Sacrificio

Sexta Ofrenda: Aristocracia

—También lo escuchaste, ¿no? —preguntó Annia mientras observaba la penumbra a su alrededor, misma que abrazaba los numerosos arboles torcidos del extraño bosque, cuya alta vegetación ocultaba aquella mina de carbón maldita.

—Claro que lo escuché. Era como el grito de un noxako —respondió Mergo, algo que sin dudas dejó todavía más asustada a la cazadora.

—¿U-un noxako? Jamás los había escuchado gritar de esa manera. ¿Sería uno como el que derrotamos hace poco?

—He escuchado a los noxakos hacer peores ruidos. Hay que buscarlo. —Decidió el hombre al caminar hacia el norte, de donde percibió una extraña presencia, al igual que Annia.

—¿Desde cuándo este viajecito se volvió una película de terror? ¡Maldición! —Se quejó la chica al ir detrás de su compañero, sostenida sus dos armas en manos y muy alerta de lo que fuera a pasar.

—¿De qué hablas? Este mundo es toda una saga de películas de horror. Los noxakos por si solos son criaturas horrendas. Es sólo que te has acostumbrado a ellos, por eso no los ves como algo temible —dedujo Mergo al caminar un tanto tranquilo.

—El que destruimos hace poco no se me hizo nada lindo, ¿sabes? ¡Claro que estoy consciente de eso y…! —Pero antes de continuar, de la nada, el cazador se detuvo, lo que dejó a Annia caminar unos cuantos pasos más que él. Al verlo, la chica notó que estaba asustado, se veía algo pálido de momento, por lo que, extrañada, comenzó a voltear hacia la dirección que estaba observando.

Antes de ver, desde la tenebrosa niebla que estaba tras ella, el llanto de un infante se hizo presente. No era uno muy ruidoso ni a gritos, sino un simple sollozo ligero acompañado de una respiración dificultosa por una nariz llena de mucosidad. Sonaba muy cerca, y parecía que quien lo generaba estaba parado sin moverse.

Annia, aterrorizada, pensó de inmediato que se trataba de un noxako, uno que imitaba muy bien aquel sonido, por lo que, con una velocidad impresionante, volteó hacia aquella dirección apuntando con sus armas, hasta conseguir ver que, a unos tres metros de ella, efectivamente se encontraba un niño de unos 4 o 5 años de edad, cabello corto castaño claro, delgado, ojos azules y piel muy clara. Se veía que era un muchacho de su mismo continente.

Lo más curioso es que el muchachito llevaba un pequeño short y una playera de mangas cortas bien cuidadas, al igual que unos tenis blancos algo sucios, pero, al fin y al cabo, casi nuevos. Él se frotaba su ojo derecho al limpiarse las lágrimas, y con la otra mano disponible, cargaba nada más y nada menos que un peluche de Dandy.

Aquellos detalles dejaron a la joven extrañada, mas luego escuchó cómo Mergo desenfundó su arma Palkelenber y estaba listo para lanzarla. La cazadora, espantada, vio cómo el hombre atacó al niño sin pensarlo, mismo que gritó al ver la escena.

—¡No! —De inmediato, Annia disparó a la poderosa arma y consiguió desviarla, lo que destrozó varios árboles gracias a la cuchilla que voló hasta que regresó a manos de Mergo en sentido de boomerang, como siempre lo hace—. ¿Qué te pasa? ¡Es sólo un niño! —señaló la chica al ver al infante aterrorizado, hincado sobre el pasto, completamente asustado y abrazando a su peluche.

—¡También puedes verlo! —gritó desesperado Mergo a la par que caminaba hacia Annia, quien temerosa pensó en apuntar al hombre, pues creía que se había vuelto loco—. ¡Dijiste que había un niño ahí! ¡Annia, por favor dime! ¿Puedes verlo? —preguntó fuera de sus cabales Mergo, soltó el arma y sujetó de los hombros a la chica, por lo cual ésta decidió no amenazarlo con sus armas.

—S-sí, puedo verlo… —respondió la chica un tanto preocupada y espantada.

—¿Cómo es? ¡Descríbelo, por favor! —La mujer hizo lo pedido a la perfección, lo que causó a Mergo soltarla y mirar asustado hacia el suelo, para luego tocarse el rostro, justo donde las vendas le cubrían el ojo. —Maldita sea. Entonces de verdad no me estoy volviendo loco... —dijo al aire el hombre, para luego voltear hacia el menor que continuaba llorando entre la maleza.

—¿Qué está pasando, Mergo?

—Ese niño que está ahí, soy yo de pequeño —declaró el hombre, extrañada Annia al escuchar eso. Mas, cuando la chica miró al infante, se dio cuenta que efectivamente tenía los mismos rasgos que el cazador, mismo color de cabello y ojos. Era la viva imagen de Mergo, sólo que su piel estaba más clara, posiblemente eso era porque el cazador se la pasaba bajo el sol y eso le oscureció un poco el tono, al igual que a ella.

—P-pero, ¿cómo es eso tan siquiera posible? ¿Qué demonios…? —preguntó Annia confundida, incrédula, hasta que Mergo señaló el muñeco que llevaba aquel infante.

—Ese muñeco de Dandy. Lo perdí en un incidente que sucedió cuando tenía esa edad. ¡Míralo! Es imposible que un niño de ahora tenga uno como ese —declaró el hombre y Annia observó bien el juguete. Mergo tenía razón, el peluche se veía casi nuevo y pertenecía a una línea que salió muchos años atrás. Una que estaba descontinuada por completo.

—T-tienes razón. ¿Por qué? ¿Te clonaron o una estupidez así?

—No digas mamadas, Annia —dicho esto, Mergo tomó su arma en manos y la vio con enojo—. Esto es con lo que he tenido que cargar los últimos años. —Al terminar, el hombre lanzó un ataque con su arma al niño, y al ser golpeado con ésta, aquel se desvaneció en el aire después de simular como el ataque lo lastimaba de gravedad, desapareciendo al volverse vapor al instante. —Creí que eran alucinaciones que sólo yo estaba viendo, pero ahora sé que es algo más perverso y grave —declaró Mergo al tomar su arma nuevamente.

—¿Qué clase de idioteces son éstas? ¡Jamás había sabido de algo así en todo lo que llevo de cazadora!

—Pasan muchas cosas raras desde que esas mierdas aparecieron. Si vas a ayudarme, debes estar preparada para descubrir cosas peores —explicó Mergo, algo que hizo dudar a la mujer por unos momentos, para luego continuar el cazador caminando, seguido por Annia, sin decir nada.




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