Sacrificio

Trigésima Sexta Ofrenda: Invasión continental

Qwinbakvus, el gran continente oscuro, como algunos lo llaman popularmente, se encuentra al noreste de Vonrvus, al sureste de Arnbvus y al este de Hexlevus, cruzando el océano del Aullido.

Durante muchísimos años, el lugar se ha considerado el más imponente entre las cinco naciones de Vusaendal, y si bien es un sitio ya desconocido, no es imposible de penetrar.

Dirigidos sobre un avión especial, cargado con varios orbes nox, los invasores estaban dirigiéndose directo al continente, notado que, al alejarse más y más de Vonrvus, el cielo se comenzaba turnar oscuro, tanto que llegó un punto donde pareció que era de noche, notadas luces a la distancia tanto en el suelo como en el aparente aire, provenientes de las barricadas de Qwinbakvus.

—¡Invasores! ¡Tenemos invasores! —gritaban aquellos que habían avistado el pequeño avión, preparadas enormes armas que funcionaban con las habilidades de los cazadores, disparadas poderosas balas al cielo, evadidas por el vehículo aéreo, el cual comenzó a moverse a una velocidad impresionante hacia los lados, evitado todo hasta cruzar la primera barricada.

—¡Se ha atravesado la primera resistencia! ¡Repito! ¡Se ha atravesado la primera resistencia! ¡Veinte minutos antes de llegar al muro del cielo! —mencionó otro soldado, preparados los defensores de la segunda barrera, la cual era diez veces más alta que la primera y estaba armada hasta los dientes, apuntado todo hacia el avión.

—¡Fuego! —gritó uno de los generales, acribillado en el aire el vehículo, mismo que, de manera impresionante, evadía todo.

Por otro lado, en el castillo de Qwinbakvus, en la sala del trono, descansaba el rey del lugar, acompañado de sus fieles guardias que estaban cerca, en completo silencio, hasta que la puerta del sitio fue tocada y el soberano dio permiso de pasar a quien estuviera fuera.

De inmediato, un hombre con armadura se introdujo, hizo una reverencia y, al pedirle su rey levantar la mirada, le informó lo que le acababan de aclarar para su alteza.

—Majestad, el príncipe y la princesa vienen en camino. —Lo dicho hizo sonreír al hombre, mismo que respondió a esto con una gran serenidad y aparente alegría.

—Han pasado tantos años. Me alegro que por fin nos vayamos a reunir. Que los reciban como lo merecen, ¿entiendes? —La pregunta puso nervioso al hombre de armadura, pero aquel captó sin dudas lo dicho y se retiró para hacer saber las órdenes del rey a todos.

Por su parte, los invasores consiguieron atravesar a duras penas la segunda defensa, avisado que se dirigían al muro del cielo, mismo que podía ser apreciado de cierta forma, pues una especie de pantalla transparente con tonos tornasol se hallaba frente al avión, torcida como si fuera un enorme manto que se extendía a lo largo y ancho del continente.

A medio camino, el vehículo bajó su velocidad, a la par que, desde su interior, salió disparado un haz de luz que se adelantó a la nave, el cual cayó justo a unos pocos metros del muro del cielo, en el suelo, cerca de una pequeña muralla que poseía extrañas antenas con múltiples orbes nox que, sin dudas, estaban generando la titánica pantalla celeste.

De la luz disparada emergieron Aerya y Rayshea, las cuales se notaban preparadas para luchar. Varios cazadores descendieron para atacar, al igual que militares con armas nox y algunos noxakos controlados por ellos, a los cuales Rayshea, con un simple tronar de sus dedos, dejó cegados gracias a un poderoso destello que emitió de su ser.

Luego, Aerya dirigió su mano hacia uno de los soldados cercanos, el cual gritó de dolor y se hinco, aterrorizado, pues toda su sangre abandonó su cuerpo por medio de sus ojos, nariz y boca hasta quedar seco, caído muerto con su cuerpo tan delgado y pálido que parecía una momia.

El líquido rojizo, de la nada, se volvió una especie de látigo de cabeza puntiaguda, la cual danzó al son de los majestuosos movimientos de Aerya, penetrados y cortados por la sangre todos los soldados, cazadores y noxakos cercanos, parecida el arma sanguinolenta una especie de largo listón carmesí que el terrible manejaba a la distancia.

Por su parte, Rayshea se volvió un haz de luz y se disparó a sí misma hasta la cima de la muralla, destrozado el borde donde aterrizó y apuntada por los guardianes que estaban allí arriba con sus armas, carbonizados por la poderosa luz emitida en sus contras, sin poder haber atinado un sólo proyectil gracias a la intensa luminosidad que la mujer emitía, alcanzada por Aerya, quien estaba siendo rodeada por su látigo sanguíneo.

Ambas observaron la imponente antena y cómo generaba la pantalla que era el muro del cielo, proyectados ataques por ambas hasta destruir la máquina por completo. No obstante, esto no abrió un hoyo en el último obstáculo, pues las antenas cercanas lograban cubrirlo adecuadamente a pesar de no haber presencia de la que estaba en medio de ambas. Por lo que, tanto Aerya como Rayshea, de inmediato, se separaron para atacar cada una otro generador, destrozados los enemigos cercanos al instante, por más resistencia que pusieran.

La mujer de piel negra llegó primero a la antena derecha, y con todo su poder, lanzó un ataque que la hizo añicos. Por su parte, apenas dos minutos más tarde, Aerya consiguió desaparecer la antena izquierda, logrado el objetivo, pues una enorme grieta se formó en el muro del cielo, justo enfrente del avión que, de la nada, aceleró para ir hacia el otro lado sin más problemas.

Desgraciadamente, justo debajo de la primera antena destruida, una más resurgió, manipulada por personal que parecía estar dentro de la muralla. Esto generó nuevamente el muro, cubierto lentamente desde el fondo hasta la parte de arriba, mostrado apenas un agujero por donde difícilmente el avión iba a poder pasar.

Motherfucker! —gritó Rayshea mientras trataba de volver al centro.

Hia! —maldijo Aerya, quien estaba ya de regreso para intentar eliminar la nueva antena.




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