El director estaba jugando, tenía que estarlo, de lo contrario estábamos a un hilo de morir a través de las afiladas garras de las bestias. Y todo por culpa de Eric que nos había traicionado descaradamente sin siquiera darnos oportunidad de descubrir nada.
Observé a la bestia más oscura de todas que estaba frente a mí, su despiadada mirada me daba nauseas, incluso creí haber vislumbrado una especie de sonrisa perversa. Me aparté un poco de las espaldas de los demás y le di la bienvenida a las llamas que me rodeaba en un intento de proteger mi cuerpo.
Por el rabillo del ojo vi a Sofía formar una especie de espada con agua proveniente de su botella.
El ruido de ramas y hojas me hizo saber que Jonathan también estaba preparándose para luchar.
La única que se mantenía tranquila era Stella. La miré más detenidamente y descubrí que me había equivocado: su rostro parecía tranquilo, pero sus manos en puños decían lo contrario. Estaba temblando de pies a cabezas, tanto que llegué a pensar que tenía miedo y no podía culparla porque yo también me estaba muriendo de miedo.
El miedo no era el único sentimiento que sentía, también había adrenalina corriendo en mis venas y unas terribles ganas de destrozar a cada una de esas bestias.
—Bueno. Los veré luego… —se despidió el director.
Cuando las luces rojas de sus ojos dejaron de brillar supimos que se había ido.
—Lo siento —dijo una voz profunda que surgía de la boca de Eric. Era la primera vez que lo había oído hablar y era para pedir disculpas.
Las bestias comenzaron a acercarse lentamente al principio, luego nos embistieron todas juntas. Sofía le dio un latigazo a una de ellas que la hizo volar hacia atrás y chocar contra un árbol.
Jonathan levantó a dos de ellas con un remolino de aire y las hizo volar lejos.
Yo le tiré una bola de fuego a otra que lanzó un chillido agudo por el dolor, se levantó y volvió al ataque.
Stella era la única que parecía no haberse dado cuenta de que estábamos en medio de una lucha, porque seguía inmóvil en el lugar, con los temblores recorriendo su cuerpo.
— ¡Protejan a Stella! —grité por encima de los rugidos de las criaturas. Pero no había nadie de nosotros que estuviera desocupado como para protegerla. Jonathan estaba concentrado formando pequeñas corrientes de aire. Sofía daba latigazos a diestro y siniestro. Y yo estaba ocupada intentando que esa horrible bestia negra, no me mordiera el cuello.
— ¡Stella! ¡Despierta! —le grité, pero parecía no oírme entre los torbellinos de Jonathan y los gritos de lucha de Sofía, sin mencionar los feroces gruñidos de las bestias.
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Editado: 17.07.2022