Laia se vistió con la ayuda de Marisa, quien era su testigo y amiga más cercana. La habitación estaba llena de un suave zumbido de emoción, mientras los rayos de sol del atardecer se filtraban a través de las ventanas, creando un ambiente cálido y acogedor. El vestido de Laia colgaba en una percha, esperando a ser usado. Era un vestido sencillo pero elegante, blanco y largo, con una espalda descubierta que llegaba hasta la cintura, resaltando su figura con gracia y sutileza.
Marisa ayudó a Laia a deslizarse en el vestido, asegurándose de que cada pliegue y cada detalle estuvieran perfectos. La tela suave acariciaba la piel de Laia, y el vestido se ajustaba a su cuerpo como un guante, resaltando su belleza natural. La espalda descubierta añadía un toque de sensualidad y elegancia, mostrando la piel de Laia con delicadeza.
—Estás preciosa, Laia, dijo Marisa, admirando el conjunto, — Alejandro va a quedar sin palabras cuando te vea.
Laia sonrió, sintiendo un nudo de emoción en su estómago. —Gracias, Marisa. No podría haberlo hecho sin ti.
Marisa luego se dedicó a arreglar el cabello de Laia, dejando sus cabellos castaños sueltos y ondulados. Colocó una delicada corona de flores en su cabeza, hecha de pequeñas flores blancas y verdes que añadían un toque romántico y natural al conjunto. La corona de flores se asentó perfectamente, complementando el estilo sencillo y elegante del vestido.
El maquillaje de Laia era natural, resaltando su belleza sin ocultarla. Sus ojos marrones brillaban con un toque de sombra suave, y sus labios estaban ligeramente teñidos de un color rosado que destacaba su sonrisa. Marisa aplicó el maquillaje con cuidado, asegurándose de que cada detalle fuera perfecto.
—Ahí estás, lista para tu gran día, dijo Marisa, dando un paso atrás para admirar su trabajo.
Laia se miró en el espejo y sonrió, sintiéndose más hermosa y segura de sí misma que nunca. —No podría haber pedido una mejor amiga y testigo, dijo, girándose para abrazar a Marisa—. Gracias por todo.
Marisa la abrazó de vuelta, sus ojos brillando con emoción. —Es un honor estar aquí contigo, Laia. Hoy es tu día, y todo va a ser perfecto.
Las dos amigas compartieron un momento de risa y alegría, antes de que Laia diera un último vistazo a su reflejo. Con el vestido perfecto, el cabello arreglado y el maquillaje impecable, estaba lista para el gran día. Sentía una mezcla de nervios y emoción, pero sobre todo, estaba llena de amor y gratitud por tener a personas tan maravillosas a su lado.
—Vamos, es hora de casarse , dijo Marisa, tomando la mano de Laia y guiándola hacia la puerta.
Laia tomó una profunda respiración y asintió, lista para dar el siguiente paso en su vida. Con Marisa a su lado, salió de la habitación, lista para encontrarse con su destino.
Laia y Marisa se dirigieron a la playa en un coche antiguo, que parecía sacado de un cuento de hadas. El vehículo, con su elegante diseño y detalles clásicos, emitía un suave ronroneo mientras avanzaba por la carretera. Laia observaba el paisaje que pasaba rápidamente, su corazón latiendo con emoción y anticipación. Marisa, sentada a su lado, le ofrecía palabras de aliento y sonrisas de complicidad, sabiendo lo especial que era este día para su amiga.
Al llegar a la playa, el coche se detuvo suavemente y Laia salió, su vestido blanco ondeando ligeramente con la brisa marina. El sonido de las olas rompiendo contra la orilla y el aroma salino del mar creaban un ambiente mágico y sereno. Laia miró a su alrededor, maravillada por la belleza del lugar que Alejandro había elegido para hacer la propuesta de matrimonio y ahora para celebrar su boda.
En la distancia, vio a su padre esperándola. Al verlo, una ola de emoción la embargó. Su padre estaba allí, en ese momento tan importante, listo para entregarla a Alejandro. Con lágrimas en los ojos, Laia se acercó a él, y al ver la expresión de orgullo y amor en el rostro de su padre, no pudo contener las lágrimas.
—Papá, dijo Laia, su voz quebrada por la emoción.
—Mi niña, estás hermosa ,respondió su padre, sus propios ojos llenos de lágrimas- — No puedo creer lo afortunado que soy de estar aquí contigo en este momento. Eres la mujer más hermosa que he visto jamás.
Laia abrazó a su padre con fuerza, sintiendo la calidez y el amor en sus brazos. —Gracias por estar aquí, papá. No sería lo mismo sin ti.
Después de unos momentos, se separaron y su padre tomó su brazo, preparándose para llevarla hacia el altar. Miraron hacia adelante y vieron el camino iluminado por velas que llevaba al altar, adornado con telas y luces que creaban una atmósfera etérea y encantadora. Las velas parpadeaban suavemente, iluminando el sendero de manera romántica y acogedora.
El altar, decorado con telas blancas que ondeaban con la brisa y luces suaves que colgaban como estrellas, estaba ubicado justo frente al mar. Laia pudo ver a Alejandro esperándola, su figura destacándose contra el horizonte. Alejandro llevaba un traje elegante y su mirada estaba fija en ella, llena de amor y admiración.
Con cada paso que daban por el camino de velas, Laia sentía que su corazón se llenaba más y más de amor y gratitud. Sus pasos eran lentos, casi ceremoniosos, permitiéndole absorber cada momento de esa caminata hacia el hombre con quien había decidido compartir su vida. Las lágrimas seguían fluyendo, pero esta vez eran lágrimas de alegría y felicidad pura.
Finalmente, llegaron al altar y su padre se volvió hacia ella, sus ojos brillando con orgullo y emoción. —Te amo, Laia. Siempre estaré aquí para ti, le dijo, antes de entregarla a Alejandro.
— Alejandro te entrego mi vida en este momento, cuidala como se que puedes hacerlo pidió
Alejandro tomó la mano de Laia con suavidad, sus ojos reflejando la misma emoción que ella sentía. —Estás bellísima, Laia, le susurró, inclinándose para besar su mano.
—Gracias, mi amor, tu estas guapísimo también, respondió Laia, sintiendo que su corazón estaba a punto de explotar de felicidad.
Editado: 19.08.2024