Fue un proceso largo, extenuante y no lo negaré: Algo tedioso.
Llegué, en algún punto de este proceso en el que me había empeñado tanto en cumplir con todos mis deseos, a verdaderamente cansarme. Estuve muy a punto de tirar la toalla y dejarlo ir. Mandarlo a freír plátanos, de recordarle a su madre de la manera más baja existente. Abandonarlo a su suerte...
Pero no lo hice.
Recuerdo que solía tomar largar y profundas respiraciones contando no hasta cinco ni diez. Sino contar indefinida e infinitamente hasta que lograra calmar la furia por la rabieta a sus desplantes injustificados contra mí.
Una vez llegué a contar hasta mil quinientos treinta y ocho...
Y es que no solo trataba del hecho en el que Adam no sabía ni recibir ni mucho menos dar ni siquiera un abrazo cuando lo conocí. Trataba sobre todo del hecho de lo arisco y odioso que podía llegar a ser. Tan ácido, tan a la defensiva si yo me pasaba de cariñoso con él.
Una vez, llegó a empujarme y darme una horrible mueca de ceño y labios fruncidos cuando, en un ataque de amor desmedido y profundo cariño por él, se me ocurrió pecar al hacerle cariño con mi nariz en su cuello mientras le abrazaba...
Fue realmente extenuante y en demasía frustrante. Pero todo, digo yo, había valido la pena.
A continuación les contaré cómo enseñar a alguien a recibir amor.
Como enseñé a Adam Rose a recibir amor...
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Editado: 24.11.2018