Safe and Sound

5

Mew sentía todo su cuerpo temblar. Pero por primera vez sonreía ante aquella sensación.

La vista era increíble. Un cielo tachonado de puntos brillantes, cientos, miles, titilando amigables... Nunca el cielo nocturno le había parecido a Mew tan amigable.

Las veces que había tenido que estar bajo aquel manto oscuro en los últimos meses, habían sido las causantes de sus más dolorosos recuerdos. El firmamento desgarrado por máquinas infernales que destruían todo y a todos a su paso; la Luna como única testigo de asfixiantes noches de trinchera, esperando...; o el cielo oscuro, encapotado, llorando sus pesadas y frías lágrimas sobre el pelotón que se hundía más y más en el fango con cada paso, pero que tenía que seguir a pesar de la oscuridad que lo devoraba todo para que el enemigo no lo masacrara.

Pero este cielo era muy distinto.

Era un cielo amigable.

Mew no fue capaz de apartar su vista brillante y rasgada de los astros palpitantes por largos minutos.

Gulf se maravilló ante su silencio. Y de pronto, se sintió un intruso.

– Volveré en un rato, para llevarlo de vuelta,Teniente.– le dijo en un susurro.

Lamentaba tener que sacarlo de su sueño hipnótico.

– ¡No me abandones, Gulf...!

El corazón acelerado de ambos era lo único que se escuchaba allí arriba, en aquel rincón del techo, en un momento contrabandeado, cuando todos los demás ya dormían.

Hacía tres semanas , Gulf le había prometido a Mew, en secreto, que le mostraría su lugar especial si él prometía hacer sus ejercicios de fisioterapia.

Las heridas ya estaban mucho mejor. Aunque los dolores de cabeza persistían, aún cuando la bala de la nuca sólo le había rozado. La pierna aún no estaba curada del todo pero le permiría a Mew dar algunos pasos con ayuda.

Había sido todo un reto subir hasta allí pero lo habían logrado. Y aunque era peligroso, Gulf no se había arrepentido. Con sólo  ver el rostro sonrojado de Mew, la sonrisa dulce en sus labios y la brillante y emocionada mirada que hasta ahora había estado apagada, Gulf sentía que había valido la pena romper algunas reglas y tomar algunos riesgos.

–Claro...Me quedaré con usted.

–Contigo...

–Contigo...–repitió Gulf.

Mew le había pedido que lo tuteara. En frente de los demás no podía hacerlo pero en momentos robados como aquel claro que podía, y lo disfrutaba.

– He notado que...– Gulf habló con lentitud– no has usado el papel y lápiz que pediste. ¿No vas a responder esa carta que te llegó hace unas semanas? Seguro estarán esperando tu respuesta...

Mew siguió mirando el cielo estrellado. Gulf pensó que quizás el permiso de tutearlo no le daba la atribución de preguntar algo tan personal. Pero Mew pareció percibir algo del pensamiento de Gulf porque se apresuró a decirle:

– Puedes preguntarme y hablarme de lo que quieras, siempre. La carta que aún no respondí es de mi prometida.

Gulf se mordió el labio nervioso. Y trató de no hacerle caso a una punzada de dolor en su pecho.

–Me ha escrito seis hojas completas. Pero yo no he sido capaz de responderle ni un solo renglón...

– Dile que estás bien, que te encuentras cada día mejor...– la voz de Gulf temblaba.

Mew lo miró fijamente.

–¿Sabes qué es lo que ella más desea?

Gulf le devolvió la mirada.

– Según me dice en su carta, lo que más desea mi prometida, es que se acabe la guerra...

–Como todos...–asintió Gulf. Su voz aún temblaba.

–Mi prometida está enojada, indignada y frustrada por causa de la guerra...Textuales palabras suyas...

–Como todos...– volvió a repetir Gulf. La voz apenas le salía.

Mew se rió con ironía.

–Mi prometida está enojada, indignada y frustrada porque, por culpa de la guerra, algunas fronteras están cerradas y ya no consigue sus finas y caras telas para sus vestidos, no puede conseguir sales para sus baños de inmersión, ni tampoco los perfumes que solía usar. ¡Y extraña desesperadamente el café!  Y llora porque tiene que hacer sus reuniones sociales con té de baja calidad...

Gulf tuvo que morderse otra vez el labio para no decir lo que pensaba...

–Dime Gulf, ¿qué puedo responder a una carta como esa?

Gulf lo miró sin decir nada.

Y así, en cómplice silencio, se quedaron hombro con hombro, sentados sobre el viejo tejado de la residencia Bois Abby, contemplando el paso de una estrella fugaz. Pidiendo ambos un deseo, que no tenía nada que ver ni con telas importadas ni perfumes ni con granos de café sino que tenía que ver– aunque ninguno de los dos lo hubo pronunciado en voz alta– con nada más y nada menos que con el amor...




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