Gulf acabó las curaciones en silencio. Cualquiera que lo observara, pensaría que estaba absorto en su tarea y que era así como normalmente trabajaba.
Nada más lejos de la realidad.
Gulf creía que era muy importante mirar a los ojos a los pacientes y hablarles mientras realizaba las curaciones o el aseo. Porque Gulf pensaba que los médicos e incluso las enfermeras olvidaban que había un ser humano dentro de ese cuerpo lastimado.
Y cuando ese pensamiento sobrevoló su mente, Gulf se sintió avergonzado. Entonces levantó la vista. Estaba atendiendo a un ser humano y no lo había olvidado.
Le sonrió con dulzura y preguntó:
– ¿Se siente bien, Teniente? ¿Hay algo más que pueda hacer por usted?
– Sí, que me atiendas el resto de los días que me tenga que quedar aquí.
– La enfermera Rose es muy profesional. Ella le fue asignada y sé que no tendrá ningún problema en...
– Gulf, ¡yo te quiero a ti...!
Gulf sintió que le empezaba a faltar el aire. Tenía la boca seca y se supo incapaz de articular palabra.
Se perdió, sin poder evitarlo, en aquellos hermosamente rasgados ojos que lo miraban ahora con una intensidad que hicieron que por un momento Gulf se olvidara del mundo entero, de la guerra y hasta de sus propios dolores y soledad.
Los ojos de Mew tenían el poder de hacer eso.
¿Sería posible que sí existiera el amor a primera vista?
¿Sería posible que también Mew hubiese sucumbido a ese hechizo mágico e impertinente al que Gulf había sucumbido minutos antes?
¿Sería posible que Gulf supiera por fin qué se sentía ser correspondido en el amor?
Durante todo ese segundo que duró aquella mirada, Gulf volvió a tener esperanzas; se concedió el permiso de creer que los sueños pueden hacerse realidad.
Pero entonces, el Teniente Mew volvió a hablar y esos sueños que Gulf había empezado a tejer con ese legendario hilo rojo, se volvieron una pesadilla burlona y cruel.
– Samuel me ha hablado sobre ti, en todas sus cartas desde que volvió a casa. Sobre cómo lo has cuidado cuando estuvo aquí. Por eso pedí expresamente que seas tú quien me cuide. Tú has sido un hermano para él. Y quiero que seas un hermano para mí.
Gulf tragó saliva con dificultad.
– Recuerdas a Samuel, ¿verdad?
¿¡Cómo no recordar a lo único parecido a un amigo que había tenido en la vida!?
Gulf seguía sin poder hablar. Había creído todo ese tiempo que una vez que atravesaban ese umbral, los soldados que él había cuidado se olvidaban hasta de su nombre. No le salían las palabras así que asintió levemente.
– Has hecho todo lo humanamente posible por él. Has calmado sus dolores físicos; le has vuelto a enseñar a comer, a hablar, a caminar. Pero no has podido borrarle sus pesadillas. Nadie pudo. Hace unos días, la noche antes de que me hirieran, recibí una carta de mi padre contándome sobre él. Samuel y yo nos criamos juntos. Siempre ha sido parte de mi familia. Aunque tenemos la misma edad, él fue enlistado primero que yo.
Gulf sentía un nudo en el estómago. Sabía que lo que Mew dijera a continuación le iba a hacer doler el corazón.
– Samuel ha intentado suicidarse. Lo hallaron justo a tiempo pero, aunque sigue con vida, no quiere seguir viviendo. En sus cartas siempre me habla de ti. Escríbele, por favor...
Gulf sintió sus mejillas húmedas y volvió a asentir levemente. No le salían las palabras por más que lo intentara.
– Voy a necesitar de tu ayuda, Gulf...
La mano de Mew buscó la suya.
– Yo tengo las mismas pesadillas que tiene él.
Gulf, en un impulso, se aferró con fuerza a la mano de Mew. Sabía que estaba cruzando una línea que no debía cruzar. Sabía que en cuanto ese Teniente recibiera el alta, se marcharía a una nueva vida, de la que él no sería parte. Pero ya no importaba. No se podía permitir vivir en un mundo en el que no estuviera Mew, aún cuando no lo viera nunca más. Y entonces irguió la cabeza y le sonrió entre lágrimas.
Abrazó a Mew y lo siguió abrazando hasta que por fin el Teniente se quedó dormido, justo cuando empezaba a amanecer.