Sacrificio

Décima Cuarta Ofrenda: Fama desbordante

Dentro de una vasta biblioteca, alumbrada únicamente por la luz que entra a través de los gigantescos ventanales que se hallan a un costado de ésta, se encontraba un hombre muy bien vestido, sentado en un banquillo plácidamente, con un caballete frente a él donde descansaba un lienzo enorme, mismo que utilizaba para plasmar una imagen a la que daba forma usando pintura de una paleta, cuyos trazos eran suavemente ejecutados con un pincel que movía de forma fluida, como si de una ligera corriente de agua se tratara.

La paz del sitio le daba a aquel artista el ambiente perfecto para poder trabajar sobre su creación. Imperturbable, él daba pincelazos y tomaba pintura a un ritmo que podría apreciarse como si fuera música, pues el ritmo que poseía al trazo era algo digno de presenciarse. Todo lo que hacía, sin dudas, era un movimiento artístico.

De pronto, aquel singular caballero de piel morena y gafas escuchó unos pasos en la suave y elegante alfombra que tapizaba el suelo, cosa que no le extrañó mucho, por lo que no volteó a ver de quién se trataba. Él simplemente continuó con su labor sin problema alguno.

—Papá, perdona por interrumpirte —mencionó la joven, cosa que no detuvo, ni descuidó el trabajo del hombre.

—Una visita tuya jamás significa una interrupción, mi pequeña. Dime, ¿en qué puedo ayudarte? —respondió el pintor con una voz sabia y dulce, sin apartar los ojos del lienzo o las manos de su trabajo.

—Voy a irme —confesó la chica, con algo de temor en su voz—. Lejos, muy lejos. No sé si volveré, tal vez no lo haga, al menos no en mucho tiempo. —Las palabras fueron dichas con la cabeza baja y los ojos cerrados, temerosa a la respuesta de su progenitor.

—¿No hiciste eso hace poco?

—Sí, pero esa vez fue un berrinche.

—¿Y por qué está vez no lo es? —La pregunta provocó que la chica derramara un par de lágrimas en silencio, para luego levantar el rostro.

—Porque esta vez no daré marcha atrás —prometió la joven, cosa que provocó a su padre detener su trazo.

—Danielle, siempre voy a apoyarte en todas tus decisiones, y está casa siempre te va a recibir de vuelta, no importa qué tanto erres. No tengas miedo de hacer algo que consideres lo correcto —dicho esto, el hombre giró su rostro y miró con una sonrisa a la chica, la cual miró a los enternecidos ojos de su padre.

—Lo siento.

—¿Por qué?

—Por no ser como mis hermanos.

—No tienes que ser como ellos. Ni mejor, ni peor. Sólo tienes que ser tú misma. Debes ser la mejor versión de Danielle Basilisco que puedas ser. Es todo lo que necesitas para que me sienta todavía más orgulloso, porque ya lo estoy. —Luego de esas palabras, la chica corrió hasta abrazar al adulto, mismo que le regresó el afecto, colocadas sus manos lejos de la paleta y brocha que sujetaba.

—Muchas gracias, papá. Eres el único que siempre me ha entendido. No sabes cuánto te amo.

—Y yo a ti, así como amo a los demás miembros de nuestra familia. —Luego de eso, ambos se separaron y se vieron al rostro. —Sólo prométeme que vas a cuidarte mucho. Veo que ya sólo usas una muleta. Creo que lograrás hacerte con una prótesis sin problemas pronto. Ese es el talento que espero de mi hija. —Eso alegró mucho a Dan, la cual sonrió de oreja a oreja, para luego agradecer y despedirse, cuyo caminar se dirigió a la salida, aunque fue detenida por unas últimas palabras de su padre. —Tu madre siempre ha querido lo mejor para ustedes, para nuestra familia —esto causó un hueco tremendo en Dan, cuya expresión se transformó en una de enojo.

—No sé por qué te casaste con ella o qué le viste.

—Tal vez necesites ver más allá de lo que hay en la superficie de la mujer que demuestra ser Danya para que la entiendas mejor. En tu viaje, date el tiempo de explorar eso. Hazme ese favor, ¿sí? —pidió el artista al continuar con su obra, observado por su hija, la cual no podía negarle nada a su amado padre.

—Claro que lo haré, papá. —Al término de esas palabras, la chica abandonó el sitio, lo que dejó al hombre completamente solo.

El sol apenas y se encontraba asomando por el horizonte, las aves cantaban, los animales y algunas personas despertaban de su letargo para hacer sus actividades matutinas, las plantas floreaban y el viento soplaba gentilmente. El ambiente primaveral se sentía vibrante, y esto era aprovechado por Annia, pues había madrugado sin avisarle a Mergo y estaba un tanto alejada de él, pero a su vista, en donde parecía estar practicando algo.

La mujer se encontraba de pie, con las piernas separadas, los ojos cerrados y el rostro concentrado. Respiraba hondo y pronto, jaló mucho aire, levantó sus manos a la altura de sus codos con las palmas abiertas y mirando hacia arriba.

En ese momento, Annia comenzó a recordar cosas que parecían perturbarle, pues apretaba el entrecejo al hacerlo, su templada faz se veía perturbada cada vez que a su mente venían esas imágenes que le llenaban la visión de sus pensamientos, las cuales eran cada vez más fuertes.

Ella veía al dragón oscuro rugir por encima del palacio celeste, al ejército de noxakos atacarla, a muchas personas sufriendo, asesinadas por otros cazadores, por monstruos, por ella misma. Observaba el cielo oscurecerse, miles de orbes nox apagarse y encenderse como si palpitaran, primero lento, luego rápido, por último, de manera dispareja y alucinante.

Annia escuchó un rugido del dragón oscuro, sintió un terremoto que azotó el mundo entero, y luego vio la imagen de Kaito, mismo que le apuntaba con un arma y le decía unas palabras.

Concéntralo en el arma. Sé que puedes hacerlo. Hazlo o muere —decía el hombre a lo lejos, cuyos ecos de voz se perdían en los recuerdos de la mujer que ya estaba sudando frío.

—Vamos… ¡Tú puedes! —Se trataba de animar la cazadora, respiraba hondo y continuaba concentrándose, lo que regresó las imágenes anteriores a su cabeza, mas está vez pasaban mucho más rápido y parecían más y más aterradoras, hasta que todas acabaron en la estatua de Dandy, la cual se agrietó sin detenerse, lo que permitió salir una luz blanca del interior de ésta.




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