Estoy enamorado...
Estoy enamorado...
Era lo único en lo que podía pensar Gulf. Estaba sentado en aquel banco de piedra, rígido, ansioso, temblando...
Temblaba de emoción...y de miedo.
Apenas prestaba atención a los transeúntes que deambulaban por aquella calle, perdidos en sus propios pensamientos o prestando atención a los puestos del mercado que se agrupaban cerca del puerto, ofreciendo alimentos y mercadería de dudosa procedencia a un público ávido de todo, por efecto de la escacés de la guerra.
Estoy enamorado...,volvió a repetir Gulf en su mente. Todo lo demás le parecía borroso y lejano.
A su lado, un Mew pálido, con una venda en la cabeza y las manos entrelazadas sobre su regazo miraba el río con los ojos entreabiertos.
Deseaba con fervor girar su rostro y mirarlo. Había fantaseado todos aquellos días en el hospital de campaña con dejarse llevar cuando lo tuviera cerca. Pensar en él, y en esas fantasías, había sido lo único que le había hecho soportable los dolores y las pesadillas.
En sus sueños diurnos, nunca hablaban. Los labios de Gulf pegados a los suyos era todo lo que sucedía.
No existía el mundo, ni la guerra; no existía ni el deber ni la familia...
La familia...
Mew se estremeció ante aquel último pensamiento. Si no lo hacía ahora, sabía que nunca más tendría el valor para hacerlo.
Giró todo su cuerpo hacia Gulf. Se acercó más a él y lo tomó suavemente del rostro, obligándolo a que lo mirara.
Sintió que Gulf se estremecía bajo sus dedos y se estremeció él también. Clavó su mirada en aquellos labios. Labios con los que llevaba días y días soñando.
Una vez que había pasado el temor inicial de lo prohibido, una vez que hubo aceptado que no era quien creía ser; que hubo aceptado que existía una persona que le despertaba instintos, emociones y necesidades como nadie nunca lo había hecho, y una vez que pudo por fin aceptar que esa persona era un hombre igual que él, Mew sólo pudo pensar en una cosa: apropiarse de aquella boca para siempre, sin importar si el mundo estaba o no de acuerdo.
Mew respiró del aliento de Gulf y sintió que si no besaba pronto aquellos labios, no podría siquiera seguir respirando.
Pero entonces...una voz fría, cruda, colérica rompió el hechizo.
Mew se despegó de Gulf con rapidez, como si le quemara y miró en dirección al río. Su padre, alto e imponente, como siempre, vistiendo su uniforme de General, con sus incontables medallas colgadas de su pecho altivo y sus siempre intimidantes ojos oscuros, caminaba hacia ambos con resolución. A su lado, una jovencita bella, altanera, elegante, con el rostro maquillado y cargada de joyas los miraba con una expresión glacial.
Y entonces Mew volvió a sentir sobre sus hombros todo el peso de la cruel realidad.
¡Sí había mundo! ¡Sí había guerra y sí había familia! ¡Y tenía obligaciones que cumplir!
Ésa era la vida que debía vivir...