JOEL

Hace dieciséis años que no veo a mi hijo, aquel pequeño que tuve entre mis brazos una sola vez antes de que me lo arrebataran con crueldad. Las órdenes del Emperador había sido claras desde el principio, nadie que formara parte del Triángulo podría procrear. Más sin embargo, Jonás había sido el regalo del cielo para Verónica y para mí, había llegado a nuestras vidas para que nuestras atormentadas almas sintieran un atisbo de esperanza. No fue hasta que nos enteramos que íbamos a ser padres, que nuestras mentes comenzaron a tomar consciencia sobre las terribles acciones que infringíamos hacia aquellos jóvenes que habían tenido la mala fortuna de haber nacido diferentes.

Nuestro mundo estaba dividido entre los humanos ordinarios, los que tenían un gen de los Celestines en la sangre y nosotros, los oscuros Rompe Almas. Ese fue el sobrenombre por el que fuimos bautizados.

Cuando el Emperador se enteró de la existencia de Jonás, esperó hasta el día de su nacimiento para asesinar a mi esposa y arrebatarme al niño de los brazos. Ese día me dieron la golpiza de mi vida.

Cuando los hombres del Emperador se fueron de la casa, estaba más que seguro que cada hueso de mi cuerpo había sufrido algún tipo de fractura.

La agonía que sentía era insoportable, pero no tanto como ver el cuerpo desangrado de Verónica frente a mí. La idea de que Jonás correría la misma suerte de mi esposa, me hacía gritar no solo de rabia o de dolor, sino de impotencia. El solo razonamiento de que nunca más volvería a ver aquellos ojos verdes como el bosque e destrozaba el alma. Después de todo lo que habíamos tenido que pasar Verónica y yo para mantener en secreto la existencia de Jonás, nuestros esfuerzos fueron por completo en vano.