Sacrificio

Décima Ofrenda: Cinco continentes

En medio del crepúsculo, cansados y con heridas en todo el cuerpo, tanto Annia como Mergo bajaron hasta las faldas del monte Gomoth, quienes no fueron interrumpidos en su viaje por algún noxako gracias a la impresionante iluminación que ahora había, misma a la cual ambos cazadores no estaban acostumbrados, por lo que se sentía un tanto cegados por ésta.

A su vez, en la entrada del pueblo, la gente del mismo corrió a recibirlos. Ellos notaron la sangre en las ropas de los cazadores, su apariencia fatigada y que Annia llevaba en brazos a un aparentemente inconsciente Dante.

—¡Dante! ¡Ayuda a mi hijo! ¡Está mal herido! —gritó la madre del infante a la par que corría hacia él, cosa que hizo detenerse a Mergo y Annia, ambos bajando la mirada ante esto, sin poder ver a los ojos a la madre—. Dante, mi amor. ¿Por…? ¿Por qué está tan frío? ¿Qué pasó? ¡Por la luz! ¿Qué sucedió allá? ¡¿QUÉ LE HICIERON A MI HIJO?! —vociferaba desesperada la mujer, arrebató el menor de las manos de Annia y cayó al suelo junto con él.

Desconsolada, la mujer lloró sobre el pecho de su pequeño hijo muerto, cosa que creó un ambiente oscuro y horrendo a pesar de la enorme cantidad de luz que aún había, aun estando en la puesta del sol.

Al ver la escena, el alcalde se acercó a su hija para consolarla, mientras pedía a los demás apoyar a los cazadores, cosa que no le agradó a la madre del difunto niño, pues los insultó y agredió, llamándolos mentirosos y asesinos.

La mayoría del pueblo, junto con la única curandera, se llevaron a su ya asignada habitación a los invitados, lo que dejó atrás al alcalde, algunos miembros de su familia y a la hija solos, cuyo cadáver de Dante continuaba en el suelo protegido por su madre.

Los cazadores fueron curados hasta donde se pudo, primero Annia, pues al llegar al cuarto, cayó sobre sus rodillas y escupió sangre. Parecía que la fuerza extraña que entró en ella estaba por agotarse y eso la puso en un mal estado.

Por su parte, al desnudarse, todos pudieron ver que Mergo tenía varios huesos rotos, clavados en su piel y a punto de romperla, además que ésta tenía un tono morado muy horrendo, amén de otras cicatrices ya viejas.

La curandera del lugar hizo todo lo que estuvo en su alcance para sacarlos de peligro, tuvo que abrir a Mergo para acomodar sus huesos y le dio una intensiva curación al dorso de Annia. Al final, ambos pudieron dormir tranquilamente cada uno en su cama sin más problemas.

En ese momento, dentro de sus sueños, la chica de cabello rosado comenzó a ver imágenes extrañas. Cosas que nunca antes había podido observar antes y mucho menos de esa manera.

Primero, recordó cuando vivía en una de las zonas más fértiles y verdes de su desértico continente con Kaito, mismo que nunca volteaba a verla cuando estaba junto a ella. Sólo parecía darle ordenes, como si fuera su jefe.

Lanza mientras corres. Debes entender que las balas dependen también de la fricción que hay en el aire y de tu movimiento, así como del tiro curvo que forman. No hay tiros rectos en el aire, siempre son curvos, Annia —decía Kaito al instruirla en sus sueños, observado el ambiente primaveral alrededor de la chica, a la par que tenía frente un noxako de una apariencia nauseabunda—. ¡Corre! —ordenó el hombre, lo que hizo a la pequeña niña de apenas 9 años desplazarse hacia un costado del monstruo, mismo que iba detrás de ella—. ¡No temas! ¡Eres más fuerte que él! ¡Dispara sin miedo! —regañaba el hombre a la niña, y ella proyectó varias balas en el blanco, mas la cosa parecía estar a punto de alcanzarla, por lo que la pequeña Annia se volteó y corrió tan pronto sus piernas se lo permitían, lejos del noxako.

Luego, se escuchó un disparo, la criatura cayó y Annia, con lágrimas en los ojos, se detuvo para ver el cadáver de su enemigo convertirse en un orbe nox.

¡Moriste! El miedo te hace lenta, por lo que esa mierda te iba a alcanzar. ¡No temas! ¡Confróntalos! ¡Ellos son los que deben temer! Si no quieres morir, mas vale que mejores, niña tonta —aseguró el hombre al acercarse a la pequeña, y lo que Annia vio entonces fue cómo la figura de Kaito fue rápidamente opacada por una gran sombra, proveniente del dragón oscuro que Mergo y ella habían asesinado.

Con temor, la niña cayó al suelo, y cuando la criatura se acercó a ella enseñando sus dientes, en lugar de correr, la pequeña tomó su arma y le disparó a quemarropa, decidida a combatir, dando un grito y llorando desesperada.

Las balas parecieron no hacerle nada, pero de pronto, estás abrieron huecos en aquel ser hasta que la luz lo penetró desde detrás y provocó su desvanecimiento en el aire. Aquella calidez que la iluminación le dio a Annia, también la envolvió, y le hizo sentir un extraño aliento dentro de su garganta, algo que quería ser expulsado. Por lo que, la chica, extrañada, decidió vomitar aquello, expulsó un montón de luz de su interior, parecido al rayo que ejecutó aquel horrible ser alado cuando lucharon con él.

El aliento pasó, y la chica se veía ya adulta, tranquila y recuperada. No obstante, algo sucedió, pues en el cielo revoloteaban cuatro figuras que volaban justo por encima de ella, como si fueran buitres.

Lo sabía, sentía que esas cosas eran iguales a la que había destrozado, y que, de alguna manera, estaban causando problemas justo como la anterior. Annia apuntó a ellas con sus armas, y cuando pensaba disparar, las cuatro se separaron en direcciones diferentes, sin ya ver atrás.

¡No temas, Annia! —dijo la voz de Kaito desde detrás de la mujer, lo que la hizo voltear y ver al hombre justo como lo vio por última vez—. Nunca olvides todo lo que te enseñado. No mueras —Luego de eso, la chica despertó sudando frío y respirando de manera acelerada.

Aquella acción consiguió despertar a Mergo, el cual continuaba algo adolorido a pesar de estar curado.




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