Desde muy pequeña podía controlar el agua, siempre y cuando me encontrara cerca de ella. Mi familia siempre lo había sabido, al principio se sorprendieron, pero luego se dieron cuenta de que tenía un gran don.
Siempre he sido una persona muy alegre que se ríe con el corazón y que ayuda a sus amigos cuando lo necesitan, porque si hay algo que he aprendido es a cuidar a mis seres queridos.
Un día, cuando estaba volviendo del colegio, vi cómo un hombre desconocido estaba golpeando a una chica porque no quería darle su bolso. Me acerqué a ese hombre con mucho cuidado, ya que nadie se atrevería a ayudarla de aquel bandido. El sujeto levantó la vista hacia mí, claramente molesto porque lo había interrumpido cuando intentaba darle una patada en las costillas de esa pobre joven. Respiré hondo, levanté una mano y el agua que estaba en la botella que colgaba del bolsillo de mi mochila, se elevó y con ella, le di un latigazo al hombre que cayó hacia atrás y se levantó dando tumbos y salió corriendo en dirección contraria. Una vez que el agua se hubiera metido en mi botella otra vez, le pasé una mano a la chica (que estaba tendida en el suelo mirándome como si hubiera visto un fantasma) para ayudarla a levantarse, pero ella solo comenzó a gritar.
— ¡Aléjate de mí, monstruo!
La miré un momento, hasta que comprendí que era a mí a quien estaba llamando monstruo, así que me di la vuelta y comencé a correr hacia mi casa.
Nunca antes había pensado que mi capacidad de poder controlar el agua fuera vista como una monstruosidad, siempre había estado orgullosa de lo que podía hacer, hasta ese día, cuando esas duras palabras me hicieron caer en la cuenta que no era normal. Cuando volví a mi casa, un hombre con una vestimenta extraña estaba hablando con mis padres, en sus manos estaba mi maleta color fucsia. Pregunté quién era ese sujeto y por qué tenía mi maleta en sus manos, pero mi madre solo me abrazó y me dijo que todo estaría bien, que ese señor me llevaría hacia un Instituto para jóvenes con capacidades especiales, como yo.
Fue así como seguí a ese sujeto hasta que llegamos a una isla en el que nos atacaron unas bestias terroríficas, por suerte tenía mi botella de agua, por lo que pude defenderme hasta que una bestia en forma de lobo me quitó la botella. A partir de ese momento, comprendí que mi vida corría un grave peligro, me sentía prácticamente inútil sin mi botella de agua.
Tropecé y cerré los ojos esperando que todo acabara pronto, cuando oí un sonido frente a mí. Al abrir los ojos vi a hombres y mujeres que corrían hacía mi dirección y las bestias que retrocedían al verlos venir. Suspiré de alivio, estaba salvada.
Alguien me ayudó a levantarme, pero no pude ver quién era, estaba demasiado conmocionada, y me escocía el rostro por el arañazo que me hice en la mejilla cuando me había caído. Seguí a mis salvadores hasta que llegué a una enorme y antigua construcción, que se hallaba detrás de un enorme muro construido de roca maciza que se abrió delante de mí como si fuera una puerta. Me detuve a observar con atención la edificación, por el cual ingresaban chicos de diferentes edades.
Alguien me jaló hasta la enfermería, donde me recostaron en una cama enfrente de una chica que se hallaba inconsciente, en sus brazos que estaban a sus costados, podía ver los vendajes.
— ¿Qué le pasó en los brazos? —pregunté, la enfermera siguió mi mirada.
—Sus brazos y piernas han recibido quemaduras de primer y segundo grados.
— ¿En un incendio?
—Se quemó ella sola.
Guardé silencio por un momento, intentando entender el motivo por el que se hubiera quemado. Entonces se me ocurrió que si yo podía controlar el agua, tal vez la otra chica podía controlar el fuego, aunque no tan bien por lo visto.
— ¡Oiga! —escuché que la llamaba la joven, que ya había despertado.
La enfermera me miró.
—Enseguida vuelvo contigo ¿de acuerdo?
Asintió con lentitud, cuando la vi levantarse e irse con la chica de las vendas.
Cerré los ojos intentando calmar mis nervios, pero no podía dejar de ver aquellas horribles bestias que nos atacaron en el bosque. Así que los volví a abrir y observé a mí alrededor. La habitación de enfermería era grande, con camas a ambos lados del pasillo, divididas por sábanas para que tuviéramos más privacidad.
Los días fueron pasando y cada vez iba aprendiendo un poco más. Los fines de semana me pasaba en las ruinas de una antigua iglesia que se situaba cerca del muro. No podía explicar la extraña sensación que sentía cada vez que me hallaba allí y cuando no iba, sentía una nostalgia tremenda que a veces se transformaba en un dolor en el pecho.
Un día me enviaron al Salón de los Conflictos por haber peleado con otra chica que también poseía la habilidad de controlar el agua, ella me había atacado y yo solo estaba defendiéndome, lamentablemente nadie más lo notó. Cuando entré al Salón de los Conflictos, encontré a otros chicos que también fueron enviados allí. Me senté junto a una chica que controlaba la tierra, pero no recordaba su nombre, así que solo guardé silencio mientras un profesor comenzaba a hablar.
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Editado: 17.07.2022