Sacrificio

Trigésima Octava Ofrenda: Madre e hija

La llave encontrada embonó a la perfección dentro de la cerradura de las grandes puertas que daban al interior del castillo de Qwinbakvus, a donde pudieron acceder con cautela Mergo y Annia, los cuales cuidaban no ser observados por los guardias en favor de no alarmarlos.

Ambos cazadores corrían por los pasillos de la enorme edificación tenebrosa, cuya decoración rojiza y negra le daban un aspecto gótico y macabro, además de malévolo.

Conforme avanzaban, se hallaron con algunos guardias, a los cuales consiguieron despachar antes que pudieran alertar a los demás. Los ataques simplemente los dejaban fuera de combate en la mayoría de los casos, pues la idea no era ir a cometer un genocidio, sino ir por respuestas y salir, mas era importante encontrar a alguien que asegurara la información, y los invasores estaban seguros que la familia real era la clave, o al menos algún aristócrata con el que pudieran hacerse.

Luego de avanzar dentro de la construcción hasta una de las salas centrales, los cazadores se dieron cuenta que la sala del trono podría encontrarse cerca gracias a que podían observar la plaza principal del palacio desde allí, mismo que Rayshea advirtió se encontraba frente al lugar donde descansa el rey.

Por ello, Annia sugirió tratar de ir en esa dirección, accediendo a una habitación que estaba resguardada por dos imponentes guardias, a los cuales pudieron vencer sin problema alguno.

La enorme puerta fue abierta y ambos cazadores se introdujeron al extraño salón aparentemente vacío, extenso y con grandes pilares a los costados, encontrados con una particularidad al otro lado del mismo, antes de la salida que daba seguramente al pasillo que llevaba a la sala del rey.

—Esto debe de ser una broma —destacó Annia al ver dicho obstáculo, tragada saliva por Mergo, preparados ambos para atacar.

—Finalmente. Annia y Mergo, un par de molestas basuras se hallan a mi merced, donde deberían estar —habló la voz de la mujer, a la par que las puertas detrás de los invasores se cerraban y sellaban.

—¿Tanta es tu desesperación por detenernos que te aliaste con Qwinbakvus, Danya? —La pregunta de Mergo hizo reír a la terrible de Nwarvus, quien poseía un largo pitillo con un cigarro en la punta, el cual estaba fumando delicadamente, con gran clase, vestida de manera elegante la mujer en colores negros y verdes, acompañada de pieles y similitudes a escamas de serpiente.

—Se nota que no saben nada del mundo, malditas alimañas. Estoy ciertamente cansada de seguirlos, de oír noticias de cómo han estado triunfando en su tonta búsqueda por quitarnos todo lo que amamos, de «salvar» este mundo. ¡Basta de idioteces infantiles! —gritó la mujer, enrabietada, mas conteniendo su postura—. Mergo, Annia. Les doy esta última oportunidad de detenerse. Abandonen su misión autoimpuesta y regresen a tener una vida pacifica en algún rincón del mundo. Juro por mi madre, Dalessa, que no buscaré ya hacerles nada y retiraré los cargos en su contra. —Lo ofrecido hizo a los cazadores verse el uno al otro, desconcertados. — ¿Y bien?

—Lo siento, pero no está en discusión.

Hijole, yo creo que no se va a poder —secundó Mergo a Annia, pues su amiga se notaba más sería de como siempre era.

—¡Ja! Menudos niñatos. Han leído muchos cuentos de hadas, me temo. El bien lo escriben los que ganan, y éste no va ser su caso. —Al decir esto, una enorme nube de veneno púrpura surgió de la mujer, lo que rodeó por completó las paredes y el techo de la enorme sala, al igual que la entrada y salida. —Ésta será su tumba, cazadores —Destinó Danya, a la par que sus contrincantes manifestaban la presencia del dragón, listos para atacar, mas sucedió algo increíble. Detrás del veneno de Danya, a sus costados, surgieron dos noxakos con espada que se colocaron rectos tal cuales caballeros, listos para seguir las ordenes de la mujer.

—¿C-cómo es posible? —preguntó Mergo, impresionado.

—Mátenlos —dicho eso, los noxakos abrieron sus enormes hocicos y rugieron en dirección a los cazadores, para luego saltar hacia ellos agresivamente.

—¡El veneno morado es como acido! Si lo tocas te derretirá ¡Ten cuidado! —advirtió Annia, pues emprendió vuelo en favor de esquivar al monstruo que fue a atacarla, a la par que Mergo saltó. Ambos lanzaron ataques hacia las criaturas, quienes parecieron salir mínimamente lastimadas por ellos.

—Así que sabes cómo funcionan mis venenos. ¿Debería sentirme honrada o acosada?

—¡Te admiraba! Eras un ejemplo a seguir luego de que Kaito me abandonara. Lástima que tú misma cambiaste eso —reclamó la pelirosa a la terrible, quien se dirigió a toda velocidad hacia su enemigo para dispararle con sus pistolas.

—¡Vaya niña tonta! —exclamó la mujer, envuelta en su veneno, desaparecida por completo a la vista de la cazadora. Como quiera ella disparó sus balas elementales en dirección a la antigua posición de su enemigo, únicamente escuchada su risa por todos lados en el veneno—. Es inútil. Un par de cazadores tan débiles como ustedes jamás van a derrotarme. —En ese momento, el noxako que iba tras Annia saltó y estuvo a punto de tajarla con su espada, mas la chica lo pudo esquivar a duras penas, notado que el veneno estaba creciendo e inundando la habitación por completo.

Mergo, quien luchaba contra el otro noxako en el suelo usando su espada y garras, notó que el espacio empezaba a reducirse, por lo que saltó hasta el centro, hecho lo mismo por su amiga. Los invasores quedaron espalda contra espalda, en guardia, con la vista puesta en sus dos enemigos oscuros.

—¡Maldita sea! ¡Eres una cobarde, Danya! —gritó Mergo, desesperado ante la situación.

—¡Ja, ja, ja! ¿Qué pasa? ¿Las cosas no van a acabar como en las historias que sus mamás les leían de niños? ¿Se dan cuenta que la realidad es otra? Bienvenidos a su fin, alimañas. Me encantaría subestimarlos y darles una oportunidad, pero me temo que no soy de ese tipo de «villana». —Las nubes de humo, al término de las palabras de la terrible, se precipitaron al instante hacia los enemigos de Qwinbakvus, a la par que los noxakos se arrojaron hacia ellos con todo el poder que se permitieron, próximos a un choque que sin dudas aniquilaría a los intrusos.




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