Sacrificio

Trigésima Ofrenda: Tiro certero

Mi entrenamiento para ser un cazador ejemplar duró todo el tiempo que estuve con Kaito. Sin vacaciones, sin descansos, sin vacilaciones, sin pequeñas pausas. Debía dar todo de mí para volverme tan o más fuerte que el hombre con el tiempo, y por ello, dedicaba mi vida a volverme mejor.

Dormía en una habitación de distancia a la del hombre, y recuerdo que la primera vez que un noxako entró a mi cuarto durante la noche, me despertó el sonido del arma de Kaito. Lo único que vi fue cómo el monstruo dentro de mi cuarto se desvanecía y dejaba un orbe detrás, parado mi tutor detrás de la puerta con su arma en mano.

—Tienes que estar al pendiente siempre de tu entorno. Incluso cuando duermes —explicó el hombre, asustada yo al momento, confundida—. Si no lo dominas, los noxakos van a asesinarte mientras duermes.

—¿Cómo voy a descansar entonces? —pregunté, confundida.

—Puedes hacerlo, sólo que despertarás si escuchas un mínimo ruido. Verifica que no sea un noxako o una amenaza. Examina los siguientes sonidos, y si escuchas voces o respiraciones normales, pueden ser cazadores nada amigables. Si se oyen jadeos y pasos arrastrados, es un noxako que debe ser eliminado. Todo lo demás son sólo ruidos nocturnos que ignorarás para regresar a descansar —esclareció el hombre para mí, aunque yo continuaba sin entender y él lo notó—. ¿Qué pasa?

—Yo… cuando duermo pierdo la consciencia. No creo que pueda hacer eso.

—¡Sí puedes! —exclamó, exigente.

—Mamá decía que, si no dormías bien, podías morir.

—Es cierto, pero sí estarás dormida.

—No, porque al dormir pierdes la conciencia. ¡Es imposible!

—Yo lo he hecho desde siempre —aclaró Kaito, observadas sus ligeras ojeras que ahora podía destacar sin problemas—. Tal vez no duermas como los demás, pero te mantendrá más segura que ellos. Trata de hacerlo, de estar siempre alerta, consciente, aunque estés dormida. Debes hacerlo o morirás igual. —El hombre se retiró.

Pasaron muchas noches en las que yo estaba muy agotada por el entrenamiento matutino. Debía correr, usar mis dones, hacer ejercicios y mejor mi puntería. Todos los días sin falta.

Desayunábamos antes que el sol saliera, almorzábamos cuando el astro estaba en lo más alto y cenábamos luego del crepúsculo. La rutina era igual siempre y empecé a acumular heridas por todo el cuerpo, así como musculo y recuerdos de momentos donde lloraba desesperada por querer vivir una vida normal, pero a Kaito no le importaba. Él sólo necesitaba que yo me volviera fuerte, requería de un heredero y no pensaba en absolutamente nada más.

Las noches continuaron y los noxakos seguían entrando a mi habitación, asesinados por Kaito momentos antes de entrar a mi espacio personal, acumulados los orbes en una esquina del sitio en señal de mis fracasos a responder en la noche, contada una pila alta de ellos; no obstante, lentamente fui comprendiendo lo que Kaito me había dicho.

Al inicio me desvelaba, luego me rendí y dormí sólo para despertar varias veces por el sonido de los disparos. Después, me acostumbre a despertar en la madrugada al escuchar pasos cerca. Me levanté de la cama justo cuando el noxako iba a entrar al cuarto, asesinado aquel por Kaito, el cual no dijo nada, sólo regresó a su habitación.

Al poco tiempo, conseguí levantarme al mínimo ruido, y sí, era agotador. Prácticamente descansas, pero el mínimo sonido te levanta, y cómo dijo Kaito, debía investigar qué lo producía para tomar la decisión de volver a dormir o tratar de defenderme.

Tantas noches y tanto sacrificio me hizo saber cómo sonaban los noxakos. Desperté muchas veces antes de que incluso entraran a casa y les disparé con mis habilidades desde el segundo piso, asesinados en las escaleras, cosa que el hombre calificó como un buen trabajo, aunque luego de levantarme se me dificultaba mucho volver a descansar de verdad. Con el tiempo lo dominé.

Al cumplir trece, Kaito me consiguió un arma y me enseñó a usarla a como él lo hacía. Estaba emocionada, al mismo tiempo que aterrorizada, porque sentía que tenía una enorme responsabilidad en manos ahora que debía entrenar mi puntería todo el tiempo.

Disparaba parada, al saltar, correr, rodas en el aire, en el suelo, al nadar, al caer, al ser empujada, sostenida, restringida y atacada. Todos los escenarios posibles el hombre los colocó ante mí para que nunca fallara un tiro, ni en las peores condiciones. Lentamente, mi puntería se volvía más y más buena, parecía que ya no podía fallar ni un sólo disparo, hasta que comenzamos a practicar con objetivos en movimiento, con noxakos principalmente. Ahí la cosa cambiaba mucho y sólo significaba que debía continuar mejorando.

Recuerdo que, una vez, mientras comíamos, ambos nos dimos cuenta que se acercaban un grupo de personas. Kaito vio mi rostro, cómo observaba a la ventana preocupada y luego atinó a hacerme algunas preguntas.

—¿Qué son?

—Personas. Caminan muy bien como para ser noxakos y son muy ruidosos como para ser animales.

—¿Cuántos?

—Aproximadamente cinco. Tal vez seis. —Todo eso Kaito lo corroboró con sólo asentir usando su cabeza. Luego, me pidió terminar mi comida, se puso de pie y caminó fuera de la casa hacia los sujetos. Yo no vi nada, únicamente escuché lo que ocurría.

—¡Kaito! ¡Maldito bastardo, por fin te encontramos! —gritó uno de los hombres, aparentemente alegre y molesto a la vez.

—¿Qué necesitan? —preguntó el pistolero serio, a lo que fue respondido de inmediato.

—¡Venimos a matarte de una vez por todos, im…! —Antes de poder terminar esa frase, se escucharon múltiples disparos, para darle bienvenida a un silencio sepulcral que al inicio me sorprendió, mas no tardé en asimilarlo y seguir comiendo.

Kaito regresó a la mesa, se sentó en su asiento y continuó con el almuerzo. Al acabar, lavé los trastes como siempre y ayudé a llevar los cadáveres al bosque que teníamos cerca, todos los cuerpos estando agujerados en la frente, justo en medio de las cejas, y en el pecho, por delante del corazón. Kaito los despachó tan rápido que seguro ni pudieron reaccionar.




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