Sacrificio

Trigésima Cuarta Ofrenda: Alianza Bélica

Luego de la invasión, la ciudad donde Morgrem vivía continuaba en reparación, unidos los ciudadanos de la misma para ayudar en alguna labor de reconstrucción, curación u orientación para los demás.

Los arquitectos y obreros estaban dando lo mejor de sí en la reparación del muro, acuñada mano de obra de cada uno de ellos en favor de facilitar el proceso, resguardados por la luz del día y por varios cazadores que también estaban ayudando en las labores de albañilería y construcción, sin bajar la guardia para evitar que los noxakos los tomaran por sorpresa.

Por otra parte, un equipo especializado había recogido las armaduras de los cazadores que envió Qwinbakvus, mismas que estaban siendo examinadas y desmanteladas en el área sur del castillo, donde hubo una cantidad pequeña de daños, pues el lugar donde el tenebrarum llegó a destruir es, en su mayoría, la zona norte de la edificación, sitio en donde Morgrem se encontraba con algunos arquitectos.

—También necesito que recuperen las piezas que había aquí. Por más dañadas que estén, los tamaños de las que vamos a fabricar están impresas en ellas. Por favor, que no me tiren nada de esta área en cuanto a mecanismos —explicó Morgrem al pasar con cuidado entre los escombros, seguido por los arquitectos y sus trabajadores.

—Las torres será lo más complicado de levantar, señor Morgrem. Deberemos reconfigurar toda la zona en favor de estructurarlo de manera que no dañe los cimientos de lo que quedó en pie —comentaba uno de los hombres, cosa que hizo suspirar al cazador.

—Está bien. Por suerte las torres del sur no fueron dañadas. Hasta eso, tiene suerte la maldita —mencionó al ver la torre más alta entre las que quedaron de pie, aparecido Ricardo al momento.

—Reina, ¿ya acabaste de planificar la reconstrucción? Me gustaría que saliéramos con Annia a cenar a algún lado. Date tiempo antes de que caiga el crepúsculo y no tengamos luz —atinó a decir Ricardo, algo que molestó a su amigo, pero acordó en hacer de inmediato.

—Los veré mañana. Será mejor que se vayan regresando a sus casas antes de que algo malo suceda —propuso el científico a los arquitectos, lo que tomaron muy bien para luego retirarse—. Esto de no tener energía de los orbes es horrible. ¿Cuándo crees que regrese? —preguntó decepcionado y casi cayendo al tropezar con un escombro, salvado por Ricardo.

—¡Cuidado! —Exclamó al sostener y ayudar a Morgrem a salir del lugar—. Annia y Mergo mencionan que no saben cuánto tarde. No hay movimiento en ningún continente. Aparentemente nadie tiene energía, ni siquiera Qwinbakvus, que es el continente restante por acabar —explicó el terrible, para luego sonreír su amigo.

—Esta vida es patética. Espero que Annia y Mergo dejen las cosas así y decidan irse a terminar de vivir sus vidas a Nwarvus o incluso aquí.

—Sabes que eso no va a pasar.

—Sí, lo sé —sentenció el hombre al andar por el castillo al lado de Ricardo, observado el cielo por este último a través de las ventanas, alegre.

—Jamás creí que volvería a ver, y mucho menos un cielo tan bello como éste. Siempre recordaba esa lúgubre atmosfera de nuestro país, y a hora se ve tan hermoso.

—Ni te creas, nena. La niebla siempre fue algo normal aquí. No creo que dure tanto el cielo así de despejado.

—Morgrem, ya tenemos dos días con poca niebla.

—Y sin energía nox. —Se quejó, fastidiado. —Me siento un inútil de muchas maneras, excepto cuando ayudo a curar a los pocos pacientes que nos quedan. Aun así, esto es lo que nos esperan cuando triunfen, ¿cierto? Una era llena de oscuridad —predispuso Morgrem, algo que molestó un poco a Ricardo.

—No soportas, puta mugrem. Encontrarás otra forma de generar energía. Yo sé que sí —aseguró con una sonrisa Ricardo, acompañado por su amigo hasta un restaurante cercano, lugar en donde Annia y Mergo los esperaban para platicar, cenar y conocerse mejor sin ninguna presión.

—Entonces, ¿cómo venciste al noxako de la espada? —preguntó Mergo al terrible, quien sonrió de inmediato al escuchar eso.

—¡Ay, chiquita! Es que una ya es bien pro con los enemigos como ese. No fue de otra más que darle macanazos hasta que se cayera —presumió el hombre, lo que hizo reír a Morgrem.

—¡Ya vas a empezar con tus mamadas, Ricardo! Di bien qué pasó. No saben si se van a topar más de esos en Qwinbakvus —exclamó Morgrem entre carcajadas, jocoso el ambiente al todos escuchar sus palabras.

—Seguramente los habrá —declaró Annia, ya más en seria—. Qwinbakvus va a ser un festival de noxakos y cazadores listos para matarnos. No tengo idea de cómo es que vamos a llegar hasta allá sin que nos exploten a medio camino. Las fronteras están barricadas y cubiertas por altísimos muros. Escalar no parece una buena opción, además —concluyó la chica, a lo que continuó Ricardo.

—Los orbes de la espada eran su punto débil. Los destruí todos al mismo tiempo. Al final, sólo quedó el prisma, y cuando parecía que iba a regenerarse por completo, lo destrocé, a lo que la esencia de todo me entregó un objeto que ya tiene Morgrem en su poder.

—Sí, un cubo de cristal de interior negro, sin energía gracias a sus acciones —acusó el hombre, apenados los extranjeros al escuchar eso.

—¡No le hagan caso! Está insoportable desde el día que se fue la energía —declaró el terrible e hizo reír un poco a los cazadores, recibidas muecas de desprecio por parte de su mejor amigo.

—De verdad sentimos los inconvenientes, Morgrem. Pero vale más la vida de cientos de miles de personas, a mi parecer —aseguró Annia, respondida por el científico.

—Chica, si destruyen los orbes, cientos de miles de personas se verán afectadas por la falta de energía. Suponiendo que logran acabar para siempre con los noxakos gracias a Dandy. ¿Crees que las cosas mejorarán? Habrá guerras, golpes de estado, revoluciones y derrumbes económicos en todos lados.




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