Eric se sentía el peor traidor del mundo, viendo cómo se construía el “Instituto” para los jóvenes con Capacidades Especiales como los llamaba Richard. El Emperador los había enviado a una Isla que, viéndole desde todos los ángulos posibles, se encontraba a miles, de miles de kilómetros apartados de la sociedad humana. Y habiéndole asignado a Richard el roll de Director del Proyecto K. Mientras que a él, lo más difícil que se le podría haber pedido a alguien en la historia: ser un Reclutor. Lo que significaba que tendría que traer a los “alumnos”.
Eric detestaba la idea de arrancar a esos niños de sus senos familiares para arrojarlos luego a un reclusorio, en donde les exprimían hasta las entrañas para que desarrollaran sus habilidades a la perfección. Y luego, cuando nadie los veía, les extraían ese potencial y los exponían al proyecto K.
La Corporación Orión no se anda con rodeos cuando se trata de encontrar la forma de hacer que, “nuestra” raza siga siendo superior a las demás, pensó Eric distraídamente mientras veía a lo lejos a los profesores construyendo el enorme edificio que pronto se llenaría de jóvenes de diferentes edades. Intenté todo lo que pude para que desistieran de esta atrocidad, pero no pude ¡No pude!, le dijo al cielo mientras cerraba sus ojos en un intento de que las lágrimas no lo delataran. Se sentía al borde del llanto y no sabía cómo consolarse a sí mismo. Solo soy un hombre… o lo más parecido que llegaré a ser en toda mi vida.
—Está quedando maravilloso ¿no lo crees? —preguntó Richard detrás de él.
—Sí —contestó Eric con voz áspera, obligándose a darse la vuelta y enfrentarlo.
Richard estaba con la vista fija en el edificio a medio terminar.
— ¿Cree Usted que ellos aceptarán que sus hijos vengan aquí? —Se atrevió a Preguntar Eric, pateando una piedra que había en el camino, mientras se acercaban al muro—. ¿Y los jóvenes?
—Por supuesto que aceptarán. Al fin y al cabo, son hijos del rigor.
— ¿Pero no le interesa lo que piensen de todo esto?
—Un trato es un trato. No hay vuelta atrás.
—Señor, por favor, solo son niños.
—Eric, en esta vida o en cualquier otra, aprenderás que los errores del padre, los paga el hijo… y muy caro.
Todo se trataba del estúpido trato que habían realizado con los abuelos de esos niños, incluso el mío… pero no había derecho ¡no lo había!
—Quiero que traigas a cuatro en particular —se jactó Richard—. Luego quiero que me des un informe de sus habilidades y sus progresos.
— ¿Y por qué de esos cuatro en particular?
—En realidad son cinco de ellos los que más me interesan, pero del quinto alumno no nos tenemos que preocupar… sus habilidades son muy bajas —dirigió la vista hacia el cielo—. Creo que ni siquiera será capaz de llegar a la segunda etapa sin que le vaya la vida en ello.
— ¿Cuáles son sus nombres?
—Te los diré cuando llegue el momento en que tendrás que ir a buscarlos —lo miró fijamente—. Aunque quizás la semana que viene ya podrás ir a buscar a esta última.
—Pero usted acaba de decir que no será capaz de llegar a la segunda etapa —repuso Eric.
—Es mejor tenerla cerca cuando explote que a tenerla lejos.
Eric frunció el ceño.
— ¿Eso quiere decir que quiere controlarla?
—A los amigos hay que tenerlos cerca y a los enemigos aún más cerca.
Una vez llegaron al muro, Richard se detuvo a admirar mejor como dos profesores levantaban los hierros en la torre norte, con el poder de la mente. Otros estaban dispersos, ocupados con los pilares del frente.
— ¿Cree que esa joven, Stella, pueda controlar su habilidad antes de que sea demasiado tarde? —Se arriesgó a preguntar Eric, viendo con el ceño fruncido como dos profesores revisaban el plano del Instituto a lo lejos.
—No. No lo sé, su linaje es de sangre débil.
— ¿A qué se refiere con eso?
Richard suspiró, como si estuviera cansado de seguir hablando sobre el tema.
—A que ninguno de sus antepasados pudo controlar el poder que llevaban dentro, por lo que todos murieron jóvenes —contestó Richard sin entusiasmo.
Eric tragó saliva, nunca llegó a pensar que sería tan complicado.
—Tal vez, ella sea diferente —repuso, con la esperanza de que todo sea diferente.
—Puedes cambiarte la ropa, incluso la piel, pero no la sangre —dijo Richard, que en ese momento se había volteado hacia él y lo miraba fijamente con esos ojos fríos como el hielo.
—Quizás, ella cambie la historia de su raza… —comenzó, pero se detuvo cuando Richard lo interrumpió con una de sus crípticas sonrisas.
—Pero si, apenas logra mover una mota de polvo —se mofó.
Eric se quedó viendo como la silueta de Richard se perdía por la Isla, para luego soltar un largo suspiro. Richard se había parecido, más que un ángel vengador: con sus pómulos marcados, labios gruesos y los ojos azules como el océano; a un ángel diabólico, cuya sonrisa amarga y mirada penetrante hacían que su apariencia cambiara bruscamente, cuando en la situación requería.
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Editado: 17.07.2022