hijo, y ya no voy a permitir que destruyas más vidas, como lo hiciste con la mía y de mi madre. Vas a pagar por todo el daño que has hecho.

Los policías se llevaron a Sergio esposado, mientras Nicolás abrazaba a Marisa con fuerza. —Estás a salvo ahora. Lo logramos.

Marisa sonrió, su mirada llena de amor. —Gracias, Nicolás. Sabía que lo lograrías.

Cuando llegaron a Sabores de Mar, Laia estaba hecha un manojo de nervios. Su mente estaba inundada con imágenes de lo que podría haber sucedido y cada segundo de espera había sido una agonía. Pero en el momento en que vio a Marisa, abrazada a Nicolás, pudo respirar tranquila.

Laia corrió hacia su amiga, y sin decir una palabra, la envolvió en un abrazo. Ambas lloraron, las lágrimas cayendo libremente, una mezcla de alivio y los nervios contenidos durante todo ese tiempo. Marisa también se aferró a Laia, encontrando consuelo en el calor de su amiga.

—Estás bien, Marisa, estás bien, repetía Laia, su voz quebrada por la emoción. —No sabes cuánto me alegra verte sana y salva.

Marisa, todavía temblando ligeramente, asintió. —Estoy bien gracias a Nicolás, dijo, mirando con gratitud al hombre que había arriesgado tanto por ella.

Alejandro se acercó y colocó una mano reconfortante en el hombro de Laia. —Nicolás fue increíble. Él hizo lo que tenía que hacer para salvarla, explicó, su voz firme y llena de admiración.

Laia se volvió hacia Nicolás, sus ojos llenos de agradecimiento. —Gracias, Nicolás. No sé cómo podríamos haberte agradecido lo suficiente. Salvaste a Marisa.

Nicolás, aunque visiblemente cansado, sonrió modestamente. —No hay necesidad de agradecerme. Hice lo que tenía que hacer. Marisa es importante para todos nosotros, sobretodo para mi. Y es hora de que mi padre pague por sus crímenes.




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