Sacrificio

Cuadragésima Primer Ofrenda: Duelo

Dariel, sin apartar la mirada de los invasores, apuntó su pesada espada hacia ellos, convencido de poder vencerlos sin problema alguno, nerviosos los cazadores al entender que sus oponentes conocían sus habilidades a la perfección, cosa que ellos, al menos de Dariel, desconocían por completo.

En un parpadeo, en menos de lo que dura un segundo, el príncipe despareció de la vista de los extranjeros, algo que asustó sin dudas a los dos, escuchado un grito de agonía por Annia, proveniente de Mergo, a quien miró al instante, atravesado aquel por la espada de Dariel desde la espalda al pecho, levantado su cuerpo por completo por el caballero de oscuras armaduras.

—Uno menos —aseguró el príncipe, para luego lanzar al hombre con un simple movimiento hacia Annia, sujeto su amigo por ella y cayendo ambos al suelo.

—¡Mergo!

—Ha sido un placer vernos de nuevo, sobrina. Me temo que, al final, el resultado es más que obvio —predijo el rey escarlata, acariciada su arma al momento, alegre.

—Amigo, encárgate del padre. Déjame a mi primo —sugirió la chica a la par que inyectaba el elixir de Morgrem a su amigo, curada la enorme herida del pecho, mas no por completo, por lo que ambos no reaccionaron del todo bien al golpe que Dariel estaba a punto de darles, pues se apareció al lado de ambos, con su espada en manos, lista para ser incrustada en Mergo una vez más.

No obstante, esta vez Annia reaccionó a tiempo y ambos consiguieron evadir el embate, levantado el tuerto de un salto y corriendo en dirección de David para atacarlo, empuñada la espada del rey con una sola mano y apuntando a su oponente, quien movía la Palkebender de un lado al otro de forma amenazante.

Dariel, al notar que su padre sería atacado, quiso ir a auxiliarlo, mas Annia disparó en su dirección, evadida la bala ágilmente por el príncipe, puesta su mirada en la pelirosa.

—Tú vas a pelear contra mí, primo Dariel —sentenció Annia con una sonrisa en el rostro, desaparecido el enemigo frente a sus ojos.

La mujer, en un instante, saltó hacia su costado derecho, evadido el espadazo que el príncipe le lanzó en su antigua posición, chocada la espada contra el suelo aparatosamente, bañado en balas el caballero después de eso.

Impresionado, Dariel esquivó las balas y retrocedió, para luego desparecer y Annia moverse hacia adelante una vez más con un salto, girado su cuerpo en dirección contraria y apuntadas ambas armas a su primo que estaba por encima de su antigua posición, con su espada apuntando al suelo al usar ambas manos, notado que su movimiento había sido leído.

En esta ocasión, las balas consiguieron darle de lleno, aunque ninguna consiguió atravesar su armadura, sí golpeó al hombre severamente, quien cayó sobre una rodilla en el suelo, molesto.

—¿Cómo? —preguntó confundido el hombre, puesto de pie.

—¡Ja! ¿Por quién me tomas? He enfrentado cazadores, noxakos y criaturas más poderosas que tú. Fui entrenada por Kaito Zhou, el terror de Vusaendal. —Antes de terminar, el hombre volvió a teletransportarse y trató de cortar a Annia por la mitad al aparecer a su lado derecho, agachada la mujer y disparadas dos poderosas balas en el pecho de Dariel que lo hicieron volar lejos, acción que le hizo caer al suelo. —Tu habilidad es impresionante para abrir y terminar de un ataque un combate, pero eres un idiota presumido. Pudiste decapitarnos o atravesar nuestras cabezas con tu espada, pero cometiste el error de alardear y hacer un movimiento arriesgado sólo para hacerte el fuerte. Ahora que sé cual es tu don, es sólo cuestión de evadirte cada vez que desaparezcas. Estarás detrás o por encima, no hay otro sitio fuera de mi vista donde aparecer. Si no, mis ojos te captarán de primera y podré pelearte más a mi gusto. Fui entrenada para tener reflejos de felino, de arácnido. No me vas a sorprender, primo. —La declaración enrabieto a Dariel, puesto de pie y tomada su espada con ambas manos.

—Eres una perra habladora, Annia. Apenas vislumbras el potencial de mi don —dicho eso, el hombre desapareció, y cuando la chica evadió y se volteó, se dio cuenta que no estaba detrás ni por encima de ella, por lo que, en guardia, miró en todas direcciones para tratar de hallarlo, sin tener éxito alguno de buenas a primeras.

Por su parte, Mergo se adentró por completo en la zona de negación del rey escarlata, bloqueados los cortes del tuerto por el soberano con una facilidad increíble, a la par que aquel trataba de tajar al invasor con sus propios contraataques, sereno y atento a sus errores.

Llegó un punto en el cual David consiguió leer a la perfección cada uno de los embates del tterim, por lo que sus cortes se iban acercando cada vez más a hacerle daño, rasgadas las ropas del isleño, nervioso por la facilidad del monarca de acostumbrarse a su forma de combate.

Lo entendía, él no podía ganarle con su espada al rey, por lo que decidió cambiar la jugada para no quedarse atrás.

De un momento a otro, Mergo dio un estoque a su rival, mismo que evadió aquel al hacerse a un lado, para luego tratar de cortar al tuerto de derecha a izquierda, apuntado el espadazo a su cuello; no obstante, el isleño usó la facilidad de movimiento de la Palkelenber y la giró en favor de la hoja trasera golpear la espada, interrumpido el corte y arrojadas ambas armas por encima de ambos, cosa que los dejó desprotegidos, soltadas aquellas en el choque tan intenso.

El rey pareció asustarse por un momento al ya no tener su espada en manos, y fue ahí cuando Mergo apretó sus puños, se colocó firme en la tierra y con todo su poder, lanzó un fuerte puñetazo al estomago del rey, el cual aquel consiguió cubrirse al cruzar sus brazos.

A pesar de ello, el monarca retrocedió unos pasos, sentido el fuerte impacto en sus antebrazos, como si una bala de cañón le hubiera golpeado.

Al levantar la mirada al extranjero, notó que aquel tenía ambos puños a la altura de su rostro, al igual que daba pequeños saltos ahí donde estaba, listo para luchar cuerpo a cuerpo.




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