Sacrificio

Cuadragésima Ofrenda: Rey escarlata

Danya sonreía, alegre por haber completado su misión y haber derrotado a su hija a pesar de todos los beneficios que su pierna le estaba dando, del gran talento que había desarrollado durante su corto viaje por el mundo entero, animada por ello.

—Un mes. ¿De verdad creíste, Danielle, que eso sería suficiente para vencerme? Años de entrenamiento desde que tengo memoria no son comparados a eso. Mi padre era mil veces más estricto de lo que yo fui contigo. Sabía que mi deber era ser más severa, pero me ablande porque eras mi hija, porque me vi reflejada en ti. ¡Qué estúpida fui! —decía la mujer al despojo que ahora era Danielle, aun sostenido por ella—. Ya terminó —declaró ella, eliminado el veneno oscuro de los alrededores, revelada una habitación cuasi derretida por las toxinas de la mujer.

Gracias a esto, el techo también se desintegró, lo que dejó entrar un débil rayo de luz al cuarto que ahora estaba a oscuras. Dicha iluminó a la madre y a su hija, como si hubiera sido predestinado que el combate hubiera terminado así.

No obstante, cuando menos lo esperó Danya, los dispositivos de la pierna de Danielle, la cual no fue afectada por el veneno y seguía unida a ella, se activaron, introducidos los tres cilindros a ésta, iluminados los ojos de la joven, quien pegó un grito y liberó una cantidad absurda de veneno blanco brillante, bañada la madre por éste, soltada al sentir un imponente ardor en su mano. Sin pensarlo, retrocedió para evitar la ponzoña de su hija.

Danielle, contra todo pronóstico, se levantó entre la nube de veneno que ella produjo, completamente desnuda y con su cabello ahora blanco, al igual que sus ojos.

La escena impactó a la madre, mas no la hizo compadecerse, arrojado otro montón de veneno oscuro que la chica destrozó con su toxina, lanzada hacia la adulta y golpeada aquella con fuerza usando la rodilla artificial, para luego la menor tomarla del cuello y azotarla contra el piso de la misma manera como lo había hecho su enemigo hace un momento. La diferencia es que, esta vez, Danielle le puso su pierna mecánica sobre el cuello, oprimido aquel con todas sus fuerzas, sujetada la pierna por Danya para evitar ser aplastada por su hija.

—No madre, no ha acabado para mí. Esta vez no vas a ganar. Ya no soy la hija de la que te avergonzabas. Ahora soy la hija a la que debes temer. —La declaración molestó a la mayor, mas sonrió al momento, mientras perdía la batalla de fuerza.

—¿Qué vas a hacer? ¿Matarme? Si no puedes hacerlo, sigues siendo sólo una basura. Si me matas, serás siempre una parricida, pero al menos me harás sentir orgullosa —anunció sonriente, provocada la ira de Danielle.

—Debí haber hecho hace mucho tiempo. Adiós, madre —enunció la joven, levantó su pierna, como si fuera a perdonar la vida de la mujer.

—Cobarde. —Pero luego de ese insulto por parte de Danya, el rostro de la chica se llenó de ira, dado un poderoso pisotón que hizo un estruendo enorme, terminada la batalla entre la madre y su hija.

Annia estaba paralizada. No podía creer lo que estaba viendo frente a ella. La figura sobre el trono, a pesar de verse mucho más vieja de lo poco que recordaba de su padre, era idéntica, justo como se vería si hubiera sobrevivido al atentado.

La mujer lloraba desconsolada, confundida y con ganas de correr a brazos del hombre, mas vio su sonrisa, aquella mueca torcida y tenebrosa, por lo que se llenó de una rabia inconmensurable, apuntó con ambas armas hacia él, desplegó los cuernos y manifestó alas de dragón al instante, decidida a atacar a la más mínima provocación.

—¿Quién eres, bastardo? —preguntó Annia, confundida y molesta—. ¿Eres tú, Danilo?

—Hace tanto que no escuchaba ese nombre. Supongo es normal, ya que no tienes idea de nada —respondía el hombre sin respuestas certeras.

—¿De verdad eres el padre de Annia? El atentado ocasionado en su ciudad natal fue perpetrado por ti, entonces. ¡Tú ordenaste la muerte de tu propia familia! —declaró Mergo, molesto, sin recibir contestación del sujeto—. ¡Di algo, bastardo!

—Tú eres un Tterim, ¿cierto? —Eso dejó al cazador paralizado, extrañada la chica al oír eso.

—¿Tterim? ¿Miembro de la tribu de la isla Yubime? Ahora entiendo porque decías que tienes asuntos pendientes aquí. —Entendió la amiga del hombre, apenado aquel.

—Perdona por nunca decirlo. Sí, soy el único tterim sobreviviente al atentado. Conseguí salir de la isla gracias a…

—¿Mergo? —cuestionó Annia al ver la duda en las palabras del hombre, además de su mirada baja y avergonzada.

—A Kaito Zhou —aclaró el rey, cruzado de piernas en su trono, vestido con una bella armadura digna de un magnate, cuya corona de obsidiana y rubies brillaba por encima de su cabeza—. El terror de Vusaendal llegó a la isla antes que nosotros. Nos enteramos cuando estaba a mitad del ataque. Fue matar dos pájaros de un tiro —continuó el hombre de ojos escarlata y piel morena, orgulloso de su hazaña.

—¡Bastardo! ¡Admites haber sido tú quien envió ese ataque! —vociferó Annia, enojada.

—¡Por supuesto! Es uno de mis más grandes logros, al igual que la invasión a Ghalax. Ambas fueron un completo éxito. Las misiones dieron resultados mejores de los que esperábamos, he de decir. —Al término de la declaración, Annia cargó sus pistolas con luz, lista para disparar, apuntadas al hombre que tenía enfrente, a unos ocho metros de distancia.

—¿Cómo te atreviste a hacer algo así? ¿Por qué? —cuestionaba con rabia la pelirosa.

—¿Cuál de las dos?

—¡Habla, imbécil! —El rey no decía nada, sólo miraba confiado a la mujer, por lo que ella apuntó a su pierna y disparó, asustado Mergo por el resultado.

La bala de luz, poderosa como siempre, fue proyectada hacia el soberano, pero conforme avanzó, se fue diluyendo en el aire hasta desaparecer a un metro del objetivo, siquiera inmutado el magnate.




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