Cuando nos atacaron aquellas bestias, Jonathan formó una ráfaga de viento que las mató, aunque terminé con una cortada en el rostro que me dolía cada vez que hablaba. No podía ni imaginar lo que le pasaría a Stella si la atrapasen.
Ya era de noche y aún no teníamos empezado a limpiar las tumbas, ni mucho menos teníamos una idea de dónde podría estar Stella… aunque se me ocurría una idea. Miré a mí alrededor en busca de un árbol que fuera lo bastante alto.
— ¿Qué haces? —inquirió Elizabeth junto a mí.
—Estoy buscando altura para poder tener una mejor visión, tal vez así podremos ver a dónde está Stella.
—Aquel parece ser lo suficientemente alto —dijo Elizabeth—. Subo yo.
— ¿Y ahora qué están haciendo? —preguntó Lucía, claramente molesta detrás de mí.
—Buscando altura —contestó Jonathan, al darse cuenta de lo que estábamos planeando.
Elizabeth se detuvo cuando estuvo a unos cuantos metros del suelo y observó a su alrededor.
— ¿Ves algo? —quise saber ansiosa.
Elizabeth comenzó a descender de prisa y echó a correr hacia el sur. Todos la seguimos sin entender el motivo, pero luego me di cuenta que tal vez el motivo por el cual empezara a correr hacia esa dirección, era porque había visto a Stella y a lo mejor estaba en peligro.
Me dolían mis costados de tanto correr, necesitaba detenerme o de lo contrario me desmayaría. El aire me entraba a toda prisa en los pulmones haciendo que mis costillas dolieran.
Me detuve cuando Elizabeth lo hizo unos cuantos metros enfrente de mí, e inmediatamente me incliné sujetando mis rodillas para no caerme, de esta manera el aire entraba mejor en mis pulmones y el repentino mareo por haberme detenido tan bruscamente. A mis espaldas pude escuchar a Jonathan y a Lucía detenerse.
Cuando levanté la cabeza para ver si Elizabeth seguía donde se había detenido, vi que de su cuerpo se desprendía un fuego, como si todo ese tiempo hubiera estado oculto en su interior como una antorcha. Luego observé hacia lo que ella estaba mirando y… allí estaba Stella a unos cuantos metros más al frente. Estaba agachada con una rodilla tocando el suelo, la palma de su mano derecha estaba apoyada sobre la tierra. Detrás de ella se hallaba una bestia que era una mezcla de lobo y una de un hombre porque estaba parado en dos patas y los lobos comunes no se paran de esa manera.
Reprimí un grito al ver a la cosa y me quedé congelada del susto. Elizabeth seguía en llamas y al parecer, Jonathan estaba atrayendo el viento porque podía sentir las violentas ráfagas golpeándome la espalda.
No podía apartar la vista de Stella, en su rostro se podía ver un corte como si la cosa lo hubiera hecho con sus garras, y en sus ojos somnolientos podía ver una mezcla de emociones: como de miedo, ira, frustración, pero sobre todo podía ver la impotencia de no poder hacer nada para salvarse. Esto último claramente molestaba a Elizabeth que estaba decidida a atacar.
— ¡Elizabeth! ¡Detente! —Oí gritar a Lucía—. Debes entender que si atacas a esa cosa, lo único que lograrás es matar a Stella también. Yo soy la única que puede matarla sin lastimar a Stella… confía en mí…
Estaba tan ensimismada en mis propios pensamientos que no me había percatado que Elizabeth se había movido, ahora estaba unos pasos más adelante, lo que hizo que la cosa dejara de sujetar la cabeza de Stella para sujetarle el cuello con fuerza casi asfixiándola. De retente la bestia comenzó a temblar y a gritar, pero no podía entender el motivo… un momento ¿qué era eso? En la espalda de la criatura sobresalía una rama larga a modo de estaca, después de unos segundos me di cuenta que tal vez era Lucía quién le había hincado esa rama para matarla.
El suelo de debajo de Stella comenzó a temblar bruscamente y pronto, pedazos de tierra sueltas y piedras flotaron en el aire a su alrededor. Sus ojos estaban quedando de un color azul translúcido mientras se iba formando un pequeño cráter a su alrededor, sus dientes estaban tan apretados que pensé que se romperían en miles de pedazos.
—Creo que se está enojando —dijo Jonathan, dando un paso a mi lado.
—No me digas, ya era hora de que demostrara que en realidad pertenece al Instituto —continuó Lucía.
—Podrían callarse —contesté yo—. Esto no puede ser bueno, se suponía que su poder estaba dormido.
—Y ahora se está despertando —afirmó Lucía.
La cosa se estremeció aún más y luego se desvaneció, dejando que el gajo que estaba clavado en su pecho cayera en el suelo detrás de Stella, cubierto de una especie de sangre negra como aceite de motor. Pero una vez desaparecida la bestia, Stella continuaba haciendo temblar la tierra tanto, que ya podía sentir como se movía debajo de mis pies y casi pierdo el equilibrio, si continuaba con ese temblor, la parte de la isla donde nos encontrábamos sufriría una terrible sacudida como un terremoto y pronto desaparecería y nosotros con ella.
— ¡Stella! —la llamé—. ¡Me escuchas! ¡Si lo haces, detente por favor!
Su cabeza dio una sacudida como si hubiera oído mi voz, luego casi con brusquedad sus ojos volvieron a quedar marrones y antes de que perdiera el conocimiento, quedaron en blancos.
#22890 en Fantasía
#9167 en Personajes sobrenaturales
#31756 en Otros
#4397 en Aventura
Editado: 17.07.2022