Presuntamente acorralado por los invasores y con su hijo bocabajo, inmovilizado y desangrándose, David miró con un rostro sorprendido a sus oponentes, sin soltar su espada o decir alguna palabra, a la espera de lo que pueda suceder que resulte a su favor, o al menos así lo percibieron los cazadores que tenía enfrente.
—¡Dilo! ¿Dónde está el tenebrarum de Qwinbakvus? —exigió Annia al apuntar a la cabeza de su primo con su arma, segura—. Sé que, si retrocedes, él no se podrá teletransportar. Me temo que se lleva todos los objetos que está tocando. Antes de trasladarse, noté que daba un pequeño salto para despegarse del suelo. No soy estúpida, «tío». —La confesión provocó temor en el príncipe, mismo que no parecía querer rendirse aún, pues su rostro estoico denotaba miedo, pero resistencia a ceder.
Pronto, la faz del rey mostró una ligera sonrisa, deformada la expresión en una carcajada, larga y malévola, risotadas que dejaron sin habla a los cazadores extranjeros, presenciado cómo el soberano se burlaba de la situación frente a ambos, sujetado su estomago con su mano disponible.
—¡No me hagan reír, idiotas! ¿Creen que la vida de Dariel vale más que todo el reino? ¡Son unos estúpidos ignorantes! —aseguró el rey, puesto serio y confiado luego de eso—. No les tengo miedo. Voy a ganar este enfrentamiento en contra de ambos. Puede que el estilo marcial de Mergo sea fuerte e impredecible, pero puedo derrotarlo. Y si creen que emboscándome entre ambos lograrán algo, están muy equivocados —explicó el rey, seguro de sus habilidades, listo para retomar el combate.
—Ponlo a prueba, imbécil. Terminarás peor que tu hijo —sentenció Mergo al levantar los puños, preparado para reanudar la pelea.
—Son unos tontos. Ya perdieron, no hay nada más qué hacer. Su aventurilla tonta se acabó —alegaba el monarca, colocado de lado con su arma para atacar—. Desde que Dariel entró a la sala, llamó a la guardia real. Tan pronto estén aquí, se habrá terminado. —Aquello mortificó a los extranjeros, observados el uno al otro de momento. —¿Qué? ¿Creían que no usaría a mis fieles súbditos para pelear? ¿Pensaron que esto sería un combate justo? ¡No existe justicia en la guerra, sobrina! ¡Aprende eso de nuestra familia! —Al finalizar dicho discurso, un golpeteo se escuchó en la entrada de la sala del trono, apuntadas las armas de Annia hacia allá, tomada la Palkelenber por Mergo, aunque ninguno de los dos poseía habilidades. La chica tenía sometido a su primo a pesar del peligro, quien perdía más rápido sangre al no tener la espada incrustada, desesperado y usando todas sus fuerzas para no desmayarse.
Las puertas fueron abiertas de par en par, lo que dejó ver que, detrás de aquellas no había un ejército en la espera para ayudar a su rey, sino una gigantesca nube de vapor dorado que, luego de esparcirse alrededor, dejó entrar a una figura femenina que se manifestó delante de los presentes, cuyas ropas pertenecían a Danya, mas no la portaba la terrible de Nwarvus.
—¡Danielle! ¿Qué haces aquí, hija? ¿Dónde está tu madre? —preguntó confundido David, observada la chica de cabello corto y blanco por él.
—Hola, padre. Lamento decirte que mamá no estará disponible nunca más para joderme o apoyarte —aseguró la mujer, nacidas sonrisas de los rostros de Annia y Mergo, pues era obvio que la joven había derrotado a su madre y había llegado en su auxilio—. Hola, Dariel.
—¡Perra! ¡Ayúdanos! —exigió el mayor de los hermanos Basilisco, mas sólo recibió una sonrisa cínica de la menor.
—No, tonto. Yo vengo a acabar con esto de una vez por todas. No voy a ayudarlos, voy a hacer esto por mí misma —explicó la chica, cosa que borró las sonrisas de los invasores.
—Bien, hija mía. Demuestra de lo que eres capaz —explayó aliviado el rey escarlata, a la par que Danielle se acercaba a los presentes.
—Voy a llevar a Qwinbakvus a la grandeza. Haré de este continente y de todo el mundo un lugar mejor. ¡Voy a darle honor a mi gente!
—Maldita sea, Dan —replicaba Annia, molesta.
—Y lo voy a hacer tomando el trono. —Eso último borró la sonrisa de su padre, quien ahora estaba confundido—. Así es, mi querido rey. He venido a derrocarlo y así quedarme con la corona. Soy la legitima heredera al trono ahora que mis hermanos mayores me han cedido su derecho de sucesión. Tan pronto acabe contigo y con Dariel, me volveré la nueva reina de Qwinbakvus, detendré la guerra que tanto ha atormentado a Vonrvus, así como al mundo, y, por supuesto, guiaré a Mergo y Annia hasta el lugar donde el Tenebrarum descansa. ¡Se acabó, padre! —La declaración hizo que el hombre corriera hacia la chica, espada en mano, listo para atacar.
—¡Los guardias vendrán! ¡Están todos acabados! —Pero antes de poder lograr si quiera tocar a Danielle, otra espada se interpuso en su camino.
Surgido del veneno, apareció Denzen, hermano mayor de Danielle, mismo que curó y ahora tenía como aliado, quien defendía a su hermana y le ayudó desde un inicio a infiltrarse al castillo.
—Hola, padre.
—¡Denzen! ¡Maldito mal agradecido! ¿Cómo se atreven a revelarse en mi contra?
—Se acabó, padre. Ríndete o muere. No hay de otra —ofreció Danielle, retrocedido el monarca al ser repelido por su hijo, protegida la menor.
—¿Creen que es así de fácil? No importa lo que hagan, hay un ejército allá afuera a mi disposición, el pueblo entero peleará por su rey.
—No lo creo —replicó la chica, seria—. Las personas están cansadas de tu guerra, las ambiciones de nuestros antepasados, el estúpido encierro al que los has obligado a vivir todos estos años. En este momento, Daria está dando un discurso que sonará algo así. —Mientras hablaba, efectivamente la hermana mayor de Danielle estaba frente al pueblo de la capital, sobre un podio, reunidos todos al momento, dadas a estos las siguientes palabras:
—¡Hoy es el día en el que la guerra se acaba! ¡Nuestra gente y Vusaendal ha sufrido suficiente por este estúpido conflicto sin aparente fin! ¡Debe terminar ya! ¡Basta de seguir las tontas ambiciones de mis antepasados, de nuestros difuntos reyes y reinas! Es hora de hacer un cambio de verdad, de demostrar al mundo que nuestra nación es un lugar bello y próspero, pero no por medio de la guerra, sino de la paz. ¡Somos un mundo! ¡Somos todos hermanos! ¡Qwinbakvus! ¡Acepten el alza al trono de Danielle y tiremos los muros que nos separan del mundo! ¡Fin a la guerra! ¡Inicio a una era de prosperidad y paz! —La gente, emocionada, gritaba a favor de la princesa, cantado a coro el nombre de Danielle, quien deseaban fuera su nueva reina.