Sacrificio

Trigésima Séptima Ofrenda: Infierno

Las cascadas de magma ardiente descendían desde el elevado techo de la habitación en la cual Mergo y Annia se hallaban, ambos tratando de idear un plan para subir y avanzar hacia el castillo de Qwinbakvus, el cual era su verdadero objetivo.

—¿Será que habrá una apertura en la cima? —Se preguntó la mujer, por lo que extendió sus alas verdes de dragón y voló hasta la parte superior de cada una de las fuentes de lava, encontrado que la única entrada al siguiente piso estaba completamente abarcada por completo por el magma.

—¿Algo?

—No, nada. Y ya estoy muriéndome de calor, bajemos por favor. —Se quejó Annia al descender, completamente sudada.

En la parte más baja de la torre, donde estaba el canal de agua, la chica pelirosa se lavaba el rostro para quitarse el calor de encima, sentado Mergo en la escalera que va hacia la planta baja, observado el cofre por él, donde se supone están las pociones de resistencia al fuego.

—¿Crees que haya una forma de abrirlo? —cuestionó Annia mientras se acercaba al baúl, mismo que trató de abrir con sus manos.

—Tal vez lo haya —dicho eso, Mergo expulsó las garras de dragón e intentó levantar la tapa con todas sus fuerzas, inútil su esfuerzo—. ¡Maldición! Está completamente sellado por magia de los dragones, seguramente.

—Ya veo, creíste que al usar las garras el cofre reaccionaría. Buen intento, amigo —destacó Annia, la cual fue a sentarse donde antes se hallaba el tuerto, acompañada por él de momento—. ¿Qué haremos? Hay una guerra allá afuera esperando que hagamos algo. ¿Crees que sea prudente entrar al castillo directamente?

—En lo absoluto. Por donde pasemos, nos verán. El castillo es muy vistoso. La entrada por este lugar era nuestra mejor opción —atinó a decir el hombre, decepcionada su amiga de dicha respuesta.

—Menudo problema. Nunca creí ver este lugar en persona, y lejos de fascinarme, está fastidiándome. Sobre todo, por el calor —confesó la cazadora, abanicado su rostro con su mano al momento, cuya mueca expresaba agotamiento.

—¿No hay algo en los cuentos que nos den una pista de cómo abrir el cofre? ¿Algo que sea útil?

—No lo creo. Supongo que, si te cuento lo que sé, tal vez detectes algo que yo no. —Ante tal proposición, Mergo asintió, por lo que Annia empezó a hablar sobre la torre. —Sucedió hace mucho tiempo. Los primeros pobladores hablan de un día en el cual, de la nada, un poderoso rayo de luz se hizo presente en el horizonte, mismo que ascendió desde la tierra hacia el cielo y abrió las nubes, a la par que iluminó el cielo por unos minutos. Temerosos, muchos propusieron huir de la luz, pero hubo una persona que quería lo contrario. Un cazador, común y corriente, de nombre Darko fue quien incursionó a ver qué había sucedido. Tras andar siete días y siete noches, finalmente, dio con esta torre, misma que estaba sobre el mismo rio y en la misma posición que ahora, a diferencia que un poderoso pilar de luz, parecido a un faro, salía desde ella en dirección al cielo, donde se perdía su límite. Darko, armado con un hacha de mano y temeroso, entró al imponente edificio bicolor, encontradas dos cosas que le llamaron mucho la atención. La primera, era que la torre estaba completamente repleta de magma ardiente, al rojo vivo, como si estuviera brotando de un volcán. Lo segundo, es que, en el sótano de la torre, había muchos cofres con diferentes materiales y víveres, mas había uno especial que poseía un montón de frascos de vidrio rellenos de un líquido anaranjado brillante. Aquel, sin dudas, invitaba a quien lo viera a ser bebido. Darko era un hombre curioso e inteligente, por lo que, pese al peligro que significaba, bebió el contenido de un recipiente del cofre especial, cosa que le hizo perder por completo la sensación al calor. Fue entonces que entendió lo que debía hacer —contó Annia, impresionado Mergo al oír todo eso.

—¿Tocó la lava? ¡Qué valiente!

—¡Estúpido, dirás! —corrigió la mujer, continuada la historia—. Pero sí, Darko subió y se acercó a al magma. No sentía la mínima sensación de calor. Percibía el agua fría, el viento tibio, más no el intenso poder de la lava que estaba a su lado. Por ello, con un valor inigualable, tocó la roca fundida, misma que no le hizo ningún daño.

—¡Vaya! ¿Y entonces nadó hasta la cima? ¿En magma?

—Sí, se deshizo de sus pertenencias por miedo a que se quemasen, excepto de una pulsera que olvidó, y se dio un chapuzón en el magma. Al ser tan denso, tuvo la oportunidad de navegar en él hasta llegar a la siguiente habitación, donde se dice que vio algo impresionante, un lugar tan hermoso y de pesadilla que es difícil de describir.

—¡Increíble!

—Después, al usar su sabiduría, consiguió llegar hasta la cima de la torre, en donde se dio cuenta que su pulsera de cuerda seguía intacta, lo que quería decir que no tenía por qué desvestirse. La pócima lo protegería con todo y prendas.

—¡Ja, ja, ja! Por suerte no había nadie cerca —bufó Mergo, atento a la historia.

—Ya arriba, el hombre vio el origen de la luz: un artefacto legendario que estaba colocado en medio de la torre, rodeado de una simbología que estaba seguro era obra de seres superiores a todo lo conocido. El cazador, fascinado, investigó todo lo que estaba ahí, hallada una extraña puerta que parecía llevarlo a otro lado, uno del que nunca habló, mas sí fue a él, pues al regresar, se volvió un completo iluminado, parlante de la lengua divina y conocedor de muchísimas cosas que, de inmediato, compartió con sus iguales. Darko, el primer erudito, regresó a su pueblo y les habló a todos de la torre y sus maravillas, invitados sus hermanos humanos a construir un reino alrededor de ésta, seguido por apenas tres grandes familias, mismas que fundaron Qwinbakvus, el primer continente de Vusaendal. —Lo dicho dejó a Mergo sin palabras, asombrado por sus alrededores, mismos que ahora veía con mucha emoción. —¡Mira nada más! Cambió tu perspectiva del lugar. —Se mofó Annia de su amigo, mismo que le dedicó un rostro de decepción.




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