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Jamás olvidaré aquella noche. Durante toda la tarde me la pasé entrenando sola, como ya lo había hecho casi todo el año, a la par que Kaito se la pasó en la cocina preparando lo que parecía ser una cena muy especial por mi gran avance.
En todos los años que teníamos viviendo juntos jamás me había celebrado mis logros. Siempre me decía que era mi deber y que era la razón por la cual me había adoptado, para continuar con su legado y ser una excelente cazadora. Todo eso me hizo creer que no me veía como una hija, o tan siquiera como un ser humano, pues fue cruel, exigente y manipulador todo el tiempo. Incluso, jamás le había visto sonreír hasta el momento.
Sea lo que le hubiera pasado en esos nueve meses, definitivamente lo cambió un poco, tanto así que estaba preparándome toda una cena en celebración a mi esfuerzo.
La noche llegó, y cuando entré a la casa vi una mesa repleta de deliciosa comida recién hecha, cuyo olor invadía la casa por completo. Todo se veía tan bien preparado y cuidado que no quería esperar a sentarme para comer, sobre todo porque estaba agotada a más no poder.
—Felicidades, Annia. —Me dijo el hombre, llamada por mi nombre nuevamente. Ya no era «mocosa», «escuincla», «niña», «torpe» o cualquier cosa similar. Escuchar mi nombre me hacía muy feliz. —Conseguiste avanzar muchísimo por tu propia cuenta. Me esperaste durante nueve meses con paciencia e hiciste todo lo que te pedí. Estoy satisfecho con tu desempeño y quiero darte este pequeño festín en honor a ello. A que has completado gran parte de nuestra meta. —Esas palabras fueron lo más dulce que había dicho nunca, y por ellas, sonreí plenamente, me senté frente a él y comenzamos a comer, no sin antes yo decirle algo.
—Gracias, Kaito. Por rescatarme y enseñarme tanto. Estoy sumamente agradecida de todo lo que he aprendido y siento que te entiendo cada día más y más. Quiero mejorar, quiero ser lo que esperas de mí. Déjame demostrarte que puedo serlo. —Mi respuesta hizo al hombre asentir, orgulloso, para luego servirme arroz con varios camarones en tempura.
Disfrutamos mucho de los alimentos, le dije todo lo que había hecho mientras no estuvo presente y lo que había pedido a la caravana que nos trae víveres. Él pareció gustarle escuchar todo eso, emocionado, alegre de mi desempeño y fidelidad.
—Estos panes son pastelillos lunares. Sólo se preparan en año nuevo, pero quise hacerlos hoy porque eran mi platillo favorito que preparaba mi madre. Espero te gusten. —Al probarlos, hice un sonido y una mueca de mucho gusto, devorados más después del primero.
—Ahora entiendo porque te gustaban tanto. ¡Están exquisitos!
—Mi madre los preparaba mucho mejor que yo, pero es un buen aproximado —comentó Kaito un tanto melancólico, por lo que decidí hacer unas cuantas preguntas sobre él, puesto no sabía nada de su pasado, ni su familia. Nunca le pregunté porque desde el día uno me dio a entender que jamás podríamos ser así de abiertos o cercanos. Ahora era diferente.
—¿Cómo era tu familia? Tus padres y hermano. Si se puede saber —lo dicho provocó un suspiro en el hombre y un rostro lleno de mucho dolor—. Kaito, si no quieres…
—Eran disciplinados —interrumpió para responder, con una voz fría y dura—. Mi padre era un gran cazador, el antiguo terrible de Vonrvus. Por otro lado, mi madre era un pilar en la política del continente entero, un ejemplo conservador de las costumbres y servidora del pueblo, venerada y admirada por todo mundo. Mi hermano… sólo era una persona más y ya. No tenía cargos, ni habilidades mágicas —explicó Kaito serio, para luego levantar su mirada y verme.
—Ya veo… ¿Puedo saber cómo murieron? —La pregunta provocó que el hombre sonriera levemente y respirara profundo, mirado el techo del lugar.
—Supongo que lo mereces. Has estado encerrada aquí conmigo, entrenando, partiéndote el alma sin tener verdadero contacto humano todo este tiempo. Similar a lo que me sucedió a mí, pero no tenemos que ser exactamente iguales para que tú seas mejor que yo. Si queremos que me superes, debe haber cambios, y ser sincero puede serlo, porque mi padre nunca me contó sus razones, sino fue mi madre, y en el lecho de muerte —confesó Kaito, regresada su vista a mí.
—Te escucho.
—Fui adoptado desde que era un bebé porque mi hermano nació con una condición incurable. No podía hacer nada por sí mismo, estaba condenado a pasar su vida encerrado, sin poder hacer nada mas que esperar su muerte, y mientras sucedía, trataba de arrastrar a una miseria a quien podía. Sobre todo, en los últimos años… —narró con coraje el hombre, cruzado de brazos—. Mis padres deseaban que fuera un acompañante de él, su único amigo en el mundo. Pero, a mis cinco años, al mostrar talento en mis habilidades mágicas, mi padre decidió alejarme de él para entrenarme, para volverme un heredero digno de su linaje, aunque no llevara su sangre. Mis primeras memorias con mi hermano son dulces y lindas. Recuerdo mucho su sonrisa, su gran amor y su bella voz llamándome para jugar. Luego de que ocurriera eso, todo cambió. Él se volvió frío, distante y odioso. Nos obligaban a pasar tiempo juntos, pero lo único que sucedía era que el me insultaba y me llamaba basura por ser el hijo que nuestros padres necesitaban, al mismo tiempo que me recordaba que era adoptado y que jamás traería verdadero honor a nuestros ancestros y nombre. Odiaba a mi hermano, lo escuchaba gritarles a todos, a la servidumbre, a mis padres, a sí mismo. Todo el tiempo estaba en riña, con muchísimo rencor al mundo que lo rodeaba y a la vida misma. Hasta que su condición empeoró, y aunque tratamos de llevarlo con los mejores doctores y curanderos, nada pudieron hacer por él. Sus últimas palabras a nosotros tres fueron dichas con lágrimas en los ojos, y son cosas que jamás voy a olvidar. Al final, mis padres se quedaron con su cadáver y me alejaron de ellos, ni siquiera pude ir a su funeral a despedirme. —La anécdota me dejó muda, sobre todo al observar que el sujeto quería llorar, pero se negaba a hacerlo.