Laia estaba inmersa en los preparativos de una ceremonia sencilla pero significativa. Quería que todo fuera perfecto, pero una sombra oscura se cernía sobre su corazón: la ausencia de su padre. Don Francisco, su querido padre, estaba demasiado mayor y frágil para emprender un viaje desde Argentina. Laia sabía que llevarlo hasta España no solo era un desafío logístico, sino también económico.
Una tarde, después de una intensa jornada de planificación, Laia se sentó en el pequeño despacho del restaurante y marcó el número de su padre. Mientras el tono de llamada sonaba, sintió cómo la nostalgia y la tristeza se mezclaban en su pecho. Finalmente, escuchó la voz cálida y cansada de Don Francisco al otro lado de la línea.
—Hola, hija , dijo él, con un tono que denotaba tanto amor como agotamiento.
—Hola, papá , respondió Laia, intentando mantener la compostura. —Quería contarte algo importante.
Don Francisco se quedó en silencio por un momento, esperando las palabras de su hija. Laia tomó aire y continuó:
—Me voy a casar, papá. Alejandro me pidió que nos casáramos, y yo acepté. Sus palabras salieron con una mezcla de felicidad y dolor, sabiendo que su padre no podría estar presente.
—Oh, Laia, eso es maravilloso respondió él, con la voz quebrada por la emoción. —Me alegro tanto por ti, hija mía. Tu madre adoraría ver ese momento.
La madre de Laia había fallecido hacía varios años producto de una enfermedad.
Ambos guardaron silencio por un momento, permitiéndose sentir la distancia que los separaba. Finalmente, Don Francisco habló de nuevo, su voz cargada de tristeza.
—Me encantaría estar allí contigo, verte feliz en tu gran día... pero sabes que no puedo viajar solo, y este viejo cuerpo ya no aguanta mucho.
Laia sintió cómo las lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas. —Lo sé, papá. Te extraño tanto, y desearía que pudieras estar aquí. Pero quiero que sepas que siempre te llevaré en mi corazón, y que Alejandro y yo prometemos ir a verte pronto, tan pronto como podamos.
—Eso me haría muy feliz, Laia. Siempre te he querido, y solo quiero que seas feliz. Alejandro parece un buen hombre.
—Lo es, papá. Es maravilloso y te encantaría conocerlo. Prometemos hacer ese viaje y pasar tiempo contigo.
Los dos permanecieron en silencio, compartiendo ese momento de amor y tristeza a través de la línea telefónica. Laia sabía que aunque su padre no estaría físicamente presente en su boda, su espíritu y su amor estarían con ella. Finalmente, Don Francisco rompió el silencio.
—Te quiero, hija. Siempre estoy contigo, aunque no pueda estar allí en persona.
—Yo también te quiero, papá. Siempre.
Después de colgar, Laia se quedó sentada, mirando la pantalla de su teléfono con lágrimas en los ojos. Alejandro, que había estado observando desde la puerta, se acercó y la envolvió en un abrazo.
—¿Cómo está tu padre? preguntó con suavidad.
—Está bien... respondió Laia, apoyando la cabeza en su pecho. —Solo desearía que pudiera estar aquí.
—Lo sé. Pero iremos a verlo pronto. Le prometemos eso, y haremos que nuestra visita sea especial.
Laia asintió, encontrando consuelo en los brazos de Alejandro. Sabía que no importaba cuán lejos estuviera su padre, su amor y su apoyo siempre la acompañarían. Con ese pensamiento en mente, se sintió más fuerte y más decidida a hacer de su boda un día especial, lleno de amor y alegría, en honor a su padre y a todos aquellos que la querían.
Los días pasaron rápidamente mientras Laia se sumergía en los últimos detalles de la ceremonia. Cada pequeño toque, cada elección de flores y cada melodía seleccionada, la hacía sentir que su padre estaba allí, de alguna manera, compartiendo su felicidad. Y aunque sabía que no sería lo mismo sin él, también sabía que estaba rodeada de amor, tanto cerca como lejos.
Alejandro no pudo soportar ver la tristeza en los ojos de Laia después de la conversación con su padre. Sabía que debía hacer algo para llenar ese vacío en su corazón. Inspirado y decidido, se puso manos a la obra para hacer realidad una sorpresa que sería su gran secreto y el mejor regalo para su amada.
Los días pasaron rápidamente y el día de la boda se acercaba. Con solo tres días para la ceremonia, Alejandro se sentó con Laia en su sala de estar, la tomó de las manos y la miró a los ojos.
—Laia, necesito decirte algo, comenzó, su voz calmada pero firme.
—¿Qué sucede, Alejandro? preguntó ella, sintiendo un nudo en el estómago al anticipar alguna mala noticia.
—Ha surgido un imprevisto, continuó él—, y voy a tener que ausentarme por un par de días antes de la boda. Pero te prometo que estaré aquí el día de nuestra boda, sin falta.
Laia lo miró con preocupación, su corazón acelerado. —Alejandro, ¿qué imprevisto? ¿Es algo grave? preguntó, tratando de no dejarse llevar por el miedo.
—No es nada grave, cariño. Pero es algo que debo hacer. Él apretó sus manos con más fuerza, tratando de transmitirle seguridad—. Confía en mí. Todo saldrá bien.
Laia suspiró, tratando de calmarse. —¿No podemos posponer la boda? preguntó, su voz temblando levemente. —No quiero arriesgarme a que no llegues a tiempo.
Alejandro negó con la cabeza, sus ojos llenos de determinación. —No, Laia. No podemos posponerlo. Todo está planeado y prometo que estaré aquí. Esto es algo importante y lo estoy haciendo por nosotros. Solo necesito que confíes en mí.
Laia buscó en sus ojos algún indicio de lo que realmente estaba pasando, pero solo encontró amor y determinación. Finalmente, asintió, aunque su corazón seguía lleno de incertidumbre.
—Está bien, confío en ti, dijo, aunque su voz aún llevaba una nota de preocupación—. Solo... no tardes mucho, por favor.
Alejandro la besó suavemente en los labios. —No lo haré. Te lo prometo.
Con esas palabras, Alejandro partió al día siguiente, dejando a Laia en un torbellino de emociones. Aunque confiaba en él, no podía evitar sentirse ansiosa por la ausencia de su futuro esposo en los días previos a su boda. Sin embargo, decidió concentrarse en los preparativos, tratando de mantener la mente ocupada y confiar en la promesa de Alejandro.
Editado: 19.08.2024