Sacrificio

Trigésima Tercer Ofrenda: Control

Ricardo, Mego y Annia encaraban al dueño de la enorme mansión y hospital, quien claramente conocía sobre lo que Qwinbakvus tenía entre manos, tal vez un poco más que eso.

—Pasó hace mucho tiempo, cuando éramos apenas unos chavitos. El día que regresamos de Nwarvus, un hombre misterioso se me acercó y me dijo que estaba buscando científicos para un experimento con noxakos. En su momento, se me hizo raro que viniera a verme, mas me dijo que conocían mis primeros trabajos y sabían que tenía mucho talento, por lo que, personalmente, uno de los encargados del laboratorio había venido a buscarme. Obviamente lo rechacé al escuchar qué deseaban —contó Morgrem un tanto asustado, para luego sentarse y suspirar un poco.

—¿De qué se trata, nena? —preguntó Ricardo. El anfitrión miró al techo y respondió.

—Como su nombre lo dice, es sobre controlar a los noxakos para fines bélicos —explicó Morgrem, lo que dejó a los presentes sin palabras, aparentemente más afectado Mergo al escuchar eso.

—¿Qué? ¿Es posible? —cuestionó Annia al dar un paso al frente, molesta.

—No sabría decirte con certeza; sin embargo, si hallaron información más actualizada del proyecto, entonces seguramente lo consiguieron. Las personas que me buscaron eran de Qwinbakvus, y obviamente estaban aquí porque todavía teníamos buenas relaciones diplomáticas con ellos, algo que se terminó luego del incidente en la isla Yubime, como ya sabrán —respondió el científico, sembradas más dudas en los cazadores.

—Reina, esto es muy malo.

—Lo sé, Ricardo. Si Qwinbakvus ha logrado controlar a los noxakos, no tardará en atacar con ellos. Vonrvus… No. El mundo entero está en peligro. Definitivamente hay que hacer algo en contra del continente.

—¿Qué, Morgrem? Esos hijos de puta son el continente más grande. Todo mundo sabe de su enorme poder, ahora con un ejército de noxakos, estamos lejos de poder siquiera llegarles a los talones.

—¡Te equivocas, Annia! —mencionó Mergo, lo que llamó la atención de todos—. Aún hay esperanza. Sí cumplimos nuestra misión, si encontramos a Dandy y nos ayuda a eliminar a los noxakos por completo, no habrá ejército al cual temer. Es nuestra única esperanza —explicó el hombre, lo cual hizo sentido para Ricardo y Annia.

—Morgrem. Por favor, no tenemos otra opción. Necesitamos tu ayuda para vencer al que ustedes llaman «Tenebrarum» —pidió la pelirosa, desesperada.

—¿Cómo lo llaman ustedes?

—«D minúscula» —contestó Mergo, muy serio.

—¡Ah! Interesante —mencionó con un tremendo tono de decepción y burla.

—¡Cómo se llame! Necesito tu ayuda, Morgrem. ¿Sabes qué hará Qwinbakvus cuando llegue aquí con un ejército y conquiste el continente? —preguntó Annia, a lo que el hombre, triste, respondió.

—Seguramente me convertirán en su esclavo y mi trabajo será para ellos —concluyó el científico—. Desgraciadamente, para ustedes, prefiero eso a ya no poder hacer nada.

—¡Morgrem!

—¡No, nena! Ya dije que no. ¡Respeta mi decisión! —exclamó Morgrem al ponerse de pie, cosa que molestó mucho a Annia, sujetada del brazo por Ricardo.

—Deja a la puta Murgrem, nena. Si no quiere ayudarnos, que soporte cuando hayamos obtenido la victoria o no nos vuelva a ver.

—¿Ahora me vas a chantajear emocionalmente, Ricardo? ¿Qué falta?

—¡Ya nada, reina! Mañana partiremos al castillo del norte a vencer a la «d minúscula». Tú sabes lo que haces, al igual que nosotros —sentenció Ricardo, a la par que tomaba a los cazadores de Nwarvus y los retiraba de la habitación, guiados a una parte de la gran terraza del edificio.

Ya ahí, Ricardo se colocó en la orilla del lugar, se cruzó de brazos y dirigió su mirar hacia el norte, avistado desde esa altura una estructura gigantesca que resaltaba en el horizonte, misma que tenía un aspecto en ruinas, claramente abandonada.

—¿Es ahí? ¿En ese castillo se encuentra el Tenebrarum?

—Chiquita, ya decídete por el término —bufó Ricardo con una enorme sonrisa, mas luego aquella se apagó y continuó con la respuesta—. Sí, ahí está lo que están buscando. Por suerte, lo tienen algo cerca, no tendremos que irnos muy lejos que digamos —comentó el terrible, examinada la estructura por ambos extranjeros.

—¿Cómo es, Ricardo? ¿Cómo ataca? —preguntó Mergo, lo que hizo pensar un poco al hombre.

—Es de un tamaño impresionante —empezó por describir el ciego—. Su cuerpo parecía desgastado, como si estuviera altamente dañado por algo, cubierto por partes de piedra, como de las que está hecha el viejo castillo. Ataca con sus extremidades, principalmente —aclaró el hombre, algo que dejó pensativos a los demás.

—¿Cómo supieron que estaba ahí?

—Fácil, chiquita. Lo vimos volar cerca y aterrizar allá. Al principio creíamos que se trataba de un noxako, pero nos equivocamos. Fue una batalla difícil y con obvias consecuencias. —Ricardo tocó con delicadeza el antifaz que cubría su rostro, para luego sonreír un poco. —Ahora que sabemos que es un enemigo poderoso, sé que podré vencerlo. Más porque tengo su ayuda, chiquitas —confesó ya más tranquilo, algo que generó confianza en los cazadores.

—Ricardo, ¿usted no conoce la canción de Dandy? —Lo dicho por Mergo hizo al terrible denegar con la cabeza, para luego ocurrírsele una idea.

Los extranjeros fueron guiados de vuelta al interior del castillo por Ricardo. Aquel los llevó hasta el comedor del hospital, lugar donde la mayoría de los empleados y algunos familiares de los pacientes se encontraban.

Una vez ahí, Ricardo fue hasta la cocina y pidió el micrófono por donde voceaban a los trabajadores, usado aquel por el cazador para dirigir unas palabras a los presentes.

—¡Atención a todos! Nenas, ¿de pura casualidad alguien conoce la canción de Dandy, el dragón ingenioso? —Hubo un silencio incomodo de inicios, hasta que una joven enfermera levantó la mano, llamada a acercarse a los cazadores de Nwarvus para que escucharan la melodía—. Vamos, reina. Cántala, por favor —pidió Ricardo, a lo que la joven, nerviosa, respiró e inició con la interpretación.




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