Sacrificio

Trigésima Segunda Ofrenda: Unión absoluta

Todos los presentes se quedaron sin palabras, no sabían que decir ante tal noticia, hasta que Ricardo decidió romper el silencio.

—Entonces… Kaito Zhou murió. ¿Estás segura, chiquita? —preguntó impresionado, cosa que los médicos y cercanos a los cazadores de Nwarvus estaban esperando ser respondido.

—Kaito era un imbécil, pero cumplía su palabra. Jamás me hubiera abandonado a mi suerte tanto tiempo. Ya hubiera aparecido en estos años buscándome para reclamarme. Además, volví muchas veces a la cabaña y todo seguía justo cómo lo dejé, sin rastros de él haber vuelto. Es un hecho, prácticamente —condenó la mujer, a lo que todos comenzaron a comentar la información, incrédulos.

—¡Silencio! —ordenó Ricardo al ponerse de pie y empezar a hablar—. Lo que escucharon no va a salir de este hospital. Sé que Annia dijo que no tenía caso ocultarlo, pero me parece que no son noticias que debemos soltar a la ligera. Ella habló porque se siente en un lugar seguro, no lo convirtamos en algo diferente. Si Kaito murió en el cataclismo…

—No fue un cataclismo —comentó Yair desde el fondo del público, cosa que llamó la atención de todos—. Perdón por interrumpirte, Ricardo. Pero lo que sucedió en Yubime no fue un cataclismo. —Todos se quedaron perplejos ante tal noticia, excepto Mergo, mismo que veía directamente al doctor con un semblante serio.

—¿Puedes explicarte mejor? —pidió el hombre ciego, cosa que puso algo nervioso a Yair.

—Mi padre trabajó en la embajada de Qwinbakbus durante un largo periodo de tiempo. Como muchos de aquí sabrán, nuestro continente fue el último en perder lazos diplomáticos con ellos tras justamente dicho evento en la isla Yubime. Hay muchos rumores de por qué sucedió y el gobierno salió a decir que fue por la constante guerra que ha habido entre Vonrvus y ellos, pero es mentira. Mi padre asegura que fue Qwinbakvus quien ordenó un ataque especial a la isla para destrozarla, para acabar con los habitantes de ella, cosa que terminó nuestra relación con ellos. —Lo dicho dejó a todos anonadados, hasta que, luego de unos momentos, alguien habló.

—¿Por qué harían eso? ¿Sabían que Kaito estaría ahí? —preguntó Annia, molesta y poniéndose de pie.

—No lo creo. Las razones son inciertas, pero me parece que hay más información de la que mi padre, que en paz descanse, me quiso compartir ese día. Hay documentos en el edificio presidencial de la capital, pero también existen algunas copias de los mismos en nuestro palacio de gobierno —resaltó Hope, cosa que provocó a Annia mirar a Mergo, el cual asintió al observarla.

—¿Dónde está ese dichoso palacio?

—Yo te llevaré, reina —aseguró Ricardo con una enorme sonrisa—. Sé exactamente donde buscar, así que no será un problema.

—Yo también iré. Me siento listo para salir de esta cama —propuso Mergo, confiado.

—¿Estás seguro? Apenas llevas una semana aquí. ¿No es riesgoso? —preguntó Malak, a lo que fue respondida por Yair.

—Sus heridas están completamente curadas. Un poco de terapia física en un par de horas, buen descanso y mañana en la noche podrá pelear como siempre. —Las noticias alegraron al hombre tuerto, aunque preocupó un poco a la aviadora.

—Estaré bien. Me he enfrentado a monstruos horribles. Una pequeña misión acompañado de dos grandes cazadores como Annia y Ricardo será pan comido.

—Verdaderamente, chica. Mañana en la noche los veo en la salida trasera del castillo —citó el ciego para luego retirarse, cosa que hicieron todos menos Malak, y Annia, aunque esta última decidió también dejar solos a sus amigos para ir a ver a Morgrem.

En su taller, el hombre continuaba trabajando arduamente, algo que no había parado de hacer desde que Annia y Mergo llegaron. Por ello, la mujer decidió ir a visitarlo para hablar con él, bien recibida por éste.

—¿Morgrem?

—¡Ay! ¡Pasa, nena! ¿En qué puedo ayudarte, reina? —preguntó gustoso al ver a su amiga, misma que llegó sonriente y se colocó a su lado.

—Sólo quería hablar contigo. Saber que estás bien, qué has hecho, entre otras cosas. ¿Sabes? Hace mucho que no tenemos una plática así, desde que me encontraste en Ghalax —explicó la chica, algo que hizo sonreír al hombre.

—Nena, quiero pedirte una disculpa si fui muy duro aquella vez. Yo sólo estaba preocupado por ti —mencionó con una voz apacible, algo que hizo reír a la cazadora.

—No tienes por qué disculparte, Morgrem. Estaba tomando un mal camino y fue tu preocupación y amor lo que me puso de vuelta donde pertenezco. —Al decir eso, el científico agachó la mirada y suspiró. —Sé que no te…

—No, nena —interrumpió Morgrem, observado el techo por él de momento—. Ricardo, por más que me cague, tiene razón. Estás haciendo lo correcto, como siempre quisimos, y eso me hace sentir muy orgulloso de ti. En serio que sí. Soy yo el que simplemente está siendo egoísta.

—Morgrem…

—Es la verdad, pero debo seguir adelante en lo que creo que es mejor para mí. No puedo apoyarte en esto, de verdad que no. Lo siento mucho, chiquita. —Las palabras del hombre fueron dichas con mucho arrepentimiento, y aunque Annia deseaba darle la contraria, prefirió suspirar y abrazar a su amigo.

—Está bien, Morgrem. No importa, en serio. Ya has hecho mucho por mí, por todo el mundo. Mereces no involucrarte en esto que podría cambiarlo todo para ti. —Esa confesión consiguió hacer llorar un poco al anfitrión, el cual regresó el abrazo a la chica.

—Muchas gracias, reina. Estaré aquí siempre que necesites hablar o si sólo quieres conversar. Te ayudaré en lo que pueda, sin respingar. Nunca dudes en venir a ésta, tu casa. —Al oír eso, Annia sonrió y asintió.

—Voy a quedarme en el castillo. Acepto la oferta que me hicieron desde el inicio y perdona por no tomarla al principio.

—No te preocupes, chiquita. Debimos ser más maduros desde un inicio. Nos dejamos llevar.

—Sí, un poco. Te amo, Morgrem.




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