Capítulo final
Los meses pasaron con rapidez, y el proyecto del puerto llegó a su fin. La transformación fue impresionante, revitalizando la economía local y llenando de vida el pueblo que había estado estancado durante tanto tiempo. Las calles, antes desiertas y silenciosas, ahora vibraban con la actividad de turistas y residentes. Los comercios florecían y nuevas oportunidades surgían a la vuelta de cada esquina.
Alejandro, satisfecho con el éxito del proyecto, ya había puesto su mirada en el siguiente desafío: el diseño del proyecto para el pueblo vecino. Su entusiasmo por el trabajo era palpable, y sus días estaban llenos de reuniones, bocetos y visitas al nuevo sitio. La visión que tenía para este nuevo proyecto era ambiciosa y prometía traer aún más beneficios a la región.
Mientras tanto, Laia, con su panza de siete meses, se preparaba para una nueva etapa en su vida. La emoción y la anticipación por la llegada del bebé eran constantes en sus pensamientos. Aunque su energía era limitada, se mantenía ocupada supervisando el restaurante. Sabía que pronto tendría que dejar gran parte de la responsabilidad en manos de Marisa, su mano derecha y amiga de confianza.
Una tarde, mientras el sol comenzaba a caer, Laia y Marisa se sentaron en una mesa junto a la ventana del restaurante, disfrutando de un momento de tranquilidad antes de la hora punta.
—Marisa, he estado pensando mucho en cómo manejaremos el restaurante cuando nazca el bebé, dijo Laia, acariciando suavemente su vientre.
Marisa, siempre pragmática y serena, asintió.
—Lo he notado, Laia. No te preocupes, estaré aquí para asegurarme de que todo siga funcionando sin problemas. Hemos trabajado juntas durante años, y conozco el restaurante tan bien como tú.
Laia sonrió, agradecida por la lealtad y la amistad de Marisa.
—Eso es lo que me da tranquilidad. Quiero que tomes las riendas por un tiempo. Sé que eres más que capaz, y confío plenamente en ti. Además, los clientes te adoran.
Marisa se ruborizó ligeramente ante el cumplido.
—Gracias, Laia. Es un honor para mí. Prometo que haré todo lo posible para mantener el restaurante a la altura de tus estándares.
—¡Lo sé! respondió Laia, mirándola con cariño—. Y aunque me costará estar lejos, sé que es lo mejor. Necesitaré tiempo para adaptarme a ser mamá y cuidar del bebé. Pero siempre estaré disponible si necesitas algo, aunque sea solo para escuchar.
En ese momento, Alejandro entró al restaurante, su rostro iluminado por una sonrisa cansada pero satisfecha.
—Buenas tardes, señoras , saludó, acercándose a la mesa—. ¿Cómo están mis dos mujeres favoritas?
—Estamos bien, amor —respondió Laia, mirándolo con amor—. Justo hablábamos de los planes para cuando nazca el bebé.
—¡Perfecto! dijo Alejandro, tomando asiento junto a ellas—. Marisa, sabes cuánto apreciamos todo lo que haces. Este lugar no sería lo mismo sin ti.
Marisa sonrió, sintiéndose verdaderamente valorada.
—Gracias, Alejandro. Es un placer trabajar aquí y ser parte de esta familia.
Laia se inclinó hacia Alejandro, tomando su mano.
—¿Cómo va el nuevo proyecto? —preguntó, con curiosidad.
Alejandro suspiró, un brillo de entusiasmo en sus ojos.
—Está tomando forma. Es un desafío mayor que el puerto, pero creo que podemos lograrlo. La comunidad del pueblo vecino está emocionada y dispuesta a colaborar. Creo que será un éxito aún mayor.
Laia lo miró con orgullo.
—Sabía que podrías hacerlo. Tienes un don para esto.
Alejandro besó suavemente la mano de Laia, y luego miró a Marisa.
—Por cierto, Marisa, necesitaré tu ayuda también. Estoy pensando en incorporar un pequeño mercado gastronómico en el nuevo proyecto. ¿Te gustaría ser parte de la planificación?
Los ojos de Marisa se iluminaron ante la propuesta.
—¡Por supuesto, Alejandro! Sería un honor.
La conversación continuó, llena de planes y sueños para el futuro. A medida que la noche caía, el restaurante comenzó a llenarse de clientes, y Laia y Marisa se pusieron manos a la obra, asegurándose de que todo funcionara a la perfección. Aunque los próximos meses traerán cambios significativos, había una sensación de seguridad y optimismo en el aire.
Después de una noche ajetreada en el restaurante, cuando finalmente se apagaron las luces y los últimos clientes se habían ido, el equipo comenzó a relajarse. Marisa estaba terminando de ordenar la cocina cuando vio a Nicolás entrar. Su expresión era seria, pero había una chispa de resolución en sus ojos.
—Marisa, ¿puedes venir un momento? dijo Nicolás, su voz suave pero firme.
Marisa dejó lo que estaba haciendo y se acercó a él, notando la tensión en sus hombros.
—¿Qué pasa, Nicolás? preguntó, preocupada.
Nicolás tomó una respiración profunda y le contó la noticia que había esperado tanto tiempo compartir.
—Hoy se dictó sentencia para mi padre. Le dieron 15 años de condena por todos sus delitos. Fue declarado culpable de corrupción y despotismo. También le expropiaron todas sus propiedades, dijo, su voz cargada de emoción.
Marisa sintió un alivio profundo al escuchar esas palabras. Sabía lo importante que era este momento para Nicolás, un cierre para una etapa dolorosa de su vida.
—¡Nicolás, eso es... eso es increíble! exclamó, sus ojos brillando de alegría—. Finalmente, justicia.
Nicolás asintió, un leve esbozo de sonrisa en sus labios.
—Sí, y lo mejor es que pude comprar varias de sus propiedades. Quería asegurarme de que parte de su legado fuera transformado en algo positivo, en memoria de mi madre.
Marisa lo miró con admiración, reconociendo la fuerza y la determinación que había mostrado al enfrentar a su padre y tomar control de su propio destino. Ella sabía que esto no solo era una victoria legal, sino una victoria personal para él.
—Estoy tan orgullosa de ti, Nicolás, dijo, acercándose y tomando sus manos—. Has hecho lo correcto, no solo por ti, sino también por tu madre y por todos los que han sufrido por culpa de tu padre.
Editado: 19.08.2024