Laia se despertó con el sol apenas asomándose por la ventana, una ilusión brillante en sus ojos. Se giró hacia Alejandro, quien aún estaba adormilado, y lo despertó suavemente con un beso en la mejilla.
—Buenos días, amor. ¿Qué te parece si vamos al hospital a ver a Marisa? —preguntó Laia, su voz llena de entusiasmo.
Alejandro sonrió y se desperezó, asintiendo. —Claro, me parece una excelente idea. Además, quiero ver cómo está Nicolás también. Ha sido una noche difícil para todos.
Laia se levantó rápidamente, sintiendo una energía renovada. Se vistió con ropa cómoda pero elegante, queriendo verse bien para su visita a Marisa. Mientras se peinaba, miró a Alejandro a través del espejo y le preguntó:
—¿Crees que sería buena idea pedirles a Marisa y Nicolás que sean los padrinos de nuestro bebé?
Alejandro, que estaba abotonando su camisa, se detuvo y la miró con una sonrisa amplia. —Me parece perfecto. Ellos son como nuestra familia aquí, y estoy seguro de que estarán encantados. Solo que... —hizo una pausa, pensativo— deberíamos mantenerlo entre nosotros cuatro, y tu padre, hasta que pase el tiempo de riesgo del embarazo. No quiero que te preocupes más de lo necesario.
Laia asintió, comprendiendo. —Tienes razón. Será nuestro pequeño secreto por ahora.
Laia y Alejandro se dirigieron al hospital llenos de ilusión. Querían ver a Marisa y darle la noticia del embarazo de una manera especial. Habían preparado un pequeño plan para sorprender a sus amigos.
Cuando llegaron a la habitación, encontraron a Marisa y Nicolás juntos. Marisa, aunque aún un poco débil, sonreía con alegría al ver a sus amigos.
—¡Mira quiénes llegaron!— exclamó Nicolás, ayudando a Marisa a sentarse un poco más cómodamente.
—Hola, chicos. ¿Cómo te sientes, Marisa?—preguntó Laia, acercándose a su amiga y dándole un suave abrazo.
—Mejor, gracias a todos ustedes,— respondió Marisa, con una sonrisa agradecida.
Alejandro se unió a la conversación.—Nos alegra verte mejor. De hecho, venimos con una pequeña sorpresa para ustedes.—
Marisa y Nicolás se miraron con curiosidad. —¿Una sorpresa? ¿Qué sorpresa?— preguntó Nicolás, sonriendo.
Laia sacó una pequeña cajita de su bolso y la abrió, revelando dos chupetes de bebé. Marisa y Nicolás fruncieron el ceño al principio, pero luego, una chispa de comprensión apareció en sus ojos.
—¡¿Estás embarazada?!— gritó Marisa, sus ojos llenos de emoción.
Laia asintió, riendo. —Sí, ayer cuando te vinimos a ver, me descompense, pensábamos que eran nervios por todo, pero las analíticas nos dieron esta sorpresa!!estamos esperando un bebé.—
—Y queríamos hacerles una pregunta importante— dijo Alejandro con alegría — ¿Nos gustaría saber si aceptan ser los padrinos de este bebé que está por llegar?—
Nicolás soltó una carcajada. --¡Esto es increíble! Claro que sí, estaríamos honrados.—
Marisa, con lágrimas en los ojos, tomó la mano de Laia. —No puedo creerlo. Esto es maravilloso. Gracias por pensar en nosotros."
Alejandro se inclinó hacia Nicolás y le dio una palmada en la espalda. —Sabíamos que serías el padrino perfecto. Queríamos que ambos formaran parte importante en la vida de nuestro bebé.—
Nicolás abrazó a Alejandro con fuerza. —Gracias, hermano. Esto significa mucho para nosotros.—
La habitación se llenó de risas y abrazos mientras los cuatro amigos celebraban la maravillosa noticia. Fue un momento de pura alegría y amor, una luz brillante en medio de los desafíos que habían enfrentado.
Laia y Alejandro les sonrieron, y confesaron. —Queremos que sean los únicos en saberlo por ahora —dijo Laia—. Solo hasta que pase el tiempo de riesgo. Es nuestro pequeño secreto.
Marisa y Nicolás asintieron comprensivos, prometiendo guardar el secreto. Laia sintió una ola de felicidad al compartir esta noticia con sus amigos más cercanos. La mañana se llenó de risas y conversaciones sobre el futuro, la llegada del bebé y la nueva etapa que todos estaban a punto de comenzar juntos.
Después de un rato, cuando Marisa comenzó a sentirse cansada, Laia y Alejandro decidieron dejarlos descansar. Prometieron regresar más tarde con noticias y más alegría. Al salir del hospital, Laia miró a Alejandro con una sonrisa tranquila.
—Todo va a estar bien —dijo ella, más para sí misma que para Alejandro.
Alejandro la abrazó, sintiendo la misma paz. —Sí, todo va a estar bien.
Laia se dirigió a Sabores de Mar para limpiar y preparar todo para el día siguiente. Quería que el restaurante volviera a su vibrante normalidad, siendo un lugar de encuentro y alegría para el pueblo.
Mientras tanto, Alejandro se dirigió al puerto, que estaba avanzando rápidamente gracias a la ayuda y el apoyo de la comunidad. Al llegar a su oficina, se encontró con el intendente del pueblo, quien esperaba con una expresión de satisfacción.
—¡Alejandro! Justo a tiempo,— exclamó el intendente, extendiendo su mano para un firme apretón. —Tengo excelentes noticias.—
Alejandro sonrió, sintiendo un ligero alivio al ver la actitud positiva del intendente. —¿Qué tal, señor intendente? ¿Qué buenas noticias trae?—
El intendente se acomodó en una silla, cruzando una pierna sobre la otra. —He estado observando el progreso del puerto y debo decir que estoy impresionado. Todo está quedando mejor de lo que imaginamos. Y eso no es todo.—
Alejandro se sentó, interesado. —¿Ah, no? Cuénteme más.—
—El intendente de un pueblo pesquero cercano ha estado siguiendo nuestro proyecto de cerca. Le ha gustado tanto lo que ha visto que quiere hacer algo similar en su propio pueblo. Le he dado tu contacto para que puedan hablar sobre un posible proyecto—.
Alejandro sintió una oleada de entusiasmo. —¡Eso es fantástico! Me encantaría expandir nuestro trabajo y ayudar a otros pueblos a mejorar sus infraestructuras.—
El intendente asintió con una sonrisa. --Estoy seguro de que harás un trabajo excelente, igual que aquí. Además, esto podría ser una gran oportunidad para ti y para Laia. Con tu talento y su apoyo, pueden lograr grandes cosas.—
Editado: 19.08.2024