Con el plan en marcha, Alejandro pasó los siguientes días preparándose con cuidado. Compró luces de hadas, velas, y seleccionó las mejores conchas marinas para elegir la perfecta para el anillo. Marisa se encargó de ayudar a coordinar a las pocas personas que participarían en la preparación del lugar sin que Laia se diera cuenta.
Finalmente, llegó el día. Alejandro invitó a Laia a dar un paseo por la tarde, sin darle muchos detalles para no arruinar la sorpresa. Mientras caminaban hacia la playa, Marisa y otros amigos discretamente montaban el escenario perfecto: luces colgadas entre los árboles, velas formando un sendero y un picnic cuidadosamente dispuesto sobre una manta.
Cuando Alejandro y Laia llegaron a la playa, el sol ya comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos cálidos y dorados. Laia se detuvo, maravillada por la vista, sin darse cuenta aún de lo que estaba por suceder.
—Alejandro, es precioso, susurró Laia, apretando su mano.
Alejandro sonrió y la guió hacia el lugar preparado. —Quería que este momento fuera especial, como tú. Vamos, tengo algo para nosotros.
Al llegar al picnic, Laia quedó sorprendida al ver todo el arreglo. —¿Qué es todo esto? preguntó con una mezcla de asombro y alegría.
Alejandro se arrodilló frente a ella, sacando una concha marina de su bolsillo. —Laia, desde el momento en que te conocí, supe que eras especial. Has llenado mi vida de alegría y amor, y no puedo imaginar un futuro sin ti. Quiero pasar cada día de mi vida contigo.
Laia lo miró, sus ojos llenos de lágrimas de felicidad. Alejandro le entregó la concha, y al abrirla, encontró el anillo brillante en su interior.
—¿Te casarías conmigo, Laia? preguntó Alejandro, su voz llena de emoción y esperanza.
Laia no pudo contener las lágrimas mientras asentía vigorosamente. —Sí, Alejandro, sí. Quiero pasar el resto de mi vida contigo.
Alejandro deslizó el anillo en su dedo y se levantó para abrazarla, sus labios encontrándose en un beso lleno de amor y promesas para el futuro. Los amigos y Marisa, que habían estado observando desde la distancia, estallaron en aplausos y vítores, a lo lejos pero no se acercaron para darles, la intimidad que el momento requería, y por ello se retiraron poniendo un cartel que decía, playa cerrada.
Laia y Alejandro, con el anillo brillando en su dedo, supieron que habían comenzado un nuevo capítulo en sus vidas, uno lleno de amor, esperanza y sueños compartidos.
Después de la emocionante propuesta, Alejandro y Laia se sentaron en la manta de picnic, ambos aún radiantes de felicidad. Laia no podía dejar de mirar el anillo en su dedo, deslumbrada por su belleza y el significado detrás de él.
—Sabes, Alejandro, puedo ver la mano de Marisa en todo esto, dijo Laia con una sonrisa mientras deslizaba los dedos por la manta perfectamente dispuesta y las velas que creaban una atmósfera mágica a su alrededor.
Alejandro rió suavemente. —Sí, Marisa fue una gran ayuda. Quería que todo fuera perfecto para ti, y no podría haberlo hecho sin ella.
Laia le dio un beso suave en los labios. —Entonces le agradeceré personalmente más tarde. Pero ahora, disfrutemos de este momento.
Empezaron a abrir las cestas de picnic, revelando una variedad de delicias que Alejandro había seleccionado cuidadosamente. Había frutas frescas, queso gourmet, pan recién horneado, y los sándwiches que tanto le gustaban a Laia. Mientras comían, compartieron historias, rieron y disfrutaron de la tranquilidad del lugar. La brisa marina acariciaba sus rostros y el sonido de las olas proporcionaba un fondo relajante y romántico.
—Esto es perfecto, Alejandro. No podría haber imaginado una propuesta más hermosa , dijo Laia, su voz llena de emoción.
—Quería que supieras cuánto te amo y cuánto significas para mí. Y sé que este es solo el comienzo de nuestra vida juntos, respondió Alejandro, mirándola con adoración.
Mientras la noche avanzaba, la conversación se volvía cada vez más íntima. Recordaron sus primeros encuentros, las dificultades que habían superado juntos, y sus sueños para el futuro. Cada palabra y risa reforzaba el profundo amor que sentían el uno por el otro.
Finalmente, la cena terminó y Alejandro sacó una botella de vino que había mantenido en secreto. Con una sonrisa traviesa, la descorchó y sirvió dos copas.
—Por nuestro futuro juntos, dijo, levantando su copa.
—Por nosotros, respondió Laia, brindando con él.
Después de unos sorbos de vino, la atmósfera ya romántica se volvió aún más cargada de deseo. Alejandro se inclinó hacia Laia, susurrándole al oído:
—Te amo, Laia. No puedo esperar para pasar el resto de mi vida contigo.
Laia sintió un escalofrío recorrer su cuerpo ante las palabras de Alejandro. Respondió con un beso apasionado, que rápidamente se intensificó. Las estrellas brillaban sobre ellos mientras la pasión se desbordaba. Se tumbaron sobre la manta, sus cuerpos entrelazados en un abrazo íntimo. La arena suave y la brisa nocturna añadían un toque de aventura y libertad a su encuentro.
La noche en la playa se volvió una celebración de su amor, con el sonido de las olas como su única compañía. En ese momento, no existía nada más que ellos dos y la promesa de un futuro juntos. Cada caricia y susurro reforzaba la conexión profunda que compartían.
Horas más tarde, exhaustos pero felices, se quedaron dormidos bajo las estrellas, envueltos en la calidez de su amor y la tranquilidad de la noche.
Al despertar con los primeros rayos del sol, Alejandro y Laia se miraron, sus sonrisas reflejando la felicidad y la satisfacción del momento compartido. Laia se acurrucó más cerca de Alejandro, susurrándole al oído:
—No podría haber imaginado una noche más perfecta. Te amo, Alejandro.
Alejandro la abrazó con fuerza, besando su cabello. —Y yo a ti, Laia. Para siempre.
Laia cerró los ojos, disfrutando de la sensación de estar en los brazos de Alejandro, sabiendo que cada día que pasara estaría lleno de amor, aventura y la promesa de un futuro brillante juntos.
Editado: 19.08.2024