Sacrificio

Vigésima Sexta Ofrenda: Soporte único

—¿Annia? ¿Qué haces aquí? —preguntó Morgrem al voltear a ver a la mujer, misma que estaba a punto de llorar—. ¿Pero qué esperas, nena? ¡Ven, por favor! —pidió con los brazos abiertos el hombre de barba y anteojos, a lo que Annia, sin poder resistir llorar más, se lanzó sobre él para ser abrazada y rompiendo en llanto.

—¡Siento tanto llegar así! ¡No sabía a dónde más ir! Mi amigo Mergo estuvo a punto de morir y estamos en peligro constante —balbuceaba la pelirosa, acariciada por Morgrem ahí en sus brazos, mecida levemente a los lados por el paternal hombre.

—Ya pasó, nena. Ya estás bien aquí y no necesitas avisarme para venir a verme. Tranquilízate, por favor —pidió amablemente el anfitrión, con una voz serena y un rostro lleno de amor por la chica.

—Maestro, me informan que el acompañante de la señorita Annia ya se encuentra estable. Dirigiré personalmente su recuperación y le daré noticias —propuso Yair, a lo que su superior asintió sin soltar a su visita.

—Me parece bien, Hope. Déjanos solos, por favor.

—En seguida. Con permiso —dicho eso, quien recibió y guio a Annia, se retiró del lugar, lo que permitió a Morgrem separarse de la muchacha para verla directo a los ojos, algo que no pudo hacer de buenas a primeras, pues la cazadora tenía la mirada puesta en el suelo.

—Nena, tranquila. Cuéntame qué sucedió. ¿Por qué llegan los dos tan heridos? —preguntó el hombre al notar las múltiples heridas que Annia también tenía sobre el cuerpo, usados sus poderes curativos para sanarla.

—Nos atacó un niño psicópata en una de las montañas de Arnbvus, en el Brightpeak —explicó la chica con un suspiro, ya más tranquila.

—¿Qué rayos hacías allá? Sé que te gusta el frío, pero esa montaña es peligrosa —comentó Morgrem sin detener la curación.

—Es una historia muy larga. De hecho, es otra razón por la cual he venido hasta Hexlevus. —Al oír eso, el hombre se detuvo de usar su magia, prácticamente ya curada en su totalidad Annia, lo que alertó a la chica.

—El parpadeo de los orbes aquí en Hexlevus… —Esa noticia dejó a la mujer boquiabierta, anonadada de que haya sido ya el fenómeno de forma mundial. —Es tu culpa, ¿cierto? —Annia se quedó sin respuesta durante unos momentos, para después voltear hacia la derecha con culpa, no pudiendo ver de vuelta a Morgrem. —Lo suponía. Desde que escuché que tu cabeza tenía precio, y que quien hacia la oferta era Danya, sabía que estos eventos que tienen loco al mundo eran responsabilidad tuya —explicó mortificado Morgrem, dada su espalda a la mujer y apoyando ambas manos en su escritorio, donde tenía varios orbes nox.

—Morgrem… Yo sé que…

—¿Qué demonios está pasando, Annia? —cuestionó el hombre un tanto molesto—. Una vez me dijiste que no querías seguir ya los pasos de Kaito, que ibas a tratar de dejar de matar cazadores para desquitarte de tus problemas y que tratarías de vivir tranquilamente en la capital de Nwarvus o sus alrededores, eliminando noxakos y completando tu colección de Dandy. ¿Qué pasó con eso? —Lo dicho por Morgrem hirió a la mujer, la cual estaba tras él un tanto mortificada, mas se armó de valor y respondió a las interrogantes.

—Lo sabes, Morgrem. Sabes perfectamente qué le está pasando al mundo gracias a los orbes nox. Dudo que no tengas idea de ello. Con tan sólo ver Hexlevus, cualquiera se daría cuenta de que algo está mal, sobre todo un hombre de ciencia como tú. —Las palabras de la chica hicieron al hombre suspirar y voltear a verla, preocupado por ella, principalmente.

—Sé que los orbes están oscureciendo el cielo de nuestro mundo. Entre más se usen, más negro es el cielo, a un grado que está afectando a los seres vivos. Muchas plantas que antes crecían altas y bellas aquí en Hexlevus, ahora son enanas. Es obvio que el mal que provoca esto es cada vez más grave para la vida en nuestro mundo. Eso lo tengo bastante claro —declaró el anfitrión, apenado.

—¿Entonces? Ya debes de saber que he esclarecido los cielos de Nwarvus, Vonrvus y Arnbvus. Sabes que para eso he venido a Hexlevus, y que también iré a Qwinbakvus —confesó la mujer, un tanto molesta.

—¿Qwinbakvus? ¿Eres suicida acaso? ¿De verdad vale la pena hacer esto? ¿Más que tu vida?

—¿Salvar el mundo no lo vale? —Al decir esto, Morgrem rio, apretados sus labios luego de eso.

—¿Quién crees que eres, Annia? ¿Un super héroe? ¿Salvar al mundo? ¡Estás alucinando! ¡Ya no eres una niña! El mundo no necesita ser salvado y no puedes hacerlo sola.

—¡He eliminado todo rastro de oscuridad en el cielo de tres continentes! ¿Qué más prueba quieres de que estoy consiguiéndolo?

—¿A qué costo? ¡Estás arriesgando tu vida, la de tu amigo y la seguridad del mundo entero con ello! ¡De la sociedad misma como la conocemos! —exclamó Morgrem enrabietado—. Los orbes nox cada vez están dejando de funcionar por más tiempo. Primero en los lugares donde «purificaste» el cielo, y ahora en todo el mundo. Si sigues haciéndolo, posiblemente se apaguen para siempre. ¿Entiendes qué significa eso? ¡Habrá un enorme caos en el mundo! ¡La economía va a derrumbarse! ¡La gente se volverá loca! Los cazadores que antes eran multimillonarios se volverán extremadamente pobres de la noche a la mañana.

—Eso es todo, ¿cierto? —preguntó enojada y con calma a su amigo, decepcionada—. Si los orbes dejan de funcionar tendrás que abandonar tus proyectos, tus experimentos, tu poder y hegemonía aquí en Hexlevus y en el mundo —declaró la mujer, cosa que provocó a Morgrem bajar la mirada.

—Gracias a eso salvo vidas. Tengo este castillo y a todo el personal trabajando para mí por los orbes que gané en el pasado, por los que sigo consiguiendo gracias a las medicinas que desarrollé con la tecnología nox y mis habilidades médicas. Sin los orbes, ya no podré hacer nada de esto. No es el dinero, ni la fama. Es mi vida entera. He dedicado todo a sanar gente y curar enfermedades con la tecnología y el don curativo con el que nací. Sin los orbes…




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