Sacrificio

Décima Sexta Ofrenda: Cazadores idóneos

Annia se encontraba en su habitación, plácidamente dormida y roncando como es habitual. Cosa que fue interrumpida súbitamente, junto al cambio de su rostro, lo que indicaba que estaba pasándole algo incomodo, algo que perturbaba su sueño.

Dentro de su mente veía claramente su pasado. Observaba su hogar en Nwarvus, a sus padres felices y a sus dos hermanos mayores jugando. Annia tenía cinco años, y se hallaba feliz con sus muñecas, les cortaba el cabello y les hacía cortes parecidos a los de artistas de rock, mientras reía y pintaba con acuarelas los rostros y pelo, así como el cuerpo de los juguetes.

¿Otra vez haciendo estrellas de rock, mi niña? —preguntó la madre a la pequeña, la cual asintió alegre.

Ellas van a dar un concierto en Qwinbakvus, y con la música, toda la gente dejará de estar enojada y no habrá más guerra. —Sus dulces palabras provocaron ternura en su madre, la cual acomodó su cabello también pintado y le dio un beso en la frente.

Sí, mi niña. Pronto va a estar la comida. Por favor, cuando te llame, vienes —dicho eso, la mujer se puso de pie y salió de la habitación.

Luego de un rato, la niña se recostó, cosa que le hizo quedarse dormida involuntariamente, con sus muñecas en mano y su puerta cerrada. Pasó algo de tiempo, tanto que la pequeña Annia despertó al sentir hambre, por lo que ésta se puso de pie y salió de su habitación, corrió a la sala gritando el nombre de su madre y buscándola con la mirada.

Algo había sucedido. La casa estaba completamente destrozada. Cada rincón del hogar tenía algo destrozado, marcas de garras en las paredes e incluso sangre en algunas partes, lo que atemorizó a la niña, empezado su llanto antes de siquiera saber qué era lo que ocurría.

Al llegar a la cocina, detrás de la mesa, se escuchaba algo moverse, además de un sonido chicloso, como si se estuviera masticando algo continuamente. Annia observó la escena con cuidado, y lo que encontró fue a su madre en el suelo, muerta, cuyas entrañas estaban siendo devoradas por un noxako de aspecto inolvidable. Uñas largas, mandíbula extremadamente grandes y cuentas de los ojos vacías era parte de la apariencia infernal de la aberración.

Al escuchar el llanto de la menor, la criatura se detuvo y volteó hacía de donde provenía el sonido, por lo que comenzó a reír de una manera que se podría describir demoniaca. Annia cayó al suelo, paralizada por el miedo, con lágrimas en los ojos y su corazón a punto de salir de su pecho.

—Ma-mamá… ¡Mamá! ¡Papá! ¡Adán! ¡Félix! ¡Ayuda! —gritó desesperada el infante, sin recibir respuesta alguna, a la par que aquel ser se paraba en dos piernas, revelado lo lánguido y alto que era, con un estomago notablemente más ancho que su esquelético ser.

Las risas del monstruo no paraban, así como se acercó a Annia agachándose, la envolvió con sus garras y abría la boca para tragársela de un tajo, sin cesar el llanto de la menor, observada la profunda garganta del demoniaco ser que estaba por tragarla.

—Ayuda… Papá… Mamá… Por favor… Alguien ayúdeme —decía entre sueños Annia, perlada en sudor frío, brotadas lágrimas de sus ojos a pesar de estar dormida.

De pronto, tanto la niña del recuerdo como la adulta gritaron, a la vez que aquel ser se detenía, comenzaba a inflarse y estallaba de un momento a otro, lo que generó un orbe nox y dejó bañada la niña en restos del monstruo, paralizada por el suceso.

¡Hay una niña! ¡Ricardo, hay una niña aquí! —gritó la voz de un joven, mismo que se acercó hacia Annia—. No temas, pequeñita. Vamos a sacarte de aquí —mencionó el adolescente con un extraño acento extranjero, respondido por su aparente compañero, un muchacho todavía más joven que él, mismo que también parecía no ser de Nwarvus.

¡Déjala, Morgrem! ¡No podemos cuidarnos la espalda y a ella también! —decía el chico de cabello hasta debajo del mentón, mismo que parecía estar combatiendo noxakos fuera.

¡No voy a dejarla aquí para que muera! Ven, pequeña. Salgamos de aquí —dicho eso, Morgrem tomó a Annia con ambos brazos y la recargó sobre su hombro con sus manos sobre su espalda.

La próxima vez yo elijo a dónde vacacionar. —Se quejó Ricardo al ver cómo su amigo salía de la casa de la niña.

¡Esta bien, nena! ¡Vámonos! —aclarado eso, Annia pudo ver cómo la zona completa estaba destrozada, al igual que el muro cercano que los protegía del exterior había sido demolido, lugar por donde los noxakos estaban accediendo.

—Annia… ¡Annia! —gritaba Mergo, hasta que la mujer despertó en brazos de su compañero. Dicho se hallaba en su habitación, a poco tiempo ya de ser la hora en la que ambos despertaban, preocupado por los gritos de la mujer.

—¡Mergo! ¿Qué pasó? ¿Qué haces aquí? —preguntó Annia desconcertada y agitada.

—Tuviste un terror nocturno.

—¿Un qué? —Luego de un suspiro, Mergo explicó.

—Son pesadillas tan intensas que tienen repercusiones en tu estado físico. Puede ir desde gritos, sonambulismo y hasta convulsiones. Son peligrosos en muchos casos, puedes vomitar y ahogarte sin darte cuenta, además que entras en un estado de mucho estrés. —Lo dicho dejó a Annia más tranquila, pero un poco mortificada a la vez.

—Ya veo, tiene nombre.

—¿Hace mucho que los tienes?

—Desde niña. Mis compañeritos idiotas de cuarto siempre se quejaban de ello, al igual que Kaito —confesó la chica, algo que hizo a Mergo hacer una pregunta que tenía atorada desde hace tiempo.

—Kaito Zhou. ¿Qué era tuyo? —La pregunta sin dudas hizo cambiar la expresión de Annia a una de fastidio.

—Así es, «era». Ya no es nada —replicó la mujer, para luego ponerse de pie—. Ya hay que comenzar nuestro día. Le prometimos a Chūnfēng ir a verlo y eso haremos.

—Cierto. —Luego de eso, ambos se pusieron de pie, se arreglaron e hicieron sus ejercicios de siempre. Annia practicó nuevamente con aquella extraña luz y logró lo que ella consideró un avance, para luego reunirse con su compañero y salir hacia el evento de Chūnfēng.




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