El sol comenzaba ya casi desaparecía cuando los invitados se dirigieron a Sabores de Mar, el restaurante de Laia, donde la cena y la fiesta posterior a la ceremonia se llevarían a cabo. La decoración del lugar era sencilla pero elegante, con luces colgantes que iluminaban suavemente las mesas adornadas con flores frescas y centros de mesa con velas.
Laia, radiante de felicidad, supervisaba los últimos detalles en la cocina mientras los invitados tomaban asiento. La cena que había preparado era un reflejo de su amor por la gastronomía y su deseo de compartir ese amor con sus seres queridos. El menú consistía en una selección de platos frescos y sabrosos, destacando los mariscos y pescados frescos de la región.
—¡Este ceviche está increíble! —exclamó uno de los invitados, saboreando la mezcla perfecta de cítricos y mariscos.
—Laia realmente se ha superado —comentó otro, disfrutando de un filete de pescado perfectamente cocido.
Laia, escuchando los elogios desde la cocina, no pudo evitar sonreír. Alejandro, a su lado, le dio un apretón de manos.
—Están todos encantados, mi amor —le dijo, susurrándole al oído—. Has hecho un trabajo increíble.
Mientras tanto, cerca del restaurante, en la penumbra, una figura observaba con resentimiento. Sergio Torres, aunque herido en su orgullo y físicamente, había escapado de la custodia policial con la ayuda de algunos contactos corruptos. Lleno de ira y sed de venganza, no podía soportar ver la felicidad de Laia y Alejandro. Para él, ellos eran los responsables de su caída, y estaba decidido a arruinar su momento de gloria.
—No pueden salirse con la suya, murmuró para sí mismo, observando el restaurante lleno de alegría y risas.
Dentro del restaurante, la cena continuaba con un ambiente de camaradería y celebración. Laia y Alejandro, ahora oficialmente casados, no podían ocultar su felicidad mientras conversaban y reían con sus amigos y familiares. Marisa, siempre cerca de su amiga, le susurró:
—Esto es solo el comienzo, Laia. Lo mejor está por venir.
Laia sonrió, asintiendo.
—Lo sé, Marisa. Estoy tan feliz de que todos estemos aquí juntos.
Justo en ese momento, un sonido estridente interrumpió la conversación. La puerta del restaurante se abrió de golpe y Sergio Torres apareció en el umbral, su mirada llena de odio. Un murmullo de shock recorrió la sala mientras los invitados se giraban para ver quién había entrado.
—¡Sergio! exclamó Alejandro, poniéndose de pie de inmediato—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Sergio avanzó, ignorando las miradas de incredulidad y miedo a su alrededor.
—¿Pensaron que podían librarse de mí tan fácilmente? dijo con un tono amenazante—. Arruinaron mi vida, y ahora yo arruinaré la suya.
Laia, sintiendo miedo, dio un paso adelante, enfrentando a Sergio.
—No tienes nada que hacer aquí, Sergio. Esta es nuestra noche, nuestra felicidad. No vas a destruirlo.
Sergio soltó una risa amarga.
—¿Eso crees? sacó una pequeña botella de líquido inflamable y un encendedor de su chaqueta—. Veamos si sigues pensando lo mismo cuando todo esto arda.
El pánico se extendió rápidamente entre los invitados. Alejandro se movió instintivamente para proteger a Laia, mientras que Marisa intentaba calmar a los demás.
De repente, una figura emergió detrás de Sergio. Era Nicolás, con el rostro tenso pero decidido.
—Basta, papá. Esto termina aquí y ahora.
Sergio se giró para enfrentar a su hijo, sorprendido.
—¿Nicolás? ¿Qué estás haciendo aquí?
—Estoy aquí para detenerte. No permitiré que sigas lastimando a la gente que amo. Ya es suficiente.
La rabia de Sergio se intensificó. Guardó la botella y el encendedor, y sacó una pistola, apuntándola directamente a Nicolás.
—A ver si ahora eres tan valiente, dijo con un tono gélido.
Nicolás no retrocedió ni un paso.
—Ya no te tengo miedo, papá. No puedes controlarme más.
Mientras la tensión aumentaba, algunos invitados llamaron discretamente a la policía, quienes ya estaban alertas por la desaparición de Sergio. La situación se tornó aún más caótica cuando Marisa, viendo el peligro inminente, se puso entre Sergio y Nicolás.
—¡No, Marisa! gritó Nicolás, pero fue demasiado tarde.
En un movimiento desesperado, Sergio disparó. El sonido del disparo resonó en el restaurante y Marisa cayó al suelo, herida. La sangre se extendió rápidamente por su vestido, y un grito de horror se escapó de los labios de Laia.
—¡Marisa! gritó Laia, corriendo hacia su amiga.
La visión de Marisa herida despertó una furia incontrolable en Nicolás. Con una determinación feroz, se lanzó hacia su padre, logrando arrebatarle la pistola en un forcejeo. Sin pensarlo dos veces, disparó, hiriendo a Sergio en el hombro.
—Esto es para que veas que ya no soy un cobarde y que no te tengo miedo, dijo Nicolás, con la voz quebrada por la emoción—. Se acabó, papá. Ya no podrás lastimar a nadie más.
La policía entró en el restaurante justo en ese momento, esposando a Sergio mientras éste se retorcía de dolor y furia. Los agentes llamaron rápidamente a una ambulancia para Marisa, quien estaba consciente pero pálida.
—Aguanta, Marisa, por favor, le susurró Laia, sosteniendo su mano—. Todo estará bien.
Marisa sonrió débilmente, con lágrimas en los ojos.
—Siempre supe que eras fuerte, Laia. Gracias por estar aquí.
Los paramédicos llegaron rápidamente y estabilizaron a Marisa antes de llevarla al hospital. Nicolás, aún temblando por la adrenalina, miró a Laia y Alejandro.
—Lo siento tanto... dijo, su voz quebrándose.
Alejandro puso una mano en su hombro.
—Hiciste lo que debías, Nicolás. Marisa seguro va a estar bien. Lo importante es que esto se acabó.
Laia abrazó a Nicolás, sintiendo gratitud.
—Gracias, Nicolás. No sé qué habría pasado sin ti.
El restaurante, que había sido escenario de tanto dolor y tensión, comenzó a calmarse. Los invitados, aunque conmocionados, mostraron su apoyo a Laia, Alejandro y Nicolás. La policía se llevó a Sergio, asegurando que finalmente enfrentaría las consecuencias de sus acciones.
Editado: 19.08.2024