Pensé que iba a tener que intentarlo al menos cuatro o cinco veces primero, eso sí era optimista. Claro.
Y para gracia o desgracia para el mundo: Yo lo era demasiado. No puedo describir si es parte de mi personalidad o si simplemente me sentía demasiado motivado con el tema que lo envolvía a él. Quizá estaba demasiado alumbrado y mis ansias por lograr lo que me propongo fueron solo la pequeña llama que encendió el incendio.
Usualmente, aunque suelo ser bastante optimista naturalmente, no puedo evitar plantar los pies bien puestos en el suelo y anteponer la realidad a todas y cada una de las situaciones que se me pueden presentar. Por lo que cuando se me pasó por la mente invitarlo a salir, con el fin de conocerlo mejor: En serio pensé que sería algo de muchos, muchos intentos de por medio…
Pero no. Solo me bastó una sola oportunidad. Solo me bastó pedirlo una sola vez...
No sé si fue que lo pedí correctamente, o lo había agarrado de buen humor ese día. Tal vez se debía a todas las veces que compartimos muy jóvenes y pequeñas miradas, o la manera en la que me aseguraba de sonreírle como si no hubiera un mañana. Lo que sé es que cuando invité a salir a Adam a tomar un café: Me dijo que sí a la primera.
Sucedió, como solía suceder las primeras cosas, en la librería donde trabajaba. Yo aún no salía de mi sorpresa cuando él continuó hablando.
— Salgo a las cuatro. — me informó tranquilamente.
Parpadeé rápidamente tratando de ubicar la compostura y salir del asombro para no parecer un imbécil.
— ¿Te sirve el que está al final del pasillo? Venden un excelente mousse de parchita y el café es el mejor. — El fantasma de una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios. Y lo juro por mi madre, a mí casi se me sale el corazón y el desayuno: con todo y estómago.
— Me parece perfecto. ¿Vendrás por mí, o nos vemos allá?
— Vendré por ti. ¿Cuatro?
— Cuatro.
La caminata de la librería al café fue tranquila, callada (Porque no había nada que decir, prefería guardar los temas que se aglomeraban en mi garganta para después) y aunque cada uno iba por su lado, sin siquiera rozar un poco nuestros brazos, fue realmente cálida. El local estaba lo suficientemente lleno como para llenar el espacio con ruido, y lo suficientemente vacío como para encontrar una buena mesa.
Adam pidió un café negro con y cito textualmente "Un pizca de sal pero de azúcar" y unas galletas sin sabor. De esas que comes cuando haces dieta. Yo en cambio pedí un mousse de chocolate y un latte vanilla. En ese momento me di cuenta de cuán diferentes éramos. Solo que no caí en real cuenta sino hasta mucho, mucho después. Y aceptarlo me llevó un poco más.
Pero en ese momento no pensé en aquello, naturalmente, fue allí que en realidad comenzó la diversión...
— ¿Puedo preguntarte algo? — pregunté en algún momento mientras comíamos.
— Ya lo has hecho.
— ¿Otra cosa?
— De nuevo lo has hecho...
Suspiré. No sabía si estaba bromeando o era en serio. Si no se reía no podía saberlo. Y él siempre parecía estar hablando en serio, siempre lo pareció y ahora que lo reflexiono: Quizá siempre lo hizo.
— Okay, simplemente haré la pregunta – la vaga sonrisa apareció de nuevo en su rostro, esta vez más pronunciada — ¿Me explicas por qué cuando pregunté por ti me dijeron que no te busque? — Bien, esas no habían sido las crueles y desagradables palabras que salieron de los labios de Eric, pero no quería decir algo tan feo frente a él y menos si era sobre él.
Adam paró de comer su galleta y paseó su mirada por la mesa, como si estuviese leyendo alguna respuesta en la superficie de la madera. Pude verlo atar cabos con la rapidez de la velocidad de la luz. Dejó su café a un lado y me miró con esos ojos profundos que parecían tener la capacidad de leer el alma.
— ¿Fue Eric, verdad?
— ¿C-Cómo lo sabes?
La sonrisa se hizo cada vez más pronunciada. Sabía que para ese punto, él probablemente estaba jugando conmigo.
— Es mi ex.
— ¡¿Eric?! P-pero...pero él es tan... — no pude completar la frase sin que sonara completamente homofóbico, por ello mejor la dejé a medias.
— Fue hace tiempo — me interrumpió, por suerte. — Pero supongo que lo que le hice pasar jamás lo superó. — Se quedó en silencio un buen rato, tanto que estuve a punto de decirle que lo olvidara. Pero entonces, habló: —Eric es un buen amigo. Fue un buen novio también, el del problema soy yo. Valóralo. Sólo quiere cuidarte — Y siguió comiendo su galleta como si nada.
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Editado: 24.11.2018