Sacrificio

Décima Segunda Ofrenda: Exilio venenoso

Horas después de que el cielo se hay esclarecido, los altos mandos de las empresas más reconocidas en Nwarvus, al igual que poderosos cazadores, se encontraban reunidos en la casa del presidente de la capital, mismo que no sabía qué hacer respecto a los eventos ocurridos recientemente.

Todos en el sitio se encontraban discutiendo, hablaban sin un orden aparente y se notaban bastante frustrados o molestos, algunos ya de pie en sus lugares gritando a los demás al estar inconformes.

Pronto, las puertas de la sala se abrieron, y el presidente, molesto, volteó hacia el lugar para llamar la atención de quien haya interrumpido, mas calló de inmediato al observar a la persona que estaba ya frente de él.

Sin más, un manotazo duro y ruidoso fue dado sobre la mesa que todos tenían enfrente, lo que hizo a los presentes guardar silencio y ver hacia donde fue producido el sonido, hallada con la vista de todos Danya Basilisco, misma que venía acompañada de uno de sus hombres, el cual poseía un elegante traje negro, acompañado de una mascara de gas negra que le cubría completamente el rostro.

—Buenas tardes, damas y caballeros. Me alegra ver que se hayan reunido tan pronto en la capital, y me ofende un poco que no me hallan avisado —explicó la mujer al levantar su mano y ponerla frente a sus ojos, donde frotó los dedos de ésta como si tuviera tierra o algo entre ellos, obtenida de la mesa que golpeó.

—S-señora Danya. No recurrimos a su familia porque aún no ha declarado quién será el heredero y usted nos dijo que ya se había jubilado. No deseábamos molestarla —aclaró el presidente temeroso, para luego la mujer dar un paso para atrás, lo que hizo que su empleado tomara la silla que le pertenecía a su señora y la retirara en favor de ella poder sentarse sin problemas, acomodada nuevamente por quien la acompañaba.

—Hay situaciones que requieren ciertamente excepciones. Me parece que ésta es una de ellas —acertó a decir la mujer de negro, a la par que todos se veían los unos a los otros, ciertamente atemorizados—. ¿Y bien? ¿Qué información tienen? —dicho aquello, una mujer se puso de pie y comenzó a hablar.

—Hoy a las 13:21 horas, el cielo de Nwarvus se aclaró por completo. Su color se volvió mucho más claro de cómo lo ha sido durante los últimos años desde que se comenzó a usar el orbe nox como fuente principal de energía. Justo después de eso, en cuestión de segundos, sucedió… eso… —lo dicho no impresionó a Danya, misma que sacó un cigarro que su empleado encendió con cuidado, procediendo la mujer a fumar.

—¿Algo más? —preguntó Danya un tanto decepcionada.

—Es todo, señora Basilisco. No hay más información al respecto —respondió un muchacho, seguido de un hombre mayor.

—¡Han pasado apenas algunas horas! ¿Cómo espera que sepamos más sobre esto? ¿Acaso usted sabe algo? No, ¿cierto?

—Por supuesto que sé más que ustedes —respondió a las palabras dichas con un tono de molestia del anciano. Éste que guardó silencio al ver que la mujer hacía una seña con la mano a su empleado, el cual rápido apagó la luz y conectó una memoria USB en una de las paredes del lugar, lo que mostró, en un televisor que tienen en la sala, varias imágenes que Danya procedió a explicar—. Hace unos años, Anette Rosè se dio cuenta de qué era lo que hacia que el cielo se estuviera volviendo oscuro. La energía de los orbes nox, al ser utilizada para nuestro beneficio, soltaba un componente intangible que subía hasta la capa de ozono y la manchaba lentamente hasta conseguir lo que nosotros veíamos como un cielo más opaco. El señor Rosè expuso más de una vez que, si no hacíamos algo, nuestro mundo moriría sin dudas dentro de unos 50 o 60 años. Estoy segura que se acercó a más de uno de ustedes para que le ayudaran en su búsqueda por la eliminación de la capa que estaba tapizando el cielo, pero creo que nadie accedió, porque posiblemente significaría dejar de usar los orbes de un inicio. —Las palabras de la mujer dejaron a todos atentos ante las imágenes, las cuales mostraban pruebas de que el hombre continuó por muchos años esos experimentos a pesar de haberlo rechazado todos, cosa que lo llevó a la ruina hasta desparecer de entre la gente rica del continente.

—Entonces Rosè lo logró. Encontró la forma de jodernos y limpiar el cielo. Hay que ir a por él —dijo una mujer de edad avanzada, respondida por Danya.

—No, el hombre está muerto. —Aquello impresionó a todos, para luego Danya mostrar imágenes de lo dicho. —Anette Rosè murió viejo y enfermo en cama hace apenas un par de días. Se dice que el hombre no recibió visitas y sólo era cuidado por una enfermera a la que le pagaba muy bien, cuya identidad es desconocida hasta ahora. Mis fuentes confirmaron que de verdad está muerto, y justo en este preciso momento, sus únicos familiares, que lo habían abandonado en sus ideales, están velándolo. —Esa información dejó a todos perplejos, mas pronto surgieron las preguntas.

—Entonces, señora Basilisco, ¿cree que alguien más lo hizo? ¿Cómo está relacionado Rosè con esto?

—¿No creen que es extraño? Ese anciano muere y, a los dos días, lo que siempre soñó ocurre. Es demasiada coincidencia para mi gusto. Algo sabía ese desgraciado, y antes de morir, lo compartió con alguien, una persona o un grupo de éstas capaces de hacer algo como lo que ocurrió hoy. No tengo pruebas, ni dudas. —Esto hizo que todos conversaran en voz baja, mas luego Danya se puso de pie y las imágenes en la televisión cambiaron a fotos de Annia y Mergo. —Estos dos, casualmente los encontré hace unos días aquí en la capital y se les vio en la misma ciudad donde encontraron a Rosè muerto. Parecen dos cazadores comunes, pero me fue imposible seguirles completamente el rastro. Jamás me había ocurrido algo similar. Estoy segura que algo tienen que ver con eso. Son Annia Lawrence, hija adoptiva de Kaito Zhou, y Mergo, un sujeto del que, hasta ahora, no sé nada más que su nombre. Necesito que les pongan un ojo a ese par, porque no voy a dejar que esto vuelva a ocurrir. No mientras viva —aseguró la mujer al observar el rostro de los sospechosos, cerrados sus puños con fuerza.




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