Saga Boyz! → Game Boy - Libro #2

Capítulo 1: La sonrisa.

 

Pasé años en esto que les voy a contar...

Durante la escuela, Lou prestaba una atención muy extraña a las clases. Puedo decirlo porque yo, en lugar de mirar la clase como todos los demás niños, no, yo sólo miraba a Louis.

Lo voy a describir brevemente: él miraba hacia al frente, ambos estábamos lado a lado (gracias a que moví cielo y tierra por cambiar posición con Jack  para lograr estar a su lado) en la tercera columna de las cuatro que habían. Parpadeaba mucho mientras se mordía el labio y tapeteaba sus dedos contra la madera, a veces usaba un lápiz para hacerlo, pero la maestra lo regañaba y entonces casi no lo hacía. Siempre parecía estar en su mundo, pero a su vez, si le preguntaban algo, él respondía mecánicamente.

Era increíble, y era un espectáculo que no me perdía jamás, ya que él, a pesar de que parecía que de hecho no estaba entendiendo nada, lograba demostrar que estaba varios pasos por delante de la expectativa de todos. Incluyéndome.

 

Simplemente mi vista se iba hacia él así yo quisiera concentrarme en esos fastidiosos números, idiomas y filósofos.

Lou me causaba una curiosidad infinita tan abrumadora que varias veces tuve que tomarme una pausa porque sentía que el corazón se me iba a salir del pecho con sólo mirarle. O como aquella vez, en el recreo varios años más tarde de conocerle, él estaba viendo la T.V de la lonchería mientras masticaba su sándwich y reía extensamente ya que era un programa muy gracioso que yo no me concentre en ver, porque solo podía concentrarme en mirar su sonrisa, sus blancos dientes relucir mientras sus ojitos se cerraban mucho por esa risa incontrolable que no le dejaba terminar de comer. A veces se tapaba la boca y la nariz ya que la comida se le iba a salir por la fuerte risa que le atacaba.

Y yo, aunque no veía el programa, yo reía con él. Su risa me causaba felicidad, era un bálsamo para mi corazón. Eran tantos años queriendo ser su amigo que compartir una risa, así no sea por las mismas razones: Me causaba una satisfacción enorme y consoladora.

El mundo a mi alrededor desapareció, los murmullos, risas y conversaciones exteriores acallaron en ese momento para mí. Sólo éramos él y yo, pero él no sabía que yo le miraba tan, pero tan intensamente que algo cambió. Algo hizo clic  dentro de mí y en ese momento supe que o había perdido algo, o lo había ganado. No me di cuenta en ese momento, pero si tuviera que rememorar en el momento en el que algo cambió en mí, diría que el momento exacto fue allí.

Entonces fue cuando tuve que salir corriendo ante la mirada de algunos, dejé mis cosas donde estaban y solo corrí como aquella alma que es llevaba por el diablo; me llevé a varios por delante, tanto alumnos como profesores solo con el fin de llegar al baño a encerrarme en el cubículo.

Agitado, me senté en la tapa del váter con una mano en el pecho y la respiración acelerada. Veía borroso y estaba tan agitado por la carrera y la sorpresa de mis sentimientos que no me di cuenta si había entrado al baño de chicas o de chicos.

Pero no me importaba.

Cuando por fin me pude calmar; Me di cuenta que estaba rojo como un tomate, tenía el corazón a mil y ah, por supuesto: Tenía una vergonzosa erección que en ese momento me descolocó totalmente.

 

  —  ¿Qué me está pasando? — me pregunté totalmente asustado y tratando que mis pulsaciones disminuyeran un poco. Estaba seguro, con mi corta edad, que si mi corazón seguía latiendo así me iba a dar un paro cardíaco...

 

 

Salí del cubículo después de muchos minutos de tratar de normalizar mi estado con respiraciones profundas y secando constantemente mis manos sudorosas contra mis pantalones por el hecho de que el recuerdo de esa sonrisa me atacaba cada ciertos segundos martillándome la mente y el corazón.

  Abrí el grifo de agua y me mojé el rostro muy bien, mirándome en el espejo de vez en cuando para asegurarme que ese rojo carmesí en mis mejillas había desaparecido: Y así fue, después de otros diez minutos.   

Me sequé dispuesto a seguir con mi vida pero... no me esperaba con que quien entrara al baño justo cuando yo me daba la vuelta fuera Louis.

Rápidamente me volví a meter al cubículo y cerré como un desesperado.

  —  ¿Estás bien? —  me preguntó por primera vez en los siete años que ya éramos vecinos y que rara vez intercambiábamos palabras a pesar de esto.




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