Sacrificio

Vigésima Ofrenda: Viento polar

En una habitación iluminada por grandes lámparas blancas, se hallaba personal de medicina revisando el estado de un hombre lastimado en severidad. Su apariencia parecía casi ser la de una momia, tenía el pulso débil y cada aliento que tomaba lo hacía con mucha dificultad.

Los médicos y enfermeras discutían sobre el estado del sujeto, hasta que, de repente, unos tacones se escucharon entrar a la habitación, sonido que fue detectado luego del de las puertas automáticas apartarse, algo que no despertó el interés de los trabajadores, sino hasta el sonido del caminar, por lo que voltearon a comprobar de quién se trataba.

Al ver a dicha persona, todos hicieron una pequeña reverencia, saludaron corteses y se retiraron del sitio a prisa, lo que dejó solo al enfermo con su visita.

—Madre… —dijo el herido e irreconocible, con un respirador en la boca y varios catéteres puestos en ambas manos.

—Denzen. ¿Qué pasó? —preguntó la mujer al salir de las sombras, revelada así Danya.

—Los encontramos, y dimos todo para derrocarlos, pero los ayudó la señora Aerya —explicó el joven, asustado y cansado.

—Aerya… Esa maldita perra me las va a pagar —susurró la mujer, escuchado el toser de su hijo.

—Lo siento, madre. Hice todo lo que pude y fallé. Lamento decepcionarte —explicaba el hombre a su progenitora. Ella lo observaba con una mirada fría desde una distancia considerable de la cama—. Tan pronto me ponga de pie, iré a por ellos a…

—No será necesario —interrumpió la madre, acción que puso a temblar a Denzen—. Ya se han tomado acciones para interceptar una vez más a ese par en Arbnvus —explicó Danya, tomó su móvil y marcó un número.

—Perdón, madre. No pude hacer nada. Su rango es increíble. —Se excusó el cazador herido con una voz débil, respondida la mujer desde el otro lado del móvil.

—¿Dónde está Indra Aerya? —preguntó a quien tomó la llamada, contestada al poco tiempo—. ¿Cómo que no está? ¿Y los otros cazadores? Ya, veo. Me haré cargo personalmente entonces. —La mujer colgó el teléfono y volteó hacia su hijo. —Aerya y sus protegidos están desaparecidos. ¿Hacía donde se fueron luego de que te humillaron? —cuestionó la mujer, muerto su hijo del miedo.

—Y-yo… No…

—¡Habla claro! —gritó Danya, conseguidas lágrimas de los ojos de Denzen.

—No lo sé… —Eso hizo que la mujer expulsara un veneno negro que el enfermo respiró, mas eso no le causó ningún problema. Luego gritó porque sus ojos comenzaron a arder, retorciéndose en su cama con ambas manos posadas enfrente de sus cuencas. —¡No! ¡Lo siento! ¡Lo siento, madre! —vociferó el malherido al revolcarse ahí en su miseria.

—Te regresaré la vista si es que te redimes. Te enseñé mil y una vez el rango de Aerya y cómo combatirla. Eres tan inútil como tu hermana Danielle. ¡Me dan vergüenza! Última vez que me digno a venir a verlos malheridos. A la próxima, mandaré a matarlos por ineptos. No merecen llamarse Basilisco —sentenció la madre, abandonada la sala por ella, escuchados los gritos del pobre Denzen a lo lejos.

Por otro lado, Annia y Mergo transitaban en medio de una poderosa tormenta invernal, envueltos en un mar de nieve que caía del cielo con un poder descomunal.

A pesar de ir a pie, Annia iba muy tranquila. Ella llevaba un par de guantes, botas, unas orejeras y goggles. Fuera de eso, tenía una blusa sin mangas escotada y un short de mezclilla blanco. La mujer no mostraba un ápice de molestia a pesar de la tormenta.

Por otro lado, Mergo tenía una enorme gabardina polar, con su gorro envuelto en lana suave, grandes guantes, botas y un pantalón resistente, además de flexible y muy caliente por dentro. El hombre iba temblando y batallaba al andar, pues la tormenta era muy poderosa, al grado del viento empujar al cazador en fuertes arranques.

Llevaban ya un rato transitando, y la razón por la cual no iban en vehículo era justo porque les advirtieron que se estancaría de inmediato por el clima, así que decidieron viajar caminando para no ser atrapados por Danya y sus aliados en la ciudad donde arribaron. Era arriesgado, mas Annia insistió en que podría transitar sin problema alguno. Grave error para Mergo.

—Oye, no quiero sonar grosera, pero estamos retrasándonos mucho. Según lo que nos dijeron, ya estamos cerca de la dichosa estación para cazadores. No seas nena, Mergo —comentó a su amigo, quien no podía creer lo que escuchaba de su descubierta compañera.

—C-c-c-c-con un… ¡D-d-d-demonio! ¿Cómo es p-p-posible que no tengas f-f-frío? —preguntó el hombre rechinando los dientes y temblando.

—¿De qué hablas? ¡El clima está perfecto! Es justo como me gusta, hasta siento algo de calor gracias a los guantes y botas, pero no quiero que se entumezcan luego. Si aparecen noxakos, no podría combatir —explicó la mujer, algo que extrañó a Mergo.

—¿Cómo es posible que se entumezcan las extremidades y no tu cuerpo que literal está expuesto a la tormenta?

—¡Porque las extremidades no generan tanto calor! ¡Duh! —Se burló la chica, agachado Mergo, decepcionado por la respuesta.

—¿Segura que ya vamos a llegar? En serio, no resisto este clima. ¡Está horrendo! Ni siquiera puedo ver qué hay delante.

—No te preocupes. Dijeron que estaba a cuatro horas, lo que significa que estamos a punto de llegar. Han pasado ya media hora de más, pero es porque eres lento.

—¡Estás loca si de verdad no tienes frío! —Se quejó el sujeto, para luego seguir, hasta que Annia notó algo frente a ambos.

—¡Mira! Linternas nox. ¡Hemos llegado! —explicó la chica, alegre el hombre de oír eso y corroborarlo.

En medio del vasto campo de nieve, oculta por la tormenta, se hallaba una gigantesca cabaña de madera que estaba adornada por múltiples orbes nox, creados varios caminos hacia ella con estos, alineados a un par de metros unos de otros hasta la construcción.

Mergo y Annia se acercaron con cautela, navegando en la profunda nieve y asegurándose que ninguna criatura de pesadilla se acercara a ellos en el camino, pues no querían causar un problema a un lugar que para ellos es nuevo.




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