Dios
Sin querer, casi asesinaba a mi hermana. Por suerte, Castiel se encontraba allí cerca. Pensaba lleno de tristeza en mi corazón y mi rostro se desfiguraba con cada pensamiento interno.
Oí como lentamente se acercaba Castiel.
—¿Cómo pudo?—Bajó hasta donde me encontraba con el ceño fruncido, ya que la situación no había sido para nada de su agrado.
Tampoco había sido de mi agrado lo sucedido.
—Yo... no lo pensé, solo lo hice. —Alcé una ceja—. Usted no debería cuestionarme en lo absoluto.
—Casi muere padre.
—Castiel, perdón, pero estas fuera. —Puse su cabeza en alto, sin importar lo que eso sería para el pobre Ángel, él lo sabía, pero no le importaba, ya que sabía que algo muy malo sucedería luego del fin de los tiempos, así es el fin de todo lo que conocemos.
—¿Por qué?, padre mío, no lo comprendo —Frunció el ceño y alzó una ceja demostrando su ira gesticulando su rostro de manera tal que me apiade de su sentimiento, pero era inútil yo tenía un plan y no dejaría que nadie ni nada se interponga en este.
—Porque ahora sabes todo —le dije luego de sonreírle de una manera dulce calmando al pobre Ángel que no entendía nada del porqué de mi decisión. Castiel sabía todo, pero eso no impediría mi misión ¿o sí?, Todo era posible. Nunca podría saber este pobre mis intenciones—. No podrás acabar con Tamara. No puedes.
—Sé que no, pero... puedo ayudar. Sé que puedo ayudar.
Sabía que él podía ayudar, yo tenía mi plan y Castiel debía hacer lo que ya tenía planeado.
—No, vete... Abel tiene tú misión de ahora en más.
—No, por favor... es mí misión.
—Ya no.
—¿Y ahora qué haré?—Preguntó el pobre Ángel con una triste sonrisa en su rostro sabiendo que sin su misión no había propósito para seguir con su vida; la vida la cual llevaba hace siglo o más, mejor dicho, siglos antes de Cristo.
Esa pregunta era justamente lo que estaba esperando.
—Ahora eres un simple humano, cuídate y salva tu alma del pecado.
—¡No! —Sollozó este de una forma sin igual al ver que a mí no le importaba un pepino lo que a él le pasase, no era posible que no me importara mi hijo.
Actuar de ese modo me estaba rompiendo el corazón, pero debía seguir adelante o las cosas no saldrían respecto al plan.
Desaparecí dejando a Castiel y caminé por la Capital sin mirar atrás, hoy era el fin y eso lo sentía, sabía que pronto llegaría. Sabía exactamente lo que estaba por suceder a la vuelta de la esquina, así que caminé hacia su destino y vi a Tamara con sus súbditos.
—Hermanito. —Sonrió victoriosa al darse cuenta de que yo estaba allí, parecía que estaba rendido ante ella, pero solo parecía—. ¿No traes a nadie?—Alzó una ceja demostrando que aunque los hubiese llevado ella ganaría sin despeinar ni uno de sus cabellos rizados rojizos.
—No, es mi fin y debo aceptar mucho de mis errores. Como también tú deberías.
Ella tenía que hacerse cargo de sus errores tanto como yo lo hacía.
Se acercó lentamente hacia mí con una sonrisa impregnada en su rostro al escuchar mis palabras—: Muy bien, ya era hora ¿Sabés todo lo malo que me hiciste pasar? Un infierno.
Sus palabras eran ciertas, eso fue lo que le hice vivir.
—Lo sé... yo lo siento y mucho, perdón —Me arrodillé ante ella mostrando respeto hacia esta—. Hazlo mátame. Aquí estoy, cumple tú misión, véngate.
Esperé que ella entrara en mi juego.
—Ay, que lindo —Sonrió y acarició mi rostro con delicadeza—. Pero no... no te mataré, aún no y los dos sabemos que alguno debe quedar con vida para que Lucifer no se quede con todo.
Ella fue directamente a mi juego.
—Hazlo, aún está Rubby para acabar con Lucifer.
Respondí con sinceridad.
—¡Ni lo sueñes! no tocará a mi niña.
Tamara estaba cuidando de su hija, eso era más de lo que me habría imaginado.
—Hazlo, adelante… ya sabes todo, hasta a quien dejaste en el cielo —Traté de molestarla sutilmente—. Vamos, véngate, hermanita.
Esperé que ella cayera de nueva cuenta en mi juego mental.
—Eso haré —dijo con toda su furia acercándose hacia mí y clavó un "Chin" en mi vientre, sin dudar ni un segundo más.
Ella cayó en mi juego una vez más, pero me hirió.
Caí al suelo de rodillas, miré mi herida punzante y respondí—: Bien... —Alcé una caja y luego una mano cortando la respiración de mi hermana con mis poderes celestiales.
No quería herirla, solo la mataría por unos minutos.
Tamara cayó al suelo—: No... —Tosió fuertemente sufriendo, casi sin oxígeno alguno para poder seguir con vida—. Ya... —Se desmayó por unos segundos.
Una sonrisa enorme se dibujó sobre mis labios.
—Lo siento, hermana —Salí de donde estaba.
Comencé a caminar y me comenzaron a apuñalar los súbditos de Tamara, los de los ojos rojos. Caí completamente herido, se abrió camino y entró Tamara.
—Lo siento mucho —Sonrió victoriosa y con su vista hizo que la luna se volviera completamente roja y que el hermoso azul de la noche se volviera color negro.
Efectivamente, mi hermana cayó.
Lentamente sentí como voy muriendo, tenía una hemorragia interna y externa, mi aspecto se ve frío y estaba desolado—: Ya lo logras... solo un poco más.
La insistí para que continuara, necesitaba que ella lo haga.
—No... lo siento. No quiero, ya no, me diste lo que quiero saber a quién ame, saber que dejé y además tus disculpas... vete y dejarme.
Su respuesta no era lo que yo quería oír.
—No —Me puse de pie y miré a mi hermana a los ojos con culpa y desesperación por todo lo que estaba ocurriendo—. Perdón.
—¿Perdón?—Preguntó Tamara sin comprender a que me referí con perdón.
No dije nada, al menos, todavía no tenía que decirle nada. Solo tenía que esperar la entrada triunfal.