En una gran iglesia, cuya tenebrosa luz entraba por los diferentes vitrales y alumbraba pobremente a sus presentes, un sacerdote, el principal, luego de dejar rezar a los siervos, habló fuerte y claro para todos.
Sus palabras inspiraron el corazón de los presentes, y sus alabanzas fueron escuchadas por este representativo de la iglesia, torcidas las esperanzas y ennegrecida la luz de la verdad ante aquellos que rendían culto a aquel que ha sido casi olvidado.
La misa acabó. Los feligreses se retiraron y cuando el padre estaba recogiendo sus instrumentos sagrados, escuchó unos pasos, mismos que iban en sentido contrario de la gente que estaba saliendo, quienes hacían reverencia ante tal imponente personaje.
Aquel llegó a estar frente al padre, el cual le daba la espalda e impresionó al ver que sus monjes se agacharon para reverenciar a la figura que tenía por detrás, hasta que volteó y la observó, imitada la acción de todos.
—¡Su alteza! Por favor, díganos: ¿en qué puede ayudarlo estos lacayos suyos? —preguntó el sacerdote, observada la siniestra risa del soberano, mismo que le indicó el camino a donde deseaba ir, guiado por el representante de la fe.
Luego de pasar por algunos lugares, ambos llegaron hasta una habitación extraña, cuya puerta estaba pintada de blanco con un marco celeste, de donde se podían escuchar extraños susurros.
—Su alteza, ¿está seguro? —cuestionó el hombre, retractado al segundo—. ¡Por favor! No me mal interprete, mas me temo que es peligroso tratar con él. Hágalo con cuidado, mi señor —advertido, el soberano abrió la puerta, encontrada una habitación únicamente iluminada por la luz de la figura divina hallada en el vitral que tenía enfrente, adornado el sitio con pintura de un mar y sus olas azules, de bello cielo celeste lleno de estrellas y con barcos lindos acomodados por doquier.
Frente al rey, se hallaba una cama, e hincado al pie de ella, rezando tranquilo, estaba a quien buscaba, cuya concentración en la oración no fue interrumpida por nada del mundo, hasta que hizo el símbolo de persignación, fue que el rey le habló.
—Hola, Abraham. —Esas palabras hicieron que la pequeña figura se levantara, cubierto por la luz, ennegrecida su silueta, de la cual una sonrisa siniestra apareció ante la realeza y el padre que, sin dudas, le temía enormemente.
…
El grupo de los cazadores iban en marcha hacia el santuario, al cual, según Hung, llegarían apenas en un par de horas, pues estaba cerca de la capital, por lo que no esperaron mucho, empacaron y se subieron al auto, en donde manejaba el mayor, Annia estaba de copiloto y detrás se hallaban Kosuke, Mergo y Chūnfēng, en ese orden, incomodo el de en medio por obvias razones, pues la tensión seguía entre los chicos.
El camino no era tan largo, pero así lo pareció, pues nadie deseaba decir ya nada. A pesar de todo, Kosuke se negaba a hablar bien con Chūnfēng, y se notaba al mirar siempre hacia el campo, ni siquiera hacia adelante como los demás, aunque su amigo sí lo observaba, pues esperaba cruzar miradas.
—El calor y estos muchachos van a hacer que me vuelva loca —comentó Annia ya harta, respondida por Mergo.
—Dímelo a mí. Estoy entre el conflicto. Creo que me sentiría menos presionado bajo un edificio. —Se quejó el hombre, lo que apenó a Chūnfēng e hizo reflexionar a Kosuke.
—¿Podemos hablarlo? Por favor.
—No, Chūnfēng.
—¿Por qué? ¡Al menos escúchame todo lo que tengo que decir!
—No quiero, no me obligues a arrepentirme de acompañarlos a pelear. —Aquello molestó mucho a Chūnfēng, mismo que explotó al momento.
—¡Ya me cansé de ser condescendiente!
—¡Chūnfēng! —gritó Hung para llamar la atención del menor, cosa que no funcionó, emocionada Annia por ver qué sucedería, tenso Mergo al hallarse en medio.
—¿Crees que no me culpo por lo que le pasó a Seo-Hyun? ¿Piensas que vivo mi maldita vida tranquilo? ¡Todas las noches pienso en ella! Me digo a mí mismo: «¡Pudiste hacer algo para que regresará! ¡Debiste detenerla!». ¡Conmigo es suficiente! No necesito que vengas a recordarme que esto es mi culpa también —reclamó el joven, sin mirarlo aún Kosuke—. Recuerdo su sonrisa, su voz, su aroma. Absolutamente todo. La extraño demasiado, tanto como a ti. Y yo alejé a ambos. Por mi culpa perdí a mis dos amigos, a quienes más amo en el mundo.
—Yo también siento culpa —respondió adolorido el de azul, cosa que causó un tremendo silencio—. Fui parte de eso. Pude haber ido. Pude haberlos detenido de nuevo, mas no lo hice, porque pensé primero en mí, en lo que quería. Fui egoísta y ahora cargo con ello.
—Kosuke-kun…
—La matamos, Chūnfēng. Esa es la realidad. No fuimos buenos amigos de Seo-Hyun, no merecemos siquiera seguir sin ella —confesó Kosuke al borde del llanto.
—Eso no es verdad —respondió sorpresivamente Annia, observada por todos—. A lo que entiendo, ella tomó la decisión de irse sin ustedes. Tal vez ella quería eso desde un inicio y no lo sabían. —Luego de decir eso con calma, Kosuke habló.
—¿Cómo mierda puedes decir eso si ni la conociste?
—¿Y tú sí? ¿Sabes todos sus secretos? ¿Cuál es su color favorito? ¿Cuál fue su cumpleaños más memorable? ¿Cómo se llamó la primera mascota que tuvo? ¿Al menos tuvo mascotas? ¿Cuál fue el primer diente que se le cayó? ¿Cuál fue su primer recuerdo de la infancia? ¿Por qué los quería tanto? —Todas esas preguntas no tuvieron respuesta. Kosuke y Chūnfēng agacharon la cabeza, frustrados y apenados. —Yo no pude despedirme de mi familia cuando fue asesinada por los noxakos. Estaba peleada con mis hermanos, a quienes amaba mucho y no les pedí nunca perdón. Ni siquiera los vi en todo el día porque estaba jugando sola en mi habitación el día que los masacraron. Pude hacer mil cosas para evitar su muerte, yo también lo pienso. A lo mejor, si estuviéramos juntos, hubiéramos salido a comer y nuestra suerte hubiera sido otra. No lo sé, y nunca lo sabre, y no tiene caso que me sienta mal por ello porque ya pasó. Están muertos, cada uno de ellos. Han Seo-Hyun está muerta ya, y yo creo que se odiaría a sí misma en el otro mundo si supiera que sus mejores amigos no se hablan por la decisión que tomó. —Esa confesión dejó mudos a todos, e hizo llorar a Kosuke, tanto que rompió en llanto, abrazado por Mergo, mientras Chūnfēng veía.